La ambición del capitán sí tenía un límite después de todo: su estómago. El alimento empezó a escasear y toda la tripulación tuvo que plantearse parar en sus ansias de búsqueda de tesoros. Primero, demostrando que atrás había quedado el recuerdo del pirata muerto, avisaron a Suguru de que iban a desembarcar y que alguien se quedaría con él. Satoru se negó en rotundo, alegando que había trabajado duro durante semanas y que merecía su espacio. Sorprendentemente, el capitán decidió ser comprensivo y aceptó.
No era como si el capitán contara con decenas de hombres fieles dispuestos a lamerle las botas por mucho rechazo que todavía les causara la sirena. Para nada. Qué va.
Satoru sintió la necesidad de ir a visitar a Suguru antes de desembarcar para restregarle en la cara que él sí tenía una vida, que su presencia no afectaba al chico tanto como él pensaba.
Y que Satoru podía satisfacer sus necesidades más primarias por su cuenta.
Tras pensarlo unos segundos, se dio cuenta de que sonaba ridículo. Era ridículo, ¿verdad? Satoru no tenía que demostrarle nada a nadie. Estaba teniendo una racha extraña. Nada más. Todavía se removía en su cama sin poder dormir, sintiendo lava fundida agolparse en su bajo vientre y haciéndole sudar. El mínimo roce en su entrepierna le hacía cerrar los ojos con fuerza y apretar los dientes, la sinuosa imagen de la sirena sonriéndole en su cabeza.
Era obra de Suguru sin ninguna duda. Maldita criatura marina. Pero más allá de eso y de la forma en la que Satoru contenía el aliento justo antes de abrir la puerta de las celdas que mostraba a la sirena, ¿había ocurrido algo raro últimamente? No.
Todo eran pequeños detalles tontos que desaparecerían con el tiempo. ¿Y qué mejor forma de adelantar el proceso que despejando su mente en un nuevo puerto?
Bueno, el puerto no era nuevo, observó Satoru mientras bajaba por el muelle. Pero era el típico puerto que los piratas preferían no atacar, manteniendo un perfil bajo y haciéndose pasar por simples marineros. Él mismo llevaba un ridículo sombrero que cubría la mayor parte de su cabello y su semblante. No podían correr riesgos, según el capitán.
Satoru todavía se preguntaba cómo les había funcionado durante tantos años cuando tenían pinta de todo menos de humildes marineros que salían temprano a pescar.
El mercado era grande y estaba repleto de personas incluso en las primeras horas del día. El sol ni siquiera estaba en lo más alto del cielo y Satoru ya estaba sonriendo con picardía.
Oh, qué fácil sería perderse.
Un agarrón en su hombro detuvo a Satoru en seco y el chico se giró dispuesto a encarar a su atacante. El capitán le devolvió la mirada.
—Ya sabes cómo va esto, Satoru. Puedes alejarte, pero no mucho. ¿Entiendes lo que te digo?
Satoru puso los ojos en blanco.
—¿Qué se me ha perdido aquí? —preguntó el chico a modo de respuesta—. Sabes que siempre paso horas en el mercado antes de volver al barco. Dinero.
Eso último no fue una pregunta. Satoru no iba a pasearse por un puerto grande sin algunas monedas encima y tenía que reponer su armario. Alzando una mano con la palma hacia arriba, Satoru esperó a que el avaricioso capitán le entregara algo.
Refunfuñando palabras que sonaban a niñato y mocoso, el hombre buscó en sus bolsillos y sacó un pequeño saco que depositó en la mano de Satoru. El chico sopesó el contenido entre sus dedos y asintió. Podría haber sido mejor, pero tampoco iba a quejarse.
Satoru había reconocido el puerto desde la distancia y recordó quién vivía allí. Su objetivo principal no era pasar la mañana comprando. Eso podía hacerlo en un segundo.
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La noche tiene escamas
FanfictionSatoru tiene una rutina que mantiene a rajatabla. Todo lo normal que puede ser tu rutina si tienes un poder especial y acabas secuestrado por un puñado de piratas, claro. Pero Satoru lo tiene asimilado. De verdad que sí. Sólo tiene que utilizar su p...