Capítulo O1

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No era habitual que Jimin se sintiera frustrado.

En realidad, raramente lo asaltaba ese sentimiento de insuficiencia, conseguir lo que se proponía era la base de su existencia y tener errores en cualquier aspecto de su vida, lo catalogaba como inaceptable.

Ni siquiera se había levantado, seguía recostado sobre la red de protección en la que rebotó al no lograr sostenerse adecuadamente de la barra suspendida; su agarre fue vago, sus dedos no se engancharon y sufrió una caída hacia el vacío que lo hizo rabiar.

Hastiado, se desenredó las vendas de las manos, liberándose del amarre y luego rodó como tronco por la malla hasta llegar al borde. Estaba molesto consigo mismo, no le gustaba fallar y era intolerable que un profesional de su categoría todavía tuviese errores de precisión.

Se sentía un tonto a pesar de que el desacierto se suscitó en el entrenamiento y no en medio de una presentación. Casi nunca le ocurría frente al público, cada movimiento en el aire era exacto, meticulosamente estudiado y normalmente, los aplausos llegaban con cada acrobacia que realizaba.

Park Jimin, el hermoso trapecista que robaba suspiros y llenaba la gradería del circo con sus espectáculos.

Ese chico que llevaba doce años practicando, aquel que presumía una excelente condición física, además de una bendita fisonomía gracias al arduo trabajo en el ejercicio. Tenía una flexibilidad envidiable, una confianza impresionante y las luces de los reflectores siempre apuntaban a él cuando aparecía al centro de la gigantesca carpa.

Totalmente inigualable... y arrogante.

Porque sí, en ocasiones le costaba un poco mantener la preciada humildad, hubo un giro en su forma de ser, ya no era ese niño amigable que le caía bien a los demás.

Su carácter se fortaleció, volviéndose un hueso duro de roer, bastante selectivo e impaciente, un joven de veintidós años que vivía orgulloso del propio éxito obtenido, de su familia y de su profesión.

La estrella más reluciente de las noches.

—Amor, ¿todo bien? —su madre aún conservaba el tono dulce al hablar.

Se le acercó en cuanto lo vio sentado a la orilla de la red.

—Sí, está perfecto —espetó, quitándose la liga del cabello.

Su rodete se deshizo y los cabellos rubios cayeron.

—Fue un mal cálculo, a todos nos pasa —Ariana se encogió de hombros—. ¿Quieres intentarlo de nuevo?

—No, creo que es suficiente por hoy —murmuró, limpiándose el sudor de la frente—. Que los demás practiquen sin mí, estoy cansado.

—Como gustes —le sonrió cariñosamente y no se resistió a pellizcarle la mejilla—. Cada vez lo haces mejor, ¿lo sabías?

Adoraba los cumplidos que su progenitora le hacía, eran los más sinceros y desinteresados del universo.

El calor maternal lo invadió de pies a cabeza.

—Doy lo mejor de mí, eso lo aprendí de ti —respondió con nostalgia.

Definitivamente, extrañaba compartir el show con ella.

Cuando Jimin cumplió los diecisiete años, la señora Park tuvo que retirarse de los actos aéreos, su resistencia había disminuido conforme a la edad y ya era peligroso exponerse a las caídas que cada vez se hacían más frecuentes.

Era natural, todo ciclo se cerraba.

Aun así, gracias a su vasta experiencia aunada a la destacada herencia familiar, los dueños del circo le dieron la oportunidad de unirse como auxiliar principal, haciéndola responsable y líder del grupo de trapecistas.

it's all an act 𐙚 kookmin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora