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Una semana había pasado desde que Carla y yo almorzamos en Almería

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Una semana había pasado desde que Carla y yo almorzamos en Almería. Fue un momento increíble, pero el tiempo no espera a nadie, especialmente en el mundo del fútbol. El viernes siguiente jugamos contra el Celta de Vigo, y afortunadamente, fue otro buen partido. El equipo ganó y yo anoté un gol importante. Había alegría por todas partes, y después del partido, el ambiente era eléctrico.

Sin embargo, a pesar de la emoción por el gol y el resultado, mi mente seguía volviendo a Carla. Estaba en casa, solo, y no podía dejar de pensar en ella. Desde el almuerzo, me di cuenta de que ella tenía algo especial, algo que me hacía sentir tranquilo y emocionado a la vez. Me di cuenta de que me gustaba estar con ella, pero había dos razones por las que no quería decirle lo que sentía.

La primera era el miedo al rechazo. No quería que nuestras interacciones cambiaran si ella no sentía lo mismo. Habíamos desarrollado una conexión, y la idea de arruinarla porque yo quería más era aterradora. Carla era alguien con quien me sentía a gusto, y no quería perder eso.

La segunda razón era mi carrera. El fútbol profesional es intenso y exige mucho de ti. Los entrenamientos, los partidos, la presión constante por rendir bien... todo eso podía complicar cualquier tipo de relación personal. Sabía que cualquier distracción podría afectar mi rendimiento, y no quería que mis sentimientos por Carla se convirtieran en una carga para ella ni para mí.

Estaba sentado en mi sofá, con la televisión encendida pero sin prestarle atención. Mi teléfono estaba a mi lado, y me encontré mirando su contacto en mi lista de mensajes. Habíamos hablado desde el almuerzo, pero no tanto como me hubiera gustado. Ella también estaba ocupada con su trabajo, y ambos teníamos nuestras vidas separadas del campo de fútbol. Sin embargo, algo en mí quería enviarle un mensaje, solo para ver cómo estaba.

Pero luego me detuve. ¿Y si era demasiado pronto para mostrar mis sentimientos? ¿Y si arruinaba lo que teníamos? Estas dudas me mantenían en silencio, a pesar de que quería saber más de ella. Sabía que tenía que ser cuidadoso, que no podía precipitarme.

Suspiré, tratando de centrarme en otras cosas, pero cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Carla volvía a mi mente. Su risa, su sonrisa, la forma en que hacía que incluso el día más agitado se sintiera más llevadero. Me daba cuenta de que me gustaba realmente, pero no sabía qué hacer al respecto. La incertidumbre me mantenía en nervioso, y sabía que tendría que encontrar un equilibrio entre mis sentimientos y mi carrera.

Por ahora, decidí mantener las cosas como estaban. Seguiría siendo su amigo y disfrutaría de su compañía cuando tuviéramos la oportunidad. Pero en el fondo, sabía que eventualmente tendría que enfrentar mis sentimientos y decidir si valía la pena el riesgo. Hasta entonces, me contentaría con el recuerdo del almuerzo en Almería y la promesa de más momentos como ese en el futuro.

Sabía que necesitaba un consejo y alguien con quien hablar. Así que decidí llamar a Camavinga, uno de mis mejores amigos en Madrid.

Camavinga siempre había sido una de las personas más confiables del equipo. Además de ser un gran jugador, también tenía una manera relajada de abordar las cosas y sabía escuchar. Le envié un mensaje rápido para ver si estaba libre para pasar por mi casa y jugar al FIFA. Pensé que un rato de videojuegos y una charla con un amigo me ayudarían a despejarme y a poner en orden mis pensamientos.

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