Capítulo V: Pastillas y más pastillas

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Según los más célebres psicólogos y científicos, la actitud de las personas puede alterarse dependiendo del clima. Para entenderlo mejor, pongamos un ejemplo. En la primavera, la mayoría de los humanos se sienten "alterados" ya que esta —en específico, sus temperaturas y climatología— favorece la liberación de serotonina, dopamina, entre otras hormonas, las cuales causan un sentimiento de felicidad o alivio del estrés en los humanos. Sin embargo, en otoño, y sobre todo con temperaturas tan bajas como son las de Oregón, ocurre justo lo contrario. Debido a los días más cortos, disminuye la serotonina, y la producción de la melatonina aumenta, causando un gran sentimiento de fatiga y somnolencia.

    Eso se aplica a todos los seres humanos, entre ellos Charlie, Pamela y yo. La falta de energía, la apatía, los pensamientos negativos frecuentes, y los problemas de sueño flotaban en el aire del Motel Perkins creando un cóctel de melancolía e inquietud. Charlie parecía tenso y angustiado y, a juzgar por como miraba la carretera desde el porche, pude deducir que se sentía culpable por el pinchazo de la furgoneta. Pamela, a pesar de mis creencias sobre su falta de tristeza, carecía de vigor. Si bien no tenía una expresión de pesadumbre, la falta de júbilo era evidente.

    Por otro lado, yo miraba hipnotizada el teléfono que había en la mesilla al lado de la entrada. Pero contemplé aún más el disco de marcar y su deteriorado aspecto. Normalmente, me habría parado a pensar en su historia: las llamadas de amor, de ayuda. Pero no solo estaba impaciente por llegar a Harfield, esta ansiosa, codiciosa. La noche anterior había sido incapaz de conciliar el sueño, debido a los numerosos pensamientos negativos que llenaban mi cabeza de diversos escenarios de fracaso. Concentré aún más la mirada en el teléfono, esperando que, por arte de magia, se arreglase.

    —Oye, ¿cuándo lo van a reparar? —pregunté, esperando una respuesta positiva por parte de Pamela. Esa idea desapareció de mi cabeza cuando contemplé la expresión de desorientación de la joven— El teléfono —de nuevo otra pausa—. Dijiste que estaba roto, pensaba que alguien iba a venir a arreglarlo... veo que me equivocaba —susurré, por mero respeto, esa última frase.

    —Sí, lo siento —bajó la mirada, para volver a alzar la cabeza con una radiante sonrisa a la que ya me había acostumbrado—. Se habrán retrasado. Yo no les he podido avisar, ya sabes, estoy igual que vosotros —dijo, tuteándome por primera vez desde que llegamos. Tal vez mi reclamación la hizo cambiar de opinión —. Les debe de haber llegado el aviso del fallo. Mañana estarán aquí —afirmó segura—. Ya que estamos... ¿os apetece algo de cenar?

    Charlie, que parecía abstraído en sus pensamientos, y yo, miramos de inmediato a Pamela, quien, al ver nuestras caras tan iluminadas, no dudó en entrar a la cocina. No habíamos comido nada en todo el día desde el café de las 05:30 —07:30 hora de Nebraska—, por lo que estaba hambrienta y, por la expresión que se dibujó en la cara de Charlie, era sencillo deducir que él también. No pasó demasiado tiempo hasta que la dulce recepcionista dejó dos platos de comida sobre una de las mesas del comedor.

    La comida era claramente recalentada, pero no tenía derecho a quejarme, así que opté por callarme. Jugueteé con el tenedor, cuyo mango de acabado floral me pareció de lo más primoroso. Traté de pinchar un florete de brócoli, que se acabó escurriendo del tenedor hasta caer de nuevo en el plato. Justo al lado había un filete de ternera —notoriamente seco—, que estaba acompañado de un montoncito de, aproximadamente, 50 gramos de arroz blanco. No era muy fan del arroz, ni de la ternera y, para qué mentir, tampoco del brócoli. Solía pensar que cuando fuese famosa podría decidir qué comer. Mientras esparcía el arroz por todo el plato, fantaseé sobre mí sentada en una gran butaca de terciopelo, y a un par de empleados de catering llevando una gran torre de marisco a mi camerino. Pero, por ese momento, debía conformarme con la comida recalentada del Motel Perkins.

Érase una vez mi asesinatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora