Cap. 2: British Columbia

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El trayecto de mi retiro en la montaña hasta el edificio de mi editorial en Vancouver, la Columbia Británica es algo largo. Por suerte, solo tengo que hacerlo cuando he terminado un manuscrito y lo entrego. Puede que otros escritores no lo hagan así, no lo sé. Pero el trayecto es tan largo que me ayuda a ordenar mis ideas y dejar que otras ideas para posibles libros junto a las soluciones de otros que están en marcha me lleguen a la cabeza.

El cambio de paisajes desde mi casa en las rocosas montañas hasta la ciudad costera (también con montañas) de Vancouver es impresionante. Esta ciudad nunca dejará de sorprenderme. Y más aún el hecho de que yo esté aquí, cumpliendo mi sueño.

Hace tan solo cuatro años, me habría reído en la cara de todo aquel que me dijiera que iba a triunfar en lo que siempre había soñado. El mundo de la literatura.

Con Irish saboreando el  viento en la parte de atrás de la camioneta tengo tiempo suficiente para ver como las primeras personas antes de entrar en la ciudad se me quedan mirando. No soy mundialmente famosa ni nada por el estilo. Escribo para divertirme y para, de algún modo, dar un poquito de mi a los lectores que me han conocido. Pero aquí me conocen bastante.

Puff, todo esto ha sido muy cargante durante los dos últimos meses. Devonne, mi editora y amiga desde que llegamos aquí me ha estado apurando para que entregue el primer capítulo de mi nueva novela.

Trata sobre un chico que ha perdido toda esperanza y que, de alguna manera, consigue escapar de todo aquello que lo atrapaba y vivir por cuenta propia.

Y hasta ahí...

Es la primera vez desde que tengo memoria que me pasa eso. Quedarme en blanco con una historia. Siempre me han alabado por conseguir atrapar a la gente con mis historias desde el primer momento. Pero esta vez, no. Por eso he tardado dos meses en conseguir tener algo que realmente me gustara.

La culpa la tiene también esa maldita pesadilla.

Dios, sé que una historia tiene que enganchar desde el principio. Si no es así, el lector perderá la esperanza y la emoción, pero, simplemente, no puedo.

Justo cuando empecé a escribir este libro. "Tras la puerta". Empezó esta pesadilla. Lleva tres meses repitiéndose y me es imposible pasar una sola noche en la que pueda dormir de un tirón. No puedo.

Lo peor de todo es que sé que no parará. Al menos que descubra por qué sueño con cuatro puertas. Tres vacías y la última cerrada a cal y canto.

A lo mejor, irónicamente, detrás de esa puerta se encuentre mi inspiración. Por eso la desesperación de abrirla a pesar de no saber lo que hay al otro lado me puede.

He terminado por estar dibujándola por todas partes. Otra cosa que me ayudaba en mis historias. A recordar cómo realmente eran los personajes y todo lo que me inspiraba.

Era dibujar.

Mi casa está llena de bocetos de lugares que nunca he visitado y que nunca visitaré porque no existen. De personas con miradas tristes y melancólicas por culpa de mi último borrador. Y de una puerta llena de cadenas y cerrojos.

A veces dibujo esa misma puerta con una gran brecha. Donde puedo ver a través de ella la oscuridad que hay al otro lado. No sé por qué, pero siempre dibujo esos dos círculos rojos como brasas que, en mi interior, sé que son los ojos que le pongo a la bestia que podría estar al otro lado de la puerta.

Podría utiizar esta pesadilla para una historia, pero que no avance nunca no me sirve para nada.

Irish ladra para indicarme que el resto de conductores toca el claxo. Me he quedado pensando mientras el semáforo se ponía en verde y ahora media manzana está cabreada conmigo.

Subo el volumen de la radio al descubrir una canción que hacia demasiado que no escuchaba. "Gunfight" de Sick Puppies. Me parece extraño escuchar a uno de mis grupos favoritos a través de la radio. Bueno, eso era mentira. Me resultaba extraño escucharlos cuando estaba en España.

Es entonces cuando me acuerdo de todos los cds que había dejado en mi apartamento en Canarias. Esos discos que me había acompañado en la adolescencia. Bueno, siempre me quedaría internet y discos regrabables. Hmmm...

El hecho fue que Irish tuvo que ladrar de nuevo para evitar que atropellase a un chico que en ese momento cruzaba la calle.

Freno bruscamente, dando gracias a que no había ningún pirado detrás de mí y que no provoqué ninguna colisión en cadena.

El chico, lejos de hacer lo inteligente en este tipo de situaciones, se queda mirándome, parado en medio de la carretera.

Es alto, puede que algo más de metro ochenta y rondara la veintena. Es rubio y con un tono de piel clara junto a unos ojos verdes que se me clavan como dagas. Su pelo está peinado hacia atrás haciendo que parezca un rebelde en vez de elegante, algo a lo que ayuda su barba de un par de días.

Todo acaba tan rápido como ha empezado. El chico baja la cabeza en tono de disculpa y sigue corriendo hacia la otra acera, donde desaparece de mi vista ante la mirada atónitas del resto de las personas que hay en la calle.

De nuevo, el sonido de un claxo me saca de mi ensimismamiento y me hace apretar el acelerador.

Ya estoy llegando al edifico de mi editorial, donde he quedado con Devonne para darle el borrador del primer capítulo.

Aparco justo en la entrada del edificio, donde el portero me da la bienvenida con una inclinación de gorra y yo le devuelvo el saludo al mismo tiempo que silbo para que Irish me siga y se ponga a mi lado de un salto.

Entro en el edificio con el maletín y me meto en uno de los ascensores. 

Última planta.

The 4th doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora