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El sol se alzaba sobre Konohagakure, pero en los pasillos del poder, la ansiedad crecía. El líder, impaciente, golpeaba el suelo con insistencia, formando un pequeño cráter bajo su pie.

—Tranquilo— susurró uno de sus subordinados, observando la acción con calma. —Según mis fuentes, el Kage pronto convocará a todos a su despacho. Hoy, al caer la noche, partirá de Konoha acompañado por quienes podrían convertirse en nuestros mayores problemas.—

Un individuo de aspecto enfermizo, con el cabello grasiento y largo apenas movido por la brisa, se dirigió a su compañero, más compacto y musculoso.

—Akira, ¿estás seguro de que no se la llevará consigo?— preguntó con seriedad, inclinando la cabeza hacia abajo.

—Shin...— respondió Akira, frunciendo el ceño ante la duda de su compañero. —La reunión está programada en el País del Hierro, donde la nieve cubre la tierra la mayor parte del año. Además, siendo una cita diplomática, es poco probable que la lleve consigo—, aseguró, dirigiendo la mirada a su líder. —Señor Masashi, le aseguro que a la madrugada ya no estaremos en esta aldea.—

Masashi se acercó a Shin, cuyo cuerpo comenzó a temblar ante la imponente presencia de su líder, un mastodonte de más de dos metros lleno de músculos.

—Espero que no me falles...— dijo Haru, descargando su ira. El nukenin de Iwa los había traicionado, desapareciendo de la aldea sin que nadie lo notara. —Ella se quedará.—

Shin asintió con firmeza. —Ella se quedará— afirmó, sabiendo que no se refería a la bebé, sino a la Yamanaka.

Shin asintió con satisfacción, aunque en su interior la tensión seguía creciendo. Todo este asunto lo tenía estresado, pero sabía que debía seguir adelante con el plan. Entregaría al bebé, cobraría el dinero y luego se llevaría a la Yamanaka a un lugar apartado donde podría divertirse con ella. En su mente, ya visualizaba cómo la dominaría, cómo la sometería hasta convertirla en nada más que un objeto para su propio placer.

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Naruto caminaba por su casa con su hija en brazos, frunciendo el ceño con frustración. Hacía apenas unos minutos, se había reunido con Kakashi, quien le había informado que en menos de una hora tendría que acompañarlo al País del Hierro, un territorio neutral donde todos los Kages se reunirían para finalmente firmar el tan ansiado tratado de paz. Lo que más le molestaba era que el lugar siempre estaba cubierto de nieve, lo que hacía imposible llevarse a su hija consigo.

Tsunade se preparaba para partir, consciente de que los conocimientos médicos de Konoha serían una oferta crucial en la alianza. Mientras tanto, el equipo nueve también estaba listo para la misión. Esta era una tarea de suma importancia, y su habilidad para detectar cualquier amenaza potencial sería invaluable para el éxito del tratado.

Lee y el serian los guardaespaldas de Kakashi, aparte de eso él era solicitado como héroe de la guerra.

Shikamaru, una de las mentes más brillantes de Konoha, desempeñaría un papel crucial al analizar los pros y contras del tratado. A pesar de la paz aparente, la posibilidad de cláusulas desfavorables aún era una preocupación. Su capacidad para detectar posibles trampas en el acuerdo sería fundamental para proteger los intereses de Konoha.

—Tendrás que pedirle de nuevo a la rubia que cuide a tu cachorra— dijo Kurama con voz somnolienta, ya que los pensamientos de su contenedor no le permitían dormir con tranquilidad.

Naruto reflexionó por un momento. —¿No crees que le molestará?— respondió, escuchando cómo Kurama se daba una palmada en la cara.

Kurama suspiró. —En serio, a veces me sorprende tu densidad— dijo con voz monótona. —Basta con ver cómo ella durmió abrazada a tu cachorra para saber que le agrada— agregó, apoyando su cabeza en su mano. —Estoy seguro de que te hará ese favor—

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