Su cuerpo es muy cómodo para dormir. Caí dormida entre sus piernas, ella me abrazaba por la cintura mientras yo lo hacía por sus hombros, mi cabeza apoyada en su pecho un poco más arriba de sus senos, que ahora la claridad que entra desde la ventana me deja ver pequeños moratones en ellos, también en su pecho y su cuello, algo leves, pero se puede notar si estás realmente cerca. Hago un camino de besos en todas las marcas que puedo ver, lentamente subiendo hacia su oído para despertarla.

—Buen día mi Luna, es hora de despertar— al principio sólo hace esos gruñidos sobre que no quería levantarse. Volví otra vez a su cuello, mi boca se sentía  seca, sin embargo disfrutaba del contacto que tenía con su piel.

Ella se removió debajo de mi, sus manos paseaban mi espalda con detenimiento, como si estuviera acostumbrándose al contacto de nuevo.

—Eres mala conmigo mi Sol, no me dejas descansar— de quejó sin abrir sus ojos.

—¡Oh! No no no, no estoy despertándote para eso— sonreí aunque ella no me viera. Ella sonrió de vuelta con sus ojos cerrados mientras quitaba una mano de su espalda y la llevaba a sus ojos para restregarlos.

—No veo el motivo entonces, quiero quedarme aquí contigo, por lo menos un rato más— me rogaba e imitaba los pucheros que le hago, se le ve tan tierno, me dieron ganas de besarla.

Volvió a poner sus brazo en mis espalda y con mucha destreza nos giró, sin mucho éxito si quería estar arriba de mi, porque quedamos de lado con nuestras piernas entrelazadas y si es posible nuestros cuerpos más juntos. Reposó su cabeza entre mis pechos y cerró sus ojos nuevamente.

—Son muy cómodos— murmura entre ellos.

—Los tuyos son más cómodos, son más grandes— respondo en susurro. La abrazo y pongo mi barbilla en su cabeza, apoyándome, porque no se donde están las almohadas ni las sábanas desde hace un buen rato.
—Aún así son muy cómodos, más que las almohadas— inhaló de ellos como si quisiera guardar mi esencia en su nariz—. De todos modos, me gustan más los tuyos porque son más pequeños, es tan incómodo y molesto tenerlo de un tamaño considerablemente grandes.

—Sobre todo si siempre se te marcan los pezones en tú camisa cuando terminas de bañarte— lo había notado hace unos días, no es que mirara siempre su cuerpo tan detallamente, pero mi creciente atracción por ella me llevó a darme cuenta de esos detalles.

—No puede ser que te des cuenta de eso— rió contra mi pecho. Sus manos se movieron ahora más abajo, casi en mi trasero— De todas formas me gustaría quitarme un poco si fuera posible.

—No lo hagas, los quiero para la cena— ambas estallamos en risas. No puedo creer que dije eso. Ella saca su cabeza de mi pecho y me mira, sus ojos brillan con la intensidad del Sol, sus mejillas levemente rojas y sus labios hinchados. Perfecta.

—Se ha vuelto usted muy atrevida señorita Kim— me coquetea con sus labios, acercándolos y alejándonos con cada palabra.

—Quizás sea algún tipo de influencia señorita Manobal— coqueteo de la misma manera— ¿Seré castigada por mi comportamiento?

—Realmente no creo que sea su culpa, la culpa es de la persona que le esta influyendo ese comportamiento— terminamos besándonos sin poder aguantarlo.

Una vez comí chocolate, recuerdo haberme vuelto loca y querer más y más hasta querer robarlo para mi necesidad. Lisa es eso, ese trozo de chocolate del que nunca tuve suficiente y siempre voy a querer más y más.

—Estoy tan dolorida— no sé si realmente estaba quejándose o sólo estaba comentándolo. Yo también lo estaba, aunque no me había levantando aún de la cama mis piernas pesaban y dolía entre ellas.

Mar Dorado JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora