La casa de Yzma era más como una cueva maloliente que una casa, pero la mayoría de las casas en la isla eran así. Evie los guió por el camino hasta la entrada de su laboratorio.
—Era una de estas palancas —murmuró tentando el colmillo izquierdo de la bestia que adornaba la puerta. Mal la detuvo al instante.
—Evie, la única cosa buena que nos enseñó esta isla es: no cometer los mismos errores. No vamos a tocar ninguna palanca hasta que estemos seguros de cuál es la correcta.
—No iba a tocarla —se defendió. Jay las miró discutir y jaló la palanca. Una trampilla bajó los pies de ambas se abrió y cayeron en un charco lodoso con dos cocodrilos tan viejos que ni se molestaron en atacarlas —. Era la otra...
—No me digas —maldijo y ayudó a Evie a escalar de regreso —. Basta de jueguitos. Cuando bajemos la otra palanca necesitamos un plan.
—Son Yzma y mi papá —dijo Jay —. Mi papá tiene la barriga tan grande que no puede correr. Yzma es tan vieja que no podrá alcanzarnos. Estamos a salvo, solo debemos cuidar que no nos vean y robar el control.
—Como siempre, decirlo es más fácil que hacerlo —Evie se ató el cabello y miró a sus amigos. Entendieron que era hora y accionaron la palanca que los llevó hasta el laboratorio en vías de montaña rusa oxidadas y chirriantes. Cuando el recorrido terminó no encontraron a nadie en el laboratorio. Los tubos de ensayo y refrigeradores con pociones estaban grises y polvorientos, nadie había pisado ese sitio en años.
—¿Para qué reconstruir tu laboratorio y dejarlo solo? —dijo Evie mirando algunos de los frascos sellados. Pelicanos, cocodrilos, iguanas, llama, docenas de animales en las etiquetas.
—Shh —ordenó Mal. Aunque el laboratorio estuviera vacío, había una luz emergiendo de la habitación del fondo donde escuchaban una carcajada escandalosa.
Se acercaron con cuidado y observaron que era una bodega con un laboratorio más grande. Yzma había reformado por completo su modo de trabajar. Cajas con cientos de frascos etiquetados y un sistema que seguía produciendo de manera automática muchas más pociones. Si ese era su armamento para conquistar Auradon todos serían llamas antes de que amaneciera. Se escondieron detrás de un cargamento, Yzma se quitó el casco de soldadura y carcajeó de nuevo y presionó el botón, esta vez, nada sucedió.
—¿Lo conseguiste? —preguntó Jafar cerrando el libro de mecánica.
—No, déjame ver ese libro —Yzma le arrebató el libro a Jafar y lo ojeó —. ¡Este libro es sobre mecánica, no electrónica! —Yzma se lo lanzó a la cara —¡Perdimos toda la tarde por tu culpa!
—Me especializó en magia, no en ciencias como tú —Jafar sacó de su bolso otros dos libros —¿Alguno de estos te sirve?
Yzma los miró, ninguno era adecuado para reparar el control, aún así tomó uno de los títulos y lo usó para acomodar la inclinación de su mesa de trabajo.
—No puedo trabajar en una mesa que se tambalea —dijo. Jafar puso los ojos en blanco y la ayudó llevando las herramientas que necesitaba. Jay miró que el control seguía abierto y separado de sus componentes. Si lograba acercarse y robarlo podrían lanzarlo al mar y dejar que los tiburones se lo comieran, entonces sería problema resuelto. Yzma caminó hasta sus máquinas de pociones para preparar el líquido y crear una nueva tanta de pociones para convertir a los hombres en pulgas, Jafar estaba cabeceando sobre la silla junto al control y Jay sabía que caería dormido en cualquier momento, así que intentó acercarse despacio mientras Yzma seguía distraída. Hasta que escuchó un estruendo y Mal lo tackleó al suelo.
—¡¿Mal, qué diablos?! —preguntó Jay antes de darse cuenta de que Gastón, el feroz cazador ya estaba apuntando de nuevo hacía ellos. El cargamento donde impactaron los perdigones se desmoronó dejando un charco rosado que no les dejó retroceder.
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La reina de la Isla de los Perdidos
FanfictionDespués de recuperar la estrella mágica de la Isla de los Perdidos la vida en Auradon parece perfecta, hasta que los rumores de que Maléfica ha regresado se esparcen por cada rincón. Mal y sus amigos se ven forzados a detener a Maléfica una vez más...