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Mariana y Mayichi se miran, sus ojos reflejan una mezcla de sorpresa y emoción ante mi confesión

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Mariana y Mayichi se miran, sus ojos reflejan una mezcla de sorpresa y emoción ante mi confesión. La tensión en el aire es palpable, como una cuerda a punto de romperse. Por un instante que parece eterno, nadie se atreve a romper el silencio. Finalmente, Mariana da un paso adelante, su expresión se suaviza, y sus ojos, llenos de comprensión, me envuelven como un manto reconfortante.

—Patrón, el amor no es algo de lo que uno deba huir o temer —dice con una voz cargada de sabiduría, cada palabra resonando como una verdad ineludible—. Es natural, y a veces, nos sorprende cuando menos lo esperamos.

Mayichi asiente, acercándose con una bandeja en la mano. Su sonrisa es un intento de aliviar la carga del momento, una chispa de luz en medio de la tensión que flota en la habitación.

—Y además, ¿quién podría culparlo? El Sr. Juan es un hombre encantador —comenta, su tono ligero como una brisa suave, mientras deja la bandeja sobre la mesa.

Me quedo en silencio, asimilando sus palabras. Es verdad, Juan tiene esa cualidad magnética, un carisma que atrae a todos los que lo rodean. Pero hay algo más que me inquieta, algo que he guardado en lo más profundo de mi ser y que ahora lucha por salir a la superficie.

—Pero... ¿y si él no siente lo mismo? —mi voz apenas es un susurro, pero el peso de mis dudas es innegable.

Mariana se acerca aún más, colocando una mano cálida y firme en mi hombro. Su toque es un ancla en medio de mi tormenta interna.

—Ese es el riesgo, patrón —dice, con una calma que sólo la experiencia puede brindar—. Pero vivir en la incertidumbre es peor que enfrentar la verdad, incluso si duele. No saber puede ser un tormento más grande que cualquier rechazo.

—Patrón, siempre nos ha enseñado a ser valientes, a no dejar que el miedo nos domine. Tal vez sea el momento de que siga su propio consejo.

Sus palabras resuenan en mi mente como un eco persistente. Tienen razón. He pasado tanto tiempo escondido tras los muros que he construido, evitando el dolor, el riesgo, cualquier cosa que amenace mi zona de confort. Pero vivir así ya no es suficiente.

—Gracias —digo finalmente, sintiendo cómo un enorme peso se disuelve de mis hombros—. Mañana hablaré con Juan. Sea cual sea el resultado, todo estaré bien.

En ese momento, un suave tintineo de las puertas del local me sobresalta

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En ese momento, un suave tintineo de las puertas del local me sobresalta.  Trato de cubrir mi boca para no hacer el más mínimo ruido, pero la revelación es inescapable.

—No puede ser... A Spreen... le gusta Juan —murmuro para mí mismo, sin poder creer lo que acabo de escuchar. Mi corazón late con fuerza mientras intento decidir qué hacer. No puedo quedarme aquí, no deben saber que escuché todo esto.

Abrazan al oso por los hombros, ríen con una complicidad que parece haberse fortalecido en los últimos minutos. Mayichi se despide con un gesto alegre, y aunque no puedo ver el rostro de Mariana desde mi escondite, sé que también está sonriendo.

—Hasta mañana, patrón —dice Mayichi con una mano en alto.

—Espérame, men. Te acompaño. Nos vemos, patroncito —responde Mariana, alejándose sin mirar atrás.

En la penumbra de la noche, distingo su peculiar sonrisa, ese brillo efímero que desaparece en cuanto dirige su mirada hacia el bosque, como si la oscuridad lo consumiera por completo. Pero algo cambia, su mirada se fija en mí. No, no, no. Esto no puede estar pasando.

Empiezo a caminar, intentando mantener la calma. Debo llegar a los portales antes de que me alcance. La adrenalina recorre mi cuerpo mientras esquivo ramas y evito a los mobs que acechan en las sombras. Casi puedo sentir su presencia detrás de mí, pero el portal está cerca, lo suficientemente cerca para escapar.

—¿Adónde vas? Ya es bastante tarde. ¿No deberías estar en tu pueblo? A menos que seas de este —su voz resuena a mis espaldas.

No lo mires. Solo sigue caminando. ¿Qué le importa? Mi pie roza el borde del portal mientras miro hacia el otro lado, asegurándome de que esté todo en orden antes de desaparecer. Gracias a Dios que traje una máscara.

Finalmente, puedo caminar tranquilo. Mi intención era ir directo a casa, pero la tentación del chisme es demasiado fuerte. Tomo otra ruta, y cuando llego a la imponente mansión de mármol blanco y vidrio, no puedo evitar reírme en silencio. Dejo la máscara en mi mochila antes de tocar el timbre.

El sonido resuena en la casa, y puedo escuchar cómo alguien maldice al de arriba desde el otro lado. Una melena con degradados de café a rubio aparece en la puerta. Sin siquiera mirarme, asume quién soy.

—Ocho, ya te dije que no tengo más cuarzo. ¿Ah? ¿Qué haces tú aquí? —me examina de pies a cabeza, notando mi ropa rasgada—. Pasa —dice, haciéndose a un lado para que entre. Arrastra sus pantuflas de gatito hasta lo que parece ser la cocina—. ¿Quieres café?

—No vine aquí por tus... dotes culinarios, Aricita —respondo con una leve mueca.

Ella me observa en silencio, esperando que continúe.

—Bien —dice, clavando un cuchillo en la mesa con una fuerza sorprendente—. ¿Qué mierda quieres?

—Sembrar el caos. Como en los viejos... —respondo, dejando la frase en el aire.

—Y buenos tiempos.

Ella sonríe, pero no es una sonrisa amigable. Es esa sonrisa peligrosa que invita a confiar solo para arrastrarte al abismo.

—¿Qué tienes para mí? —pregunta, su tono casi casual.

—Un... chismesito.

Ella tararea una canción mientras me mira expectante.

—Spreen está enamorado de Juan —digo, y su sonrisa se desvanece.

Por un momento, su rostro se desconcierta, como si estuviera calculando los miles de planes que podrían desencadenarse a partir de esta información. Pero, al igual que llegó, el pensamiento se desvanece.

—Mmm, bien. Veré qué puedo hacer.

Asiento, agradecido, pero ella no devuelve la sonrisa. Me acompaña hasta la puerta, y antes de cruzar el umbral, toma mi mano con fuerza, sus uñas clavándose en mi piel. Sus ojos, grandes y oscuros, me penetran con una intensidad casi desesperada.

—Te advierto. Si me perjudicas, te mandaré a arder. Lo que suceda de ahora en adelante dependerá de mis acciones, pero recuerda: serás el primero en caer.

—Estoy seguro de que así será. Hasta mañana —respondo, sin perder la compostura, aunque por dentro, una pequeña llama de inquietud comienza a arder.

 Hasta mañana —respondo, sin perder la compostura, aunque por dentro, una pequeña llama de inquietud comienza a arder

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Love Me, Just Give Me a Kiss [Spruan] MpregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora