capítulo 1

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Hola, me llamo Joshua. Tengo 14 años, solo me definiría
como un chico normal. No soy ni tan alto ni tan bajo, no soy
guapo pero tampoco tan horrible de cara, bueno, no tan
seguro, que a lo mejor algunos piensan que soy mas feo que
pegarle a un padre. Soy amigable pero no tan sociable como
muchos. Si me pongo a decir características mías, me
deprimo. (YO TAMBIÉN JOSHUA HIJO MÍO)
Últimamente he tenido muchas pesadillas extrañas, donde el
protagonista son llamas y fuego. Cada vez estoy más loco,
quizás son paranoias mías.
Por primera vez, hoy visito un nuevo pueblo. No conozco
nada más aparte del nombre: Beniarbeig. Estoy bastante
nervioso, no sé que tipo de gente me espera, sus costumbres
o que tipo de ropa llevan. Oye, tampoco me voy en un viaje
de fin de curso a China o Inglaterra, pero sí que estoy
bastante cagado.
Llegó la hora de cambiarme de ropa, abro el armario y me
encuentro ropa más antigua que la puerta pero, no me voy a
quejar. Me he puesto lo primero que había, una camisa azul
con un diseño muy guapo combinado con una chaqueta
negra pero sin destacar, unos pantalones vaqueros muy
largos con unos zapatos desgastados de color gris. Creo que
con esto más que suficiente, no hace falta ir a la moda solo
por un día, además, nadie me verá o eso espero.
Salgo de mi habitación y me encuentro a mis padres, no se
que les pasa hoy, están muy alterados y más habladores que
nunca.
-Hola Joshua, que guapo amaneció mi niño.
-Callate mamá, que me pongo rojo, además, ¿Por qué estás
de buen humor hoy?
-Muchacho, hoy visitamos el pueblo al que no voy desde
hace 10 años.
-¿Y eso hace que estés tan feliz?
-Claro ahí fue donde crecí, no sentía esta misma felicidad
desde que me casé con tu padre
-Ay Joshua, que atractivo. Te falta la colonia y atraes a todas
las nenas del pueblo, estoy orgulloso de ti…
-Todavía no ha pasado, no te hagas ilusiones del niño
perfecto, papá.
-¿Qué tiene de malo sentirse orgulloso de su único hijo?
-¿Qué te pasa a ti hoy? ¿La leche se te ha subido al cerebro,
por eso dices cosas absurdas?
-Encima de que tu padre te dirije la palabra todo el día… Que
vergüenza hijo.
-No tengo culpa de que nunca digáis eso, no estoy
acostumbrado.
En el fondo me alegro de que dijesen eso pero por fuera me
daba mucha vergüenza, si ellos supiesen que notas saco,
llamen a una ambulancia…
Ya era hora de irnos, mis nervios se fueron calmando y ya fui
cogiendo confianza. Me estaba preparando mentalmente y
emocionalmente para el viaje en coche, habían dos factores que me alteraban, el primero era el maldito calor que hacía,
no tengo ni idea del porqué me abrigo, el segundo factor es
que me cago en el mareo. No sé desde cuando yo me mareo
en el coche si de pequeño no me pasaba, la única
explicación que le doy son las hormonas o los genes. Ya soy
demasiado mayor, me siento viejo.
Esas dos horas de viaje fueron demasiado lentas, incluso las
horas del instituto eran más rápidas. Estuve concentrando
toda mi capacidad cerebral solo para no vomitar, si llegamos
a estar cinco minutos más lo hacía…
Bajé del coche finalmente y era un pueblo normal en mi
opinión, no había casi personas exceptuando el bar, las
calles estaban vacías y las aceras muy estrechas, las casas
muy bajas y había más tranquilidad de lo que esperé, otro
detalle que resaltaba era que no habían coches, como si los
hubiesen absorbido. La conclusión que saqué en segundos
es que no era como me lo imaginé, pero era un lugar que me
gustaría vivir, era muy tranquilo.
Entramos a la casa de mi tía, jamás me habían recibido tan
bien. Nada más entrar ella ya estaba delante de la puerta,
como si nos estuviese observando desde que salimos
Valencia, mi tía me dió un abrazo tan fuerte que casi me
rompe cuatro huesos, no se ni como después de eso sigo
vivo, la madre que me parió.
-¿Cómo está mi sobrino mayorcete?
-Bien supongo… Aunque con un mareo del coche brutal
-Te estás haciendo débil Joshua, hijo
Mamá, ya sé que tengo pocas defensas, no me lo eches en
cara.
-Primero vamos a ponernos cómodos y luego ya discutimos,
que tenemos todo el tiempo del mundo, ¿Vale?
Me fui a dejar las maletas a la habitación, en el camino unas
cucarachas me iban mostrando cada una de las salas, muy
amables. Fuera de bromas, un asco. No entiendo como en
todos los pueblos hay tantos bichos, uno se acostumbra
pero soy de ciudad. Menudos bicharracos me encontraba en
cada esquina, eso era un disneyland de bichos.
Mientras más pasaba el tiempo, más me aburría. No había
internet y yo sin mis redes sociales o cobertura, me quitaban
parte de la vida. A ver, un dibujante a medias como yo, no
necesita internet, mi problema: la inspiración. Sin internet
no puedo buscar referencias, aparte de mis series o
películas.
Me dispuse a salir y dar una vuelta para investigar el pueblo,
esta es de las pocas veces que me pongo a cuestionar mi
existencia.
Mi padre de repente aparece.
-Joshua, ¿Dónde vas? Es extraño que salgas de casa.
-Voy a pasear un rato, esto es un coñazo, necesito hacer
algo productivo
-No salgas ahí fuera solo, es peligroso. Yo te acompaño.
-¿Tu lo que quieres es salir también no?
-Le diste al clavo hijo.
Estábamos en la calle, mi padre me dijo que quería
enseñarme un árbol, que está debajo de un cementerio.
Según mi padre, mi madre y él se conocieron allí, justo
debajo.
Mientras más nos acercabamos, unos sonidos extraños
invaden mi mente, eran unas voces múltiples, como si
estuviesen muy perturbadas. Algunas estaban muy saturadas
y otras muy graves. Si le prestaba atención decía algo como:
-Eres elegido, tu eres el ser perfecto
Esas voces se repetían una y otra vez, eran interminables.
Un sonido de gruñido de una especie de jabalí nos
interrumpió y, cuando menos me lo esperaba, una chispa
muy brillante pasó por el lado de mis ojos, un rayo de luz
muy pequeño le acertó a mi padre, lo asesinó justo en el
momento. No me dió tiempo a reaccionar, no podía llorar.
Solo podía ver como caía. No me podía mover, estaba
alucinando, quisiera pensar que todo fue un sueño.
Las voces en mi cabeza cada vez se hacían más fuertes. Los
latidos en mi corazón cada vez eran más robustos y veloces,
la cabeza me dolía a tal punto de desmayarme o peor, estaba
a punto de morir.
De los arbustos salió la silueta de un animal, concretamente,
un jabalí, no lo podía apreciar debido al dolor y las voces,
además, tenía la mirada perdida y sin brillo. Antes de perder
la consciencia, ese jabalí poco a poco tomaba la forma de un humano. Lo único que logré observar del aspecto era su
larga cabellera, no sabía distinguir entre chico o chica, tenía
el pecho a mostrar y lo que más destacaba era su casco con
unas plumas verdes.
Mientras caía, me percaté que mi aspecto empezó a cambiar,
solo me di cuenta que mi piel cambió a rojo. Desde ahí todo
se volvió negro, ya no escuchaba nada más. Tan solo mis
lamentos.

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