Capítulo 4: Desespero y Destino.

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- ¡JEONGIN! ¿¡DÓNDE ESTÁS!?.

Jisung corría desesperado entre las altas hierbas del campo, su corazón latía con fuerza mientras gritaba el nombre de su hermanito pequeño. El viento susurraba entre los árboles, pero no había rastro de Jeongin en ninguna parte. Cada paso de Jisung lo alejaba del lugar de origen y lo sumergía más en la oscuridad del campo vacío. Sus ojos buscaban ansiosos entre las sombras, temiendo lo peor. Después de varios gritos desesperados se rindió, no había rastro de Jeongin por ningún lado.

Se sentó en el suelo abrazando sus piernas entre lágrimas.

- No debí dejarlo solo... Soy un idiota. -se regañó a sí mismo-.

En lo lejano escuchó un llanto de un niño pequeño. Sus pensamientos se iluminaron con la esperanza de encontrar a su hermanito.

- ¿Jeongin?...

De nuevo volvió a escucharse el tenue llanto.

- ¡Jeongin, háblame! ¡Soy Jisung!.

Cada vez más rápido, el eco del llanto lo guiaba hacia él. La luna apenas iluminaba su camino, pero su determinación brillaba con fuerza. Con cada paso, el miedo se desvanecía, reemplazado por la esperanza de encontrarlo ileso. Susurros de ramas agitadas por el viento aumentaban la tensión, pero su búsqueda continuaba, alimentada por el lazo fraternal que los unía. Finalmente, entre la maleza, divisó una silueta de un niño pequeño, soltó un suspiro aliviado y corrió hacia aquel lugar donde lo había visto.

- ¡JEONGIN!.

Con ese gritó aquella silueta se volteó dándole la cara a Jisung y éste frenó en seco. Había encontrado a un niño solo en el enorme campo, pero no era Jeongin.

El niño inmóvil sollozando, hizo contacto visual con Jisung, y pudo notar el sufrimiento palpable en sus ojos, una mezcla de miedo y tristeza que parecía demasiado grande para su corta edad.

- Hola...

Trató de acercarse al pequeño, pero éste simplemente se echó a correr asustado.

- ¡Espera! -quiso detenerlo pero al final lo perdió de vista-.

Se detuvo y suspiró tallando sus manos en su rostro analizando todo lo que acacababa de suceder, ¿Y si los militares habían encontrado a Jeongin?...

[...]

La tarde se había vuelto sombría y opresiva. Nubes pesadas cubrían el cielo, derramando una lluvia incesante que convertía el suelo en un mosaico de barro y charcos. En medio de esa cortina gris, una columna de soldados norcoreanos, dirijida por el Sargento Lee, avanzaba con una precisión implacable. Cada paso que daban resonaba como un eco de la historia que estaban a punto de cambiar.

En el horizonte, una línea invisible de tensión se alzaba, dividiendo un país en dos. Este era un momento decisivo, un acto que dejaría cicatrices profundas en la tierra y en los corazones de sus habitantes. Los soldados sabían que su misión no era solo marcar un territorio, sino también imponer un nuevo orden, una nueva realidad. A medida que la columna avanzaba, alcanzaron el punto de destino: un campo abierto que, hasta ese momento, no había sido más que un lugar de paso. Allí, bajo el manto de la lluvia, los comandantes comenzaron a desplegar mapas y a dar órdenes. Las estacas y el alambre de púas se prepararon, simbolizando el nacimiento de una frontera que dividiría familias, vidas, y sueños.

El viento arrastraba las gotas de lluvia, golpeando los rostros de los soldados, pero ellos permanecían estoicos. Su mirada fija en el horizonte, sin permitir que la incertidumbre o el temor los desviara de su propósito. En sus manos, los fusiles se mantenían firmes, como una extensión de su voluntad.

MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora