Cuarto capitulo.

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Soy un asesino.

Beltrán había salido de la sala de interrogación ya que uno de los guardias olvidó un archivo de un sospechoso. Mientras tanto, Hornet se quedó con el último hombre que debían interrogar.

Cuando Beltrán llegó presenció una escena horrible que carecía de moral. Hornet estaba parado a un lado del sospechoso, dejando caer una gota de agua en la frente del esposado.

Gota tras otra, tras gota. El hombre que se llamaba Jaret no dejaba de gritar que se detuviera.
Era una gota inofensiva, pero la mirada del torturado era similar a «la mirada de las mil yardas».

El sospechoso estaba gritando cosas sin sentido, pero para Hornet eran significantes:

—¡Juro que sí quería matar a mi novio, pero no pude hacerlo! Cuando llegué ya estaba muerto —suplicó piedad aquel chico, cada gota en su frente era peor que la anterior.

—¡Bien! ¿Y qué más? ¿Alguien te pidió información sobre él? —preguntó Hornet—. ¡Habla y dí todo lo que sabes!

—¡No sé! ¡Por favor déjenme en paz!

Beltrán actuó rápido, no podía creer como Hornet estaba torturando al pobre muchacho. Quería actuar con su moralidad de policía, cosa de la que carecía Hornet.

—¿Qué se supone que haces? —espetó quitando la botella de agua con un golpe.

—No quería decir nada. ¡De algún modo debía hacerlo hablar!

—¡Por Dios! ¿No tienes sentido humano o qué? —preguntó mientras dejó el archivo en la mesa con un golpe.

—No, simplemente soy un asesino que está haciendo de papel de agente. ¡Por supuesto que tengo mis métodos, Beltrán!

Esas palabras sorprendieron a Jaret, haciéndolo sentir inseguro por aquella afirmación.
—¿Cómo dijo? ¿Un asesino? —preguntó confundido y todavía traumatizado por las gotas en su frente que lo hacían sentir roto.

—Sí, soy un asesino, uno serial. Y sé que tú no mataste a Fausto. Los asesinos reconocemos a uno cuando lo vemos —musitó cerca de su oído, pero Beltrán se interpuso entre él y Jaret.

La cara de Jaret era de horror, no podía creer que aquel hombre que lo torturó no era de la policía. Beltrán al ver su seriedad intentó calmar al pobre chico:

—También es un comediante —dicho ésto, alejó a Hornet hasta la puerta—. Un pésimo comediante.

Ambos se alejaron hasta que salieron del lugar, pues los interrogatorios terminaron.

Se quedaron en el estacionamiento adentro del auto. Beltrán estaba completamente rojo, sentía que la sangre se concentró en su cabeza. No podía creer que Hornet había hecho tal cosa, aunque era de esperarse, era –o es– un asesino.

—No tenías que decir ni hacer eso —comentó aún rojo de la ira—. Fue completamente innecesario.

—Al menos logré hacer que dijeran algo. Ese tal Jaret confesó que sí quería matar a su novio, pero no lo logró. Aunque me interrumpió usted.

—¡Lo único que veo es que tú eres un completo idiota! —respondió harto de su cinismo.

—¡Carajo! ¿Pues qué quieres hacer? —espetó Hornet— ¿Querías que usará métodos normales? ¡Soy un maldito asesino! No entiendo tú actitud sí sabes cómo soy.

No soy policía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora