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Me mandaron a buscar tiempo después. Por lo poco que me comentó Frederick iríamos en busca de respuestas, al parecer los pueblerinos han ocultado sus tesoros y por eso es que vamos a ir a interrogarlos. Antes de salir me agaché para ver debajo la cama y tomar el cuchillo que me habían dado el día anterior, nunca está demás ser precavida. Deposite un beso en la frente de una dormida Jennie y salí silenciosamente de la habitación.
Me reúno en el recibidor con todos los que nos estábamos quedando en la casa a esperar al Capitán. Llegué al encuentro de Frederick que estaba apoyado en la pared viendo no sé que cosa por la ventana.

—Ya estoy aquí Frederick— dije en voz baja.

—Ya puedo verte— tomó mi mano para besarla— Cada día mejor— hizo referencia a mi mano.

—No es como si se me fueran a caer los dedos— agregué solo para molestarlo, él odiaba que hiciera ese tipo de comentarios— Ahora, cuéntame como ha ido la cosa anoche.

—No hay mucho que contar, después de que te marchaste se torno realmente aburrido, y decidí entonces subir a descansar—  fingí que estaba triste por eso.

—Buenas—  un hombre a mis espaldas trataba de obtener mi atención— No nos han presentado, soy Alexandre Olivier Exquemelin, a sus ordenes— se inclinó ante mi.

—Lalisa Manobal, un gusto conocerlo— tendí la mano para darle un apretón y él al contrario se la acerco a su rostro y la beso. Su contacto era tosco y desagradable.

Para mi sorpresa él resulto ser francés, lo deduje por su peculiar acento, un poco bajo y con un bigote igual de gracioso que el del capitán, los años se le reflejaban en su rostro, lo que hacía verlo un hombre bastante mayor y con un poco de aire superior, como todo buen francés.

Gracias a Dios que en ese momento el Capitán hizo su aparición, con cara de pocos amigos pero la hizo, estaba serio y parecía molesto.

—Supongo que ya estarán al tanto de lo que vamos a hacer— expresó con voz fuerte y dura.

—¡Si Capitán!— Respondieron todos gritando al unísono.

-"¡¿Y que hacen ahí parados insectos?! ¡Muévanse a trabajar!— en menos de lo que canta un gallo el recibidor estaba vacío.

—Buen día Lalisa, ¿Cómo ha amanecido?— se dirigió muy amable a mi persona mientras íbamos caminando en la calle.

—Buen día Capitán, he amanecido muy bien, gracias por preguntar.

—¿Y Kim? Seguro le afectaron los tragos de anoche— al parecer si recordaba lo que hacía anoche, lo que puede significar varias cosas, pero la que más me preocupa es su interés en Jennie.

Si antes tenía que estar prevenida, ahora tenía que estarlo el doble, ese hombre perfectamente pudo haber fingido estar borracho para conseguir lo que sea que quiere emborrachando a los demás, incluso puede que sepa que Jennie realmente no tiro su trago en sus pantalones y que he mentido. Tengo que estar alerta.

—En efecto, se ha despertado con un dolor de cabeza horrible, le dije que se diera un baño y que se recostara de nuevo, que con resaca no me era útil— mentí.

—Anoche la celebración estuvo de fábula, lastima que no se quedaron.

—Si tenemos el éxito asegurado el día de hoy, le doy mi palabra de que celebraremos con ustedes toda la noche.

—Lo tendremos Lalisa, prepárese para la celebración— si debo mencionar algo que caracterice a Jean David es que era muy seguro de si mismo, incluso si estaba en desventaja te hacía creer que tenía el poder de pasar sobre ti en cuestión segundos.

Mar Dorado JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora