Killian
Me encontraba aquí, en el mismo café de siempre. Un lugar en las afueras de la ciudad londinense, perteneciente a uno de los pueblos de los alrededores.
Un sitio pequeño al que siempre venía con Nathan y en ocasiones con Michael. Nunca o casi nunca lo hacía solo, hasta que la vi por primera vez.
Ahí estaba ella nuevamente, mientras la observaba por casi la hora que permanecía sentada en una de las sillas del lugar, sin distraerme, captando cada detalle que me brindaba. Sin saber que estaba siendo observada por un extraño.
Había llamado mi atención una chica hermosa de rostro sumamente bello y angelical. Desprendía una inocencia que me arrastraba hasta ella, sin control y, aunque muchas veces me había dicho a mí mismo que tal vez sería imposible lograr mi objetivo, allí estaba, sentado en el mismo lugar al que ella llegaba todos los días en compañía de su amiga.
Ni siquiera sabía si lo era, pero lo imaginaba. Era la única que la acompañaba día tras día, y después de beber sus cafés y charlar por mucho tiempo, se marchaban.
Ese día tardaron más que de costumbre. Podía observarla y escuchar su conversación durante horas, de ser necesario.
Nada para mí era más agradable a la vista y, obviamente, de tanto contemplar su hermoso rostro, lo podía describir perfectamente. Tanto, que si hubiera tenido dotes de pintor, hubiera podido dibujar cada detalle de él sin tener que verla ni un segundo más.
Su rostro angelical estaba dibujado en mi mente.
Así me tenía la hermosa niña de cabellera castaña abundante y extremadamente larga. Siempre la llevaba hecha un moño que luego enrollaba en la base, sin embargo, era fácil imaginar lo que escondía aquella liga que lo mantenía preso.
Su color lucía totalmente natural, como si nunca le hubiera teñido. Y estaba seguro, porque en todo este tiempo nunca vi un tono distinto en su raíz. La chica era una de esas reliquias auténticas. Bellezas naturales que todavía ocupaban este mundo corrupto, y que, sin embargo, aún se mantenían intactas.
Algo muy difícil de creer, pero cierto.
La tentación era tan grande que deseaba escuchar más sobre ella. Cualquier cosa que revelara más de lo que ya conocía. Así que sin pensarlo un segundo más, me puse de pie en uno de esos momentos en los que ambas reían, distraídas, y me acerqué a una de las mesas más cercanas. No tanto, me mantuve a una distancia prudente, pero desde donde estaba podía escuchar a la perfección todo lo que hablaban.
«Mi linda y dulce corderita, serás mía».
Saboreé cada letra de la expresión en mi mente y mis ojos buscaron sus labios. Tragué grueso al contemplar el color rosado que los cubría, y volví a esconder mi rostro con el periódico que permanecía alzado frente a mí, sujeto por mis manos.
Tuve que hacerlo para no ser descubierto en mi insistencia, ya que por un instante su mirada dejó de prestar atención a la amiga, y se enfiló en mi dirección.
Apreté los dientes para evitar carraspear. Mi garganta estaba seca y podía sentir cómo cada músculo de mi cuerpo se había contraído. Incluso la parte media de mi cuerpo había comenzado a palpitar.
«¿Qué me estás haciendo?».
Era la pregunta que se repetía en mente al bajar la mirada y contemplar las palpitaciones que se desataban en mi entrepierna.
No es posible que me hiciera comportar como un maldito enfermo mental. Yo no era hombre de estar maquinando esas cosas, muy por el contrario, era varón de acción, y mucha. Lo que quería lo tenía, fuera como fuera. Nada me era negado ni yo lo permitía.
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Arrástrame a tu infierno
Любовные романы-La escucho, hija. -Vengo a confesarme, padre. He pecado ante los ojos de Dios y he sido débil cediendo a los deseos de la carne. En mi cuerpo solo se aloja el deseo y la lujuria. No puedo dejar de sentir que estoy poseída por el mismísimo satanás...