La sirena siguió lamiendo la pierna del chico, fingiendo que todavía estaba preocupado por curar la zona. Una rápida mirada al rostro de Satoru le indicó que su pececito estaba ido, con los ojos entrecerrados y vidriosos, suspirando con la boca abierta. Suguru observó la boca rojiza del chico una última vez. No podía distraerse más de la cuenta, pues había un premio más suculento que lo estaba llamando. La sirena tenía que poner sus labios ahí aunque le costara la vida.
Y eso fue lo que hizo.
—¡Ah!
Satoru abrió los ojos como platos incluso desde su actitud adormecida, soltando una de las manos que sujetaban los barrotes para lanzarla sobre la cabeza de la sirena y agarrar la maraña de cabello negro. Una boca traviesa lamía sus fluidos y los arrastraba por todo su sexo, esquivando esa pequeña protuberancia que latía casi tanto como su corazón. Satoru lo sentía todo con demasiada intensidad y estaba seguro de que iba a perder el conocimiento. Negando con la cabeza, el chico intentó alejar la cabeza que agarraba con un puño.
—No... —gimoteó Satoru.
El tacto de Suguru no había sido demasiado agresivo en toda la noche. Violento y repentino, tal vez. No pretendía hacer daño a Satoru y tenía lo que quería justo donde lo quería, pero las cosas podían cambiar si el chico seguía negándole lo que necesitaba.
Debería haber tomado a Satoru antes, mucho antes.
Con un renovado mal humor, Suguru tomó al chico de sus nalgas, casi elevándolo en el aire y presionando ese delicioso coño contra sus labios. La sirena suspiró al sentir más fluidos golpear sus labios y relajó su postura. El chico estaba tan mojado que ya empapaba gran parte del rostro de Suguru, un pequeño río de saliva y más fluidos resbalando por la barbilla de la sirena. Suguru pensó que así debía sentirse un humano sediento cuando bebía agua dulce.
Satoru, por su parte, estaba en otro lugar del planeta. Sus piernas, abiertas y presionadas contra los fríos barrotes, no dolían. Su trasero, agarrado entre dos fuertes manos afiladas, no dolía. Cualquier golpe que se hubiera dado en toda la noche no dolía. Una de sus manos seguía sujetando el cabello de la sirena con abandono. Su propia cabeza pesaba demasiado como para mantenerla derecha y Satoru se dedicaba a moverla de un lado a otro o a apoyarla contra uno de los barrotes.
Placer.
Ni con todos los atractivos mozos y hermosas doncellas de los puertos juntos había sentido Satoru tanto placer.
La punta de la lengua que no dejaba de torturar su entrepierna se detuvo en un pequeño orificio que parecía respirar con vida propia. El húmedo agujero se expandía y relajaba como si buscara algo, como si el coño de Satoru necesitara sentir algo en su interior.
A Suguru le resultó adorable.
Sin esperar a que Satoru se acostumbrara a la sensación, la sirena introdujo su alargada lengua de una estocada. Sobre su cabeza, el chico soltó algo muy parecido a un alarido, pero no dijo nada más.
Si el olor y el sabor de Satoru eran exquisitos por fuera, por dentro eran un manjar. Suguru lo notó desde el primer día. Notó que el pequeño humano era algo especial. También notó las piernas largas y delicadas de Satoru moverse alrededor de su celda mientras él pretendía dormir. No era una parte del cuerpo de los humanos que le llamara especial atención, pero fue ver al chico con esa ridícula tela sobre su cuerpo dejando tantas zonas sensibles al alcance, entrar en su prisión como si nada, y decidió que tenía que poseerlo.
Tal vez era la soledad de una sirena que no viajaba junto a ninguna otra colonia o tal vez era la época de apareamiento aproximándose, pero Suguru notaba su cordura desprenderse de su cerebro poco a poco.
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La noche tiene escamas
FanfictionSatoru tiene una rutina que mantiene a rajatabla. Todo lo normal que puede ser tu rutina si tienes un poder especial y acabas secuestrado por un puñado de piratas, claro. Pero Satoru lo tiene asimilado. De verdad que sí. Sólo tiene que utilizar su p...