Prólogo

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"Podía respirar sin sentir mi pulso ni mi corazón latiendo en mi pecho, este parecía estar vacío, mis lágrimas se convertían en cristales cada vez que escuchaba el eco de tu risa haciendo contraste con la de tu madre, mi madre, abrazándose como si la felicidad existiera, como si yo no me encontrara ansioso por sentir esa calidez y ver por primera vez algo distinto a la oscuridad".

Una rata angustiada comía las migajas de pan que caían descuidadas de la bandeja metálica junto al cuerpo amodorrado del menor, la fruta desprendía un hedor nauseabundo que ni siquiera las moscas se atrevían a degustar, la madera empolvada le brin...

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Una rata angustiada comía las migajas de pan que caían descuidadas de la bandeja metálica junto al cuerpo amodorrado del menor, la fruta desprendía un hedor nauseabundo que ni siquiera las moscas se atrevían a degustar, la madera empolvada le brindaba más calidez que un día soleado, lastimando sus costillas por su firmeza rugosa, la oscuridad del sótano lo tenía afónico, como si su voz fuera capaz de invocar a sus peores pesadillas, abrir los ojos parecía un desperdicio en aquella habitación llena de objetos arcaicos, decadentes y olvidados, si pasaba más tiempo aislado temía convertirse en un mueble más o quizás en un alma en pena deambulante entre cuatro paredes bajo tierra.

Su cerebro de infante no lograba comprender por qué su madre lo había encerrado en aquél sótano tenebroso, era imposible para él discernir entre lo bueno y lo malo de sus acciones, su inocencia no lo dejaba intuir que se había equivocado al ver algo que no debía y saber algo que nadie debía saber.
Se sentía culpable, aunque claro, él no tenía la culpa. ¿Cómo podría un niño ser culpable de la lujuria que hacía pecar a los adultos incapaces de cumplir una promesa matrimonial?

La fidelidad.

Porque cómo un niño de seis años esperaría semejante reacción drástica por parte de su dulce y cariñosa madre tras encontrarla besándose con el mejor amigo de su padre, al que consideraba su tío, el que cenaba todos los jueves con ellos como si fuera parte de la familia. Él no podría malinterpretar las sonrisas y gestos amables que se daban si ni siquiera su padre pudo notarlo, la malicia no era algo que lo controlara, simplemente pensó que su padre se pondría contento al saber que su mamá y su tío se llevaban muy bien, pues los besitos sólo se le dan a personas muy especiales en tu corazón o eso creyó él tras ver a sus padres besarse cada vez que se tomaban de la mano, era algo tan natural y tan puro, él atesoraba en su corazón la relación y el amor tan fuerte que se tenían sus padres.

No podría culpar a su madre, el amor logra controlarte hasta el punto de cometer atrocidades, porque cuando amas no puedes ver a los demás, sólo a tu persona especial, esa que estabas destinado a conocer aunque fuera en la miseria, aunque fuera prohibido, aunque fuera imposible, aunque desatara una guerra llena de traición.

Los pasos estruendosos cerca de la puerta del sótano lograron sobresaltar a Taehyung, obligándolo a abrir sus ojos y gatear hacia las escaleras para intentar por décima vez abrir aquella puerta. Sus piernas entumecidas y el dolor en su estómago lo tenían sollozando, pues no lograba recobrar las fuerzas suficientes para tocar aquella puerta con la esperanza de que su madre abriera. No comer comenzaba a pasarle factura, los mareos eran constantes cada vez que se paraba, en su último intento por abrir la puerta dejó todo su cuerpo reposar con rudeza contra ella, logrando que su hombro se desencaje un poco en un sonido sordo que hizo eco junto a sus sollozos. El dolor lo hizo desplomarse de rodillas, sus manos temblaron y su pecho dolió por la hiperventilación que lo atacaba, cada vez perdía más la noción del tiempo y comenzaba a dudar de su propia existencia, dejó de sentirse real al no poder ver su sombra o su reflejo.

ATARAXIA © - KookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora