Avie
—¡Corazón, ven a la mesa! Ya la cena está servida.
Chilla mi madre desde el amplio salón de la casa, ya que las habitaciones se encuentran en el segundo piso. Siempre lo hace, aunque a mi padre no le gusta que lo haga.
Todos los días cenamos a la misma hora y se supone que ya debía estar abajo.
—Debo dejarte, Stef. Tengo que bajar a cenar —hablo en susurro, mientras camino hasta la puerta y saco la cabeza por fuera.
—¡Enseguida bajo, mamá! —respondo y me vuelvo a meter.
—Nos vemos mañana, después del colegio.
—Nada de vernos mañana, después del colegio. He dicho que más tarde te llamo.
—Stefanny, basta ya. Si hablamos, no será para que me sigas repitiendo lo mismo —respondo ya cansada de la misma letanía.
Solo hace quejarse de mi modo de vida, aunque no es el de ella.
Pongo los ojos en blanco y, rápidamente, abandono la expresión, cuando me percato de que mi comportamiento no está bien. Soy una chica religiosa y temerosa de Dios, pero mi amiga, en ocasiones, por más que rehúyo, logra sacarme de paso.
—Y cuidado con no atenderme, señorita, o soy capaz de ir hasta allá y lanzar piedras a tu ventana.
«¡Señor bendito!».
—¿Te has vuelto loca? —mascullo entre dientes, al tiempo que miro hacia la puerta.
Uno de mis padres debe estar al aparecer por ella, y de suceder, no me irá muy bien. Tendré que aguantarme uno de sus sermones.
—No me he vuelto, lo soy. Estoy loca y de remate, así que ya lo sabes. No me atiendes y no respondo.
Sonrío con su ocurrencia. Aunque sé perfectamente que está algo loca. Esta amiga mía es muy capaz de hacerlo, y sería lo que falta para que mis padres me prohíban andar con ella.
Sin eso ya la tienen en la mira.
—Está bien, loca. Sé que algo te falta en esa cabeza y se llama cordura. Pero en serio, necesito bajar o vendrán a ver cuál es el motivo de mi demora. Hablamos más tarde.
—Bueno, acaba de bajar. Yo también voy a cenar en un rato —respiro aliviada.
—Bye.
—Bye, nada. Hasta luego. Es más, iré a tu casa.
—¿Qué?
—Lo que oíste. En un rato estoy allá.
Corta la llamada sin darme tiempo a objetar y dejo el móvil sobre la cama. Tengo prohibido ir con él a la mesa. A mi padre puede darle un infarto si en medio de la cena lo siente timbrar, y no estoy exagerando.
En esta casa es así. Todo es rígido y las reglas son de estricto cumplimiento.
Luego de eso, hacemos una pequeña sobremesa en la que nos contamos las cosas de relevancia ocurridas en el día, aunque ellos solo cuentan lo que les conviene, mientras que yo debo decirlo todo. Después, en una hora máximo, mi madre hace un poco de café y lo tomamos frente a la tele.
Ese es el momento para hablar sobre la iglesia y de si tenemos alguna tarea asignada.
Día tras día acontece de la misma manera, a no ser que en vacaciones, me vaya unos días para la casa de una de mis tías, por parte de madre.
En ese momento todo se complica y mi vida se vuelve más cuadrada de lo que ya es, pues mi tía es una religiosa con un alto grado de fanatismo, viuda y sin hijos.
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Arrástrame a tu infierno
Romance-La escucho, hija. -Vengo a confesarme, padre. He pecado ante los ojos de Dios y he sido débil cediendo a los deseos de la carne. En mi cuerpo solo se aloja el deseo y la lujuria. No puedo dejar de sentir que estoy poseída por el mismísimo satanás...