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Un nuevo día. Los primeros rayos del sol se cuelan por la ventana, iluminando suavemente la habitación y acariciando mi rostro con una calidez reconfortante. Es un recordatorio silencioso de que, a pesar de todo, la vida sigue su curso.

Me estiro desperezándome, sintiendo cómo cada músculo se activa tras la quietud de la noche. Con un profundo bostezo, me levanto decidido a enfrentar lo que sea que el destino tenga preparado para mí.

Hoy no hay tiempo para perezas; el local ya está abierto, gracias a Mariana, que, como siempre, llega a tiempo, con la puntualidad y eficiencia que le caracteriza.

— Buen día, Mariana — Lo saludo mientras me deslizo detrás del mostrador para ayudar a limpiar las mesas. El me responde con una sonrisa tranquila, de esas que solo sabe dar el.

— Buen día, patrón.

Mientras el sol continúa su ascenso, las calles comienzan a llenarse de vida, y poco a poco, los clientes habituales van apareciendo.

Aprovecho un momento de calma para escabullirme hacia mi oficina, mi refugio donde las responsabilidades me aguardan en silencio.

Pelusa, mi leal compañera felina, me recibe con un maullido suave, casi como un susurro que me asegura que todo estará bien. Su presencia es un bálsamo en medio del caos, una constante que me recuerda que, pase lo que pase, no estoy solo en esto.

— Gracias, Pelusa — murmuro, mientras acaricio su lomo con ternura. Sus ronroneos son la única motivación que necesito para enfrentar la montaña de papeles que me espera en el escritorio.

Los documentos están desordenados, formando pilas que parecen no tener fin. Facturas, reportes y formularios exigen mi atención, pero justo cuando estoy a punto de sumergirme en ese mar de cifras, un pensamiento fugaz me asalta: he olvidado mi almuerzo en la planta baja.

Mi estómago protesta, recordándome que el tiempo ha pasado más rápido de lo que creía. Es un murmullo persistente que no puedo ignorar, así que me levanto decidido a recuperar mi comida.

Bajo las escaleras y, para mi sorpresa, allí está Juan. Su presencia, inesperada y desarmante, me deja sin palabras.

— Hola, Spreen — me saluda con esa voz que tiene la capacidad de desconcertarme por completo.

Intento responder, pero todo lo que consigo es un leve movimiento de mano, una reacción que ni siquiera llega a ser un saludo.

Mariana me observa con curiosidad. Sin embargo, no dice nada, solo se mantiene al margen, como si supiera que hay algo más profundo detrás de mi silencio.

Entro a la cocina en busca de un escape y allí está Mayichi, como siempre, atenta a lo que necesito. Me extiende un termo de café, negro, fuerte, sin leche ni azúcar. Justo como me gusta. Suspiro, agradecido, mientras ella me mira con el ceño fruncido, visiblemente preocupada.

— ¿Qué sucede, patrón? — su voz es un hilo de preocupación genuina.

— Nada — respondo, pero incluso yo puedo escuchar lo vacío que suena. Mis palabras no logran tranquilizarla, y su preocupación se hace más evidente. Tomo mis empanadas con una mano, mientras con la otra sujeto el termo de café como si fuera un ancla que me mantiene a flote.

El tiempo pasa rápido, y cuando vuelvo a mi oficina, las horas han volado. El reloj marca las 11:30 p. m. y decido bajar para asegurarme de que todo esté cerrado. Pero, para mi sorpresa, Mariana y Mayichi me están esperando, con miradas que exigen respuestas.

— Patrón... ¿Qué pasa? — pregunta Mariana, su tono firme, dejando claro que no aceptará evasivas esta vez.

— Nada — repito, aunque sé que no les estoy haciendo ningún favor con esa respuesta. Ellos, que me conocen bien, no se dejan engañar.

— Sabemos que algo le sucede — insiste Mayichi, su voz temblorosa, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental. — Ya lleva días encerrado, aislado... Y estamos preocupados. Al menos yo lo estoy. Si no nos dice qué le ocurre, me sentiré impotente, incapaz de ayudarlo — sus ojos se llenan de lágrimas, reflejando una preocupación sincera que me golpea en lo más profundo.

— ¿Es que no nos tiene confianza? — interroga Mariana, su mirada se oscurece por la duda, por el miedo a una posible traición.

— Claro que sí, Mariana... — suspiro, sabiendo que no puedo seguir ocultando la verdad. — Es solo que... — mis palabras se arrastran, como si pesaran toneladas, y desvío la mirada hacia el suelo, buscando en los azulejos una distracción inútil.

— ¿Qué es lo que sucede? — pregunta Mayichi, con el brillo en sus ojos opacado por la preocupación.

Respiro hondo, sabiendo que el momento ha llegado. No puedo seguir ocultándolo, ni de ellos ni de mí mismo.

— Estoy enamorado — confieso finalmente, sintiendo que cada palabra me quema la garganta. — De Juan. Y eso... eso me da miedo — quiero llorar, pero me esfuerzo por mantener la compostura, porque yo no lloro, no en frente de ellos, ni de nadie.

Love Me, Just Give Me a Kiss [Spruan] MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora