5. El bosque prohibido

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El bosque era un lugar curioso, por supuesto, curioso en el espectro bueno y malo de la palabra. Su ubicación tan cercana al oeste del castillo no era un secreto, pero sí gran parte de su extensión estaba prohibida para la mayoría de residentes temporales del colegio.

Era bueno, en el sentido de la riqueza que poseía para la enseñanza tan importante de materias como el de herbolaria, pociones o criaturas mágicas. Cercado exclusivamente para servir a estos propósitos; y malo, por la insana curiosidad que provocaba en ciertos estudiantes que se creían lo suficientemente temerarios como para atravesarlo sin supervisión docente.

Este era el caso de Belcebú y su grupo de amigos; Slytherin por supuesto; quienes planeaban aventurarse en mitad de la noche, sin protección alguna, en caza de cualquier trofeo que mostrar a sus superiores. Importante para completar el reto de iniciación de su casa.

Crowley no pensaba asistir, era demasiado importante en la escala de poder como para que cualquiera se atreviera a retarlo como a los de primer ingreso. Por supuesto, Bee lo había invitado con un gruñido y un insulto. Pero no perdió tiempo en convencerlo.

Hasta que el pequeño Anthony se enteró de sus planes por descuido durante el desayuno, cuando Hastur se burló del pobre ingenuo que Bee embaucó para servir de señuelo.

Se enfrentó a Aziraphale directamente esa mañana, luego de que su clase de historia terminara y lo encerró contra un muro con fuerza. Molesto.

—¿Por qué carajos ahora te juntas con Bee? —Le escupió en la cara, sin importarle los ojitos bien abiertos que se clavaron en su expresión.

—¿C-cómo?

—No te hagas el tonto, Angel.

—Pero, ¿De qué estás hablando? —Las manos del rubio se posaron sobre las de Crowley, buscando aliviar la presión sobre sus solapas inútilmente. Al contrario, la fuerza aplicada aumentó y el pelirrojo le mostró los dientes amenazadoramente.

—¿El bosque prohibido? ¿En serio?

—Oh, eso... —Aziraphale utilizó una expresión pretenciosa, como si explicara algo muy obvio a un bebé. Crowley lo presionó más contra el muro chirriando los dientes. —Le debía un favor a Prince por haberte entregado la carta, ¿Recuerdas? Y lo cobró más rápido de lo que esperaba. Terminaré con ello esta noche y quedaremos a mano.

—¿Tienes idea de los problemas en los que te meterás?

—Bueno, creí que eso te alegraría.

El pequeño pelirrojo resopló. No admitiría que era todo lo contrario, un problema importante para él. El rubio tenía razón, por supuesto. No debería ni siquiera preocuparse por lo podría pasarle durante una travesura mal formulada; pero extrañamente, lo hacía.

—Eres mi esclavo, no el suyo.

—Esclavo es una palabra muy...

—Escúchame, Aziraphale. —Sin querer el pelirrojo fue acercando sus rostros mientras bajaba el volumen de su voz para que ningún otro estudiante lo escuchara. —Eres el señuelo, te dejarán tirado para que te lleves todo el castigo por ellos y entonces ¿Qué dirá tu perfecta familia? Podrían expulsarte, o en el mejor de los casos estarás; no sólo castigado por los profesores, sino también por tus padres y no te veré más que en las clases. ¿Cómo planeas entonces cumplir El Acuerdo? Tú me debes más a mí, que a ellos.

Aziraphale bajó la cabeza y por ende su cristalina mirada. Crowley lo soltó lentamente, pensando que al fin había logrado que entrara en razón. Pero se sorprendió cuando una pequeña risa brotó del rubio y este lo ocultó tras su mano.

Magia InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora