Capítulo ocho.

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Las calles estaban llenas de gente. Todos gritaban, pedían venganza. Todos pedían la aparición de millones de chicas secuestradas, algunas tenían años y otras solo meses de haber sido raptada. Habían familiares, amigos, desconocidos, todos tras un mismo objetivo, que el gobierno pusiera manos a la obra. Seguian desapareciendo chicas y el gobierno solo hacia oídos sordos.

En ese día había una gran multitud protestando frente a la casa del gobernador, la policía rodeaba la enorme casa para evitar algún daño contra el cobarde que se escondía tras las paredes.

La madre de Dalila miraba el televisor con atención. Su hija ya llevaba veinticuatro meses desaparecida, para ella se había sentido una eternidad, cada día pasaba más lento que el anterior y cada día imaginaba como la puerta se abría y su hija aparecía, cada día iba a la habitación de su hija y contemplaba sus cosas, cada día sentía que estaba perdieron las fuerzas. Había pedido ayuda a las autoridades, al gobernador y nadie le daba respuesta. Por otro lado su marido había empezado a tomar todos los días, su familia estaba destruida.

Escucho como la puerta de abría y ansiosa fue a la entrada para encontrar a su esposo arrastrándose.

Su esposo ahora era alcohólico. Cada uno buscaba su manera de afrontar la situación y para Sebastián esa fue la mejor opción, cada tarde luego de salir del trabajo iba a una taberna y se emborrachaba hasta que su mente quedaba en blanco y solo quedaban los delirios causados por el licor, una vez vió a su hija y le suplico que volviera a casa, a la mañana siguiente se despertó buscándola, asegurando que había llegado a casa con ella, Darla lo hizo entrar en razón, su pequeña hija aún no había regresado.

Darla miró a su esposo tambalearse, no tubo las remedio que ayudarlo a ir a la cama. Su marido ya no era ese hombre sonriente y ya ella no era esa mujer feliz.

La muchacha lloraba sin parar y Dalila ya estaba perdiendo la paciencia. Su cabeza pelpitaba y su cuerpo dolía.

- ¡Ya basta!.- Gritó colocándose en pie.

La muchacha dió un brinco y miro a Dalila y luego a las otras chicas que la consolaban.

- No seas insensible, Da, todas pasamos por esto, tu pasaste por esto.

- Exactamente porque pase por eso es que se que llorar no la sacará de aquí.- Gruñó señalando a la joven que lloraba sin parar.- Llorar no soluciona nada, ¿Quieres un consejo?, acepta la pastilla y déjate ir.

- Cállate, no debemos perder la esperanza.- Dalila dobló los ojos.

- Cállate tu y no le des falsas esperanzas, a nadie le importamos.- Gritó al borde del colapso.- ¡La policía no ha echo nada, nadie a intentado sacarnos de aquí!, para el mundo estamos muertas.

Las once chicas miraron sorprendidas a Dalila.

- No me miren así, saben que tengo razón. Tu- Señaló a la nueva.- Limpia tus lágrimas, acepta el vestido y la droga y olvida quien eres.

La nueva tragó saliva y vió a Dalila salir de la habitación.

- ¿Cuánto lleva aquí?.

- No lo sabemos, es una de la más antigua.

- Dicen que no queda ninguna de las chicas con la que la trajeron, solo ella.

- ¿Que ha pasado con las otras?.

- Se suicidaron, o las mató alguien.

La muchacha nueva tembló. Apenas había llegado hace tres días.

Dalila se acercó al enorme balcon de esa mansión y cerró los ojo cuando el viento golpeó su cara. Había pasado mucho tiempo, ya no estaban en el sitio de antes, ahora estaban en una finca, no sabía en qué parte del mundo pero sabía que era lejos de su casa. El lugar era vigilado por cámaras todo el tiempo, por eso no se preocupaban si andaban por ahí, igual las vigilaban, sabían lo que hacían, lo que hablaban. Dalila se sentía más abrumada de lo normal, su periodo no había bajado en unos cuantos días.

Sigilosamente llevó una de sus delgadas manos a su vientre plano y suspiro, no podía ser posible, los obligaban a usar condón, por seguridad de ambas personas.

Eso la tenia tan enojona, miro hacia abajo, estaba en un quinto piso, podría lanzarse, moriría al caer, eso solucionaría todo. Pero entonces recordó esa promesa que había echo con las otras chicas, ninguna la cumplió pero ella si lo haría, por ellas.

Había llegado hace dos años y medio. Era la única que quedaba de las que habían venido con ella, ya iba a cumplir veinte años.

Ya estaba anocheciendo, el circo ya va a comenzar, pensó. Debía regresar, había aprendido con experiencia que no debía hacer esperar a esos tipos.

Cuando regresó a la habitación ya todas estaban vestidas, excepto la nueva.

-Da, se reusa a ponerse el vestido.

-¿Cómo te llamas?- Preguntó Dalila a la muchacha pálida.

- Ámbar.

- Muy bien, Ámbar, por tu propio bien y el de todas, espero que levantes tu trasero y te pongas ese vestido.- Las chicas iban a protestar.- Porfavor.

- ¿Cómo puedes acostumbrarte a esto?.- Dalila se detuvo en seco, dejando su pantalón a mitad de camino; se estaba desvistiendo.

- ¿Crees que me acostumbré, que me encanta esto?.- señaló la habitación con sus manos.- ¿Crees que me encanta que  más de cinco o más hombres por noche tomen mi cuerpo sin  mi permiso y hagan lo que se les de la puta gana?.

- ¿Entonces porque no luchas?. - Dalila le regaló una sonrisa que a parecer de todas resultó muy espeluznante.

- ¿Crees que estaría viva si hubiera luchado?.

- Entonces prefieres dejarte ser.

Dalila se terminó te quitar la ropa y se metió al diminuto baño.

Ella había luchado.

Dejo que el agua fría envolviera su cuerpo y cerró los ojos.

Una vez intentando escapar había terminado con la cabeza rota y el cuerpo lleno de morados. La habían descubierto y tuvo que pagar las consecuencias, otra vez intentando que no la penetraran la golpearon a tal punto que duró tres día inconciente. Habían sido tantas las veces que intento huir que había perdido la cuenta.

Pero llega un punto en el que te das por vencida y eso había ocurrido con Dalila.

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⏰ Última actualización: Jun 17 ⏰

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