Killiam
A penas puedo dormir cuando llega la noche. Una y otra vez mi mente recrea la imagen de la hermosa castaña, sentada a la mesa. Es como si tuviera su imagen frente a mí.
Y así pasa la noche, hasta que caigo rendido. No sé ni cómo ni cuándo, solo sé que despierto en la mañana y lo hago con una hermosa imagen ocupando mi mente. La única que hasta hoy ha logrado nublar mis sentidos.
—Avie —lo pronuncio en voz alta.
Sonrío, después de saborear las letras, y me alzo para salir de la cama. Debo ir temprano a la empresa. Tengo algunos asuntos importantes que resolver.
Ya listo, salgo de la habitación, y voy directo a la cocina. Al entrar, encuentro a mi madre junto a la empleada. Al parecer, dándole instrucciones.
—Buenos días para las rosas más hermosas de esta casa —llego hasta ella y beso su frente, mientras le dedico una mirada a Alice.
—Y las únicas, porque además de Alice y de mí, no hay otras mujeres en esta casa.
—Aun así, son las más bellas —afirmo, mientras me siento a la mesa.
—Y que se te ocurra decir lo contrario —mi madre habla y los tres reímos. Ella también se sienta a la mesa. Alice comienza a servir el desayuno.
—¿Cómo amaneció el señorito?
—Deja de llamarme así, Alice —me quejo—. Ya crecí y de señorito no tengo ni uno solo de mis cabellos. Vengo fo...
—Más respeto con Alice, hijo —me interrumpe mi madre, haciendo un ademán con una de sus manos.
—No pasa nada, señora. Soy vieja, pero no estoy muerta. Sé muy bien lo que el señorito quiso decir y no me molesta.
—Alice...
—¿Ves, madre? —sonrío—. A ella le gusta. Sigue llamándome de la misma manera.
—Tan viejos y parecen dos niños pequeños —ahora es mi madre quien se queja.
Cada mañana esta escena es de esperar. Alice me llama señorito y yo le suelto algún disparate, pero esta vez la señora Margaret no me dejó. Ese es el nombre de mi señora madre.
—¿Y papá? —cambio el tema—. ¿No desayunará con nosotros?
—No, hijo. Thomas viajó. Se fue temprano a París.
—¿A París? —cuestiono con extrañeza—. ¿Y eso? ¿Qué sucedió?
—Dice él que nada, que solo fue a visitar a Orson.
—Es entendible que haya sentido ganas de ver a mi hermano, mamá. No olvidemos que también es su hijo.
—No, si no lo olvido, ¡que va! —hace una mueca. Sé que no le gusta mucho hablar sobre el tema. Hacerlo le recuerda los cuernos gigantes que les montó mi padre—. ¿Crees que puedo olvidar algo como eso?
—A ver, mamá, mejor cambiemos de tema, ¿sí? Sobre esto hemos hablado infinidad de veces. No es mi intención incomodarte.
—Sí, será lo mejor. De lo contrario mi mañana terminará arruinada —habla y lleva a la boca el primer sorbo de la bebida tibia que ha dejado Alice frente a ella.
Tantos años han pasado y, sin embargo, creo que nunca ha perdonado realmente a papá. Aunque perdonar no significa olvidar y por lo visto ella no ha olvidado.
No lo ha hecho y la entiendo. Aceptar que tu esposo de toda la vida te fue infiel y que producto de esa infidelidad, nació una vida, no es nada placentero.
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Arrástrame a tu infierno
Romance-La escucho, hija. -Vengo a confesarme, padre. He pecado ante los ojos de Dios y he sido débil cediendo a los deseos de la carne. En mi cuerpo solo se aloja el deseo y la lujuria. No puedo dejar de sentir que estoy poseída por el mismísimo satanás...