1. Primer encuentro

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—¿Estás bien?

Crowley levantó la cabeza del escondite entre sus rodillas y abrió los ojos sorprendido.

Una cabecita rubia se asomaba por su vagón con timidez. Unos resplandecientes ojos azules lo miraban con cautela e incluso preocupación al notar sus mejillas mojadas.

El niño pelirrojo se limpió las lágrimas con brusquedad y adoptó el gesto que había aprendido de su hermano mayor cuando quería deshacerse de alguien.

—Déjame en paz. —Gruñó entre dientes

—Oh... Lo siento. —El entrometido retrocedió, pero Anthony J. Crowley no sintió alivio al respecto.

Ya lo habían visto débil.

Así que pensó que debía asegurarse de que el otro niño no esparciera el rumor antes de iniciar su primer año escolar en Hogwarts con esta mancha bajo su nombre.

—Espera. —Se sorprendió de la facilidad con la que el pequeño lo obedecía, enderezando su postura como una gárgola con las manos firmes a sus costados, sin mover un músculo. Despertando una chispa de satisfacción en su interior. —Siéntate conmigo.

—No quisiera molestarte. —Susurró el rubio, bajando la mirada y frotando sus manos sobre su vientre nerviosamente.

Crowley gruñó y con esto el otro niño finalmente se dejó caer en el asiento frente al suyo.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó, discretamente ocultando las mangas mojadas de su camisa y rogando que su nariz no estuviera roja por el llanto.

—Aziraphale.

—Eso es un bocado. —Se burló, aliviado cuando esto no ofendió a su compañero. — ¿Apellido?

—Um... no debería...

—¿Sabes quién soy?

—No lo sabía. —Negó el pequeño, pero incluso Crowley pudo notar su nerviosismo. —Hasta que vi tus ojos. —Admitió culpable.

Era honesto, podía concederle eso. Resopló antes de recordar que no tenía las gafas de sol puestas. Las tiró al suelo en mitad de su ataque de ansiedad y no las pudo recuperar antes de estallar en llanto. Probablemente seguían escondidas debajo el asiento.

Sus ojos eran como las de una serpiente o un gato, con el iris dorado y las pupilas rasgadas. Todos sabían que era un metamorfomago, único en su generación y a él le encantaba ser reconocido por ello. Era el famoso hijo menor de los Crowley con un don excepcional para las transformaciones a la más corta edad. Tenía una reputación que mantener y por esto no debería avergonzarle ser reconocido tan fácilmente por extraños.

—Genial, entonces no necesitas que te amenace con destruirte si le cuentas a alguien sobre esto.

—Jamás le diría a nadie. —Aziraphale se molestó, Crowley lo ignoró mientras perfeccionaba su mirada amenazante, como si en realidad no fuera sólo un ceño fruncido y una mueca graciosa. —Soy muy bueno guardando secretos.

—Bien, Aziraphale. —Le sonrió de lado, arrancando una pequeña sonrisa de su compañero en respuesta. —Te vigilaré.

El querubín desvió su mirada al paisaje de la ventana. Crowley siguió analizando a su rival atentamente. Ambos vestían el uniforme del colegio, con la diferencia de que Aziraphale lo portaba impecable desde el primer hasta el último botón, incluyendo la ridícula túnica y suéter.

No pertenecía a una familia pobre a juzgar por la calidad de sus prendas, además de sus notables modales. ¿Hijo de padres Muggle? Tal vez por eso no había querido decir su linaje frente a uno de los descendientes de sangre pura más reconocidos en la historia de la magia.

¿Quizás temía las burlas?

Crowley no se burlaría de él. No le gustaba cuando las personas eran crueles con otras. Su hermano le había enseñado a compadecerse de los demás y nunca mirar por encima del hombro a los más desafortunados, como sus padres hacían constantemente.

La persona que más admiraba en el mundo era a su hermano, cualquier cosa que él dijera o hiciera era un mandamiento a seguir. ¿Quizás fue muy rudo y debía disculparse con su compañero? Tal vez podría conocer mejor a Aziraphale antes de juzgarlo erróneamente.

—También me dan miedo los lugares nuevos. —Susurró Aziraphale y si Crowley no le estuviera prestando su entera atención no lo habría escuchado.

No supo qué responder, las negaciones vehementes se amontonaron en su garganta y poco más que consonantes fueron expulsadas de su boca.

No pensaba que fuera tan fácil de leer, aunque tampoco quería quedar expuesto al tomar sus palabras como lo que insinuaba, un temor compartido. Así que frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Yo no le temo a nada. —Gruñó luego de reunir las palabras en orden. Aziraphale lo miró de reojo, con los rayos del sol pegando sobre su cabello como un bonito halo sobrenatural.

—Entonces, ¿estabas llorando porque alguien te dijo algo malo? —Apuntó a sus propios ojos, como si esa fuera la explicación obvia. —Pueden ser un poco aterradores, pero me parecen hermosos igualmente.

—Ngk... ¿Q-qué? —Chilló, aunque lo negaría hasta la tumba. Aziraphale le sonrió comprensivamente y volvió a mirar hacia ventana mientras Crowley boqueaba atónito. —¿Estás loco? —No quería ofenderlo, pero realmente sentía una creciente curiosidad por este niño imprudente.

—Eso es algo muy grosero que decir. No deberías serlo cuando no te gusta que lo sean contigo. Ya casi llegamos, por cierto. —Se levantó el pequeño, abrochando su capa y enderezando su corbata. —Debo irme. Disculpa nuevamente las molestias, Crowley.

Sin más, el pequeño pasó frente a él y Crowley no pudo hacer más que dejarlo marchar con los ojos como platos.

—¿Qué carajo? —Se preguntó a sí mismo mientras asomaba la cabeza para ver la cabecita rubia alejarse por el pasillo del vagón.

No volvió a verlo hasta que todos los de primer año fueron amontonados frente al sombrero seleccionador en el gran comedor. Eran la atracción de los demás estudiantes y sus casas, que vitoreaban cada vez que un nuevo integrante se unía a sus filas.

Crowley esperaba ansioso su turno, saltando sobre la punta de sus piecitos cuando escuchó el nombre completo de Aziraphale ser pronunciado por la profesora McGonagall. "Aziraphale Angel" resonó en su mente por varios segundos, paralizando su postura.

¡Ese bastardo lo sabía! Eran enemigos acérrimos y aun así se atrevió a espiar a Crowley en su momento más vulnerable para sacar provecho para él y su petulante familia, haciéndose pasar por un inocente corderito cuando no lo era.

La ira y el rencor inundó su pequeño cuerpo, por ello escuchó atentamente la casa a la que Aziraphale fue asignado con planes de venganza ya formándose en su cabeza.

Fue por esa peculiar situación por lo que cuando finalmente su turno con el sombrero llegó, todos en Slytherin celebraron efusivamente al nuevo miembro de su casa. El prodigio metamorfomago Anthony J. Crowley.

Magia InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora