Capítulo IV: Bienvenidos a Oregón

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Hacía ya un rato que había perdido la noción del tiempo. La habitación no tenía calefacción, así que hacía un frío invernal. La cama era un tanto incómoda, y el desagradable rechinamiento debido al desgaste de la madera no me dejaba dormir. Por el material y las sábanas podía deducir que la cama era bastante antigua, al igual que la habitación. Había tan solo una ventana que, por cierto, estaba bastante deteriorada, además de estar acompañada por unas cortinas descosidas por la parte inferior y con un decorado floral, muy difícil de apreciar debido a la suciedad. Asimismo, la habitación contaba con un par de cuadros de una familia que desconocía. En la pared en la que la cama estaba apoyada había una lámpara que, por lo que había comprobado hacía unas horas, no servía de mucho ya que la bombilla parpadeaba la mayor parte del tiempo. Las paredes estaban bastante corroídas, pero en algunos tramos se podía apreciar aún el papel de pared con un estampado de rayas y flores, estas últimas muy parecidas a las cortinas. Las mesillas de noche contenían pertenencias que supuse que los antiguos huéspedes olvidaron, aunque me llamó la atención que una de ellas fuera una bala. El suelo, chirriaba. Y la puerta hacía lo mismo al abrirse. Iba a ser difícil acostumbrarse a ello. No obstante, si conseguíamos arreglar la rueda pronto, podríamos irnos de aquel tétrico motel cuanto antes.

No soportaba más estar en esa situación de insomnio, así que me levanté y fui al baño. Presioné el interruptor, pero tuve que golpear ligeramente la bombilla para que se encendiese. En cuando que mis ojos se acostumbraron a la luz, me espanté al ver en el espejo que había una silueta detrás de mí. Me giré rápidamente, sumida en el susto, para percatarme de que tan solo era una toalla colocada de manera extraña. Me acerque y, para ahorrarme otro sobresalto, la doble y la dejé en el mueble que había justo al lado. Volví al lavabo y saqué de un cajón mis pastillas para el insomnio que había dejado nada más llegar a la habitación. Introduje una pastilla en mi boca, y la acompañé con sorbo de agua del lavabo, lo cual me hizo dudar de si era potable debido al repugnante sabor que tenía. Me pasé la mano por una de mis sienes tratando de evadir el dolor de cabeza que me provocaba el insomnio, cuando observé una pequeña mancha carmesí en el mármol del lavabo. Pasé mi dedo por encima, pero la mancha siguió allí. Debido al color y la textura pude deducir rápidamente que aquella mancha era sangre, y, aunque estuviese seca, no parecía ser muy antigua, tal vez llevaba allí unas cuantas semanas. Era una mancha pequeña, así que decidí no tomarle importancia y volver a la habitación.

A las 07:00 de la mañana, según marcaba mi reloj, me volví a despertar, aunque, para mi sorpresa, Charlie se estaba terminando de atar sus zapatillas. Me llevé las manos a mis ojos para despejarme, cuando mi novio decidió iniciar una conversación.

-¿Qué tal has dormido? -me preguntó con la voz bastante ronca, al parecer había cogido frío.

-No muy bien. No siento la columna vertebral y la garganta me está matando -dije mientras me frotaba el cuello con delicadeza.

Charlie se acercó a mí, me plantó un dulce beso en la frente y me prestó su chaqueta.

-Están de servicio las veinticuatro horas, y creo que sirven café caliente. Ponte esto y vamos a desayunar.

Yo asentí, sonriente, al igual que todo el tiempo que estaba con él. Sin embargo, esta vez fue una sonrisa más forzada. Aún seguía agobiada, con la angustia de que no tendríamos tiempo suficiente de grabar. Decidí, por un momento, evadir esos pensamientos de fastidio y ponerme la chaqueta que Charles me había dejado.

Mientras caminábamos por el corto y estrecho pasillo del anacrónico Motel Perkins, me fijé, al igual que el día anterior, en los cuadros. Los marcos eran dorados y tenían una inscripción que no tuve tiempo de leer. Además, en todos salía la misma familia, la cual era bastante extensa. Por fin llegamos a la recepción, donde estaba Pamela. La mujer, que estaba cargando unas cuantas toallas, no dudó en saludarnos.

-¡Buenos días! ¿Han disfrutado de la noche? -preguntó, rodeando la barra de la recepción para dirigirse a nosotros.

Mientras pensaba en qué debía responder para no sonar ofensiva, ella misma decidió seguir con la conversación.

-¿Les apetece un buen desayuno? -ambos asentimos - La cafetería está cruzando esta puerta.

-Muchas gracias -agradeció Charlie aclarándose la garganta.

De inmediato nos dirigimos hacia la cafetería, que además resulto ser también el restaurante. No era gran cosa, tan solo tenía dos mesas y un par de sofás, además de una chimenea que estaba encendida. Me acerqué a la barra, que, al igual que la recepción, estaba atendida por Pamela.

-¿Qué desea tomar? -preguntó Pamela con una voz afable, limpiando unas cuantas tazas de café que había al lado de la caja registradora.

-Un café solo, por favor -formulé, soltando un bostezo por la boca.

La mujer asintió, y se dispuso a preparar mi bebida. Mientras tanto, aproveché para inspeccionar la sala, la cual estaba construida a base de madera, aunque algunas partes parecían un poco mohosas. Instantes después, observé a Pamela preparar el café, cuando me percaté de algo.

-No me he presentado, por cierto. Soy Yvette Hawk.

-No te preocupes, Yvette. Yo soy... bueno, ya lo sabes -dijo la mujer, sonriendo, cuyo gesto me contagió.

Por lo que había podido contemplar, Pamela era todo lo contrario a una persona apática. Parecía optimista, además de una persona con mucho tacto. Con aquellos ojos alegres y expresivos, y esa voz armoniosa y acogedora que hipnotizaba a cualquiera.

-Aquí tiene -dijo, aún sin tutearme. Cogí con ambas manos el café y no pude evitar fijarme en el dorso de su mano izquierda, el cual tenía unas profundas marcas de uñas ensangrentadas, como si hubiesen sido parte de un mecanismo de defensa personal. Y es por eso que, a pesar de todas sus aparentes buenas cualidades, algo no me terminaba de cuadrar.

Le di las gracias a Pamela por la bebida, y me senté en uno de los sofás. Minutos después, Charlie recibió su café y se sentó a mi lado. Yo me acurruqué un poco, mientras le daba un pequeño sorbo al café y disfrutaba del calor que desprendía la chimenea. Después de beber hasta la última gota de la bebida caliente, dejé la taza en una pequeña mesa de madera que había justo en frente del sofá, cuando me percaté de un pequeño folleto turístico fuera de lo normal: ¡Descubre las mejores actividades en Oregón!

Charlie también se dio cuenta de ese detalle.

-¿Ya estamos en Oregón? -preguntó, ajustándose las gafas y cogiendo otro folleto de la mesa.

-Eso parece...

Observé por unos instantes más el impreso, y me dirigía hacia la recepción, donde, como era de esperar, estaba Pamela. La mujer, de nuevo sujetando unas cuantas toallas, se giró en cuanto me vio.

-Disculpa, ¿a cuánto estamos de la frontera con Nevada?

-A unas 239 millas aproximadamente -contestó, de nuevo con aquella sonrisa radiante.

Me di la vuelta, y mi mirada se encontró con Charlie, quien había escuchado lo que Pamela acababa de decir.

-Por lo que veo no tenían idea alguna de dónde estaban -ninguno dijo nada, aunque yo estaba sumamente emocionada al saber que estábamos más cerca de Harfield-. En ese caso, bienvenidos a Oregón.

Érase una vez mi asesinatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora