Capítulo VIII: Bienvenidos a Harfield

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El trayecto era hipnotizante: aquel asfalto interminable, la simetría de las secuoyas, y el ruido blanco que de vez en cuando desprendía la radio, puesto que habíamos perdido la señal. Debido a las numerosas veces que un zorro o un castor atravesó la carretera, Charlie se vio obligado a parar la furgoneta, lo que nos retrasó bastante. Cuando creía que ya llevábamos una hora recorriendo aquella inmensa carretera, me empecé a preguntar cuando llegaría la hora de que Pamela abandonase la furgoneta. Miré mi reloj. Tan solo habían pasado 15 minutos.

    Me llevé una mano a mis sienes, y volví a dirigir la mirada al guion de la película, el cual debía terminar cuanto antes. Estaba estresada y creo que, tras unos cuantos agresivos tachones al cuaderno, Charlie lo notó.

    —¿Cómo lo llevas? ¿Ya está terminado? —preguntó, mirando el cuaderno, y desviando de nuevo la mirada a la carretera.

    —Más o menos... No consigo elegir un buen final.

    Charlie se pensó por un momento qué responder para hacerme sentir mejor.

    —No te preocupes, aún hay tiempo —dijo con una gran sonrisa, gesto que me contagió.

    Miré de nuevo el papel, pensativa. Mordisqueé el portaminas, crucé las piernas y volví a mirar a Charlie.

    —Por cierto, Char —dije, aunque esta vez él mantuvo la mirada en la carretera—, he cambiado un par de cosas de tu historia.

    Noté que su cuerpo se tensó. Me había dejado bastante claro un par de detalles que quería mantener en la película, pero aquellos detalles la convertirían en una película como otra cualquiera.

    —¿Cuáles? —interrogó, con una voz un tanto hostil.

    —El arma principal. En vez de ser un cuchillo de carnicero será una motosierra. Si lo acompañamos de fuego y gasolina será un asesinato memorable —expliqué, bastante orgullosa de mi idea.

    —¿Y eso lo has decidido tu solita?

    Permanecí en silencio.

    —Lo siento —dijo—. Pero creía que habíamos acordado que sería un cuchillo.

    —Pero es básico y aburrido.

    —Exacto —dijo, y apartó la mirada de la carretera para dirigirse a mí directamente—. Es un clásico. Nunca falla, Yvette —dijo enfatizando mi nombre.

    Traté de mantener la calma.

    —Estamos tratando de innovar. ¿Tú crees que un simple cuchillo cumple esa función, Charlie? —pregunté, enfatizando aún más notoriamente su nombre.

    —¡Podemos innovar en otras cosas, no es necesario cambiar algo que funciona!

    —¡Ese es el problema, que los cuchillos de carnicero funcionaban hace veinte años, Charlie! ¡Veinte años!

    Por lo que parecía, iba a responder a mi comentario, pero una dulce y afable voz proveniente del asiento trasero le interrumpió.

    —¿Y por qué no un machete? Es el punto intermedio perfecto entre un cuchillo de carnicero y una motosierra. Clásico, pero sanguinario. Se pueden hacer grandes atrocidades con un arma como esa. Mirad a Jason Voorhees, usar algo tan básico como un machete no le ha impedido ser un icono del terror.

    De un momento a otro, Charlie y yo pasamos de gritarnos a mirarnos atónitos. Una dulce joven como era Pamela no tenía pinta de ser una fanática del terror. Sin embargo, por algún motivo que aún desconozco, hicimos justo lo que ella dijo. Taché en el cuaderno todas las veces que la palabra "motosierra" aparecía, para cambiarla por "machete".

Érase una vez mi asesinatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora