Parte 2

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El impacto emocional del día aún pesaba en la mente de Grindelwald mientras avanzaba sin prestar atención a través del sistema de detención y reclusión mágica, ajeno a los gemidos y lamentos que lo rodeaban. Se encontraba absorto en sus pensamientos, por encima de los hechos, rememorando la reciente pelea con Albus Dumbledore.

El público clamaba justicia con furor, los aurores mantenían impasible su compostura, las familias de las víctimas ansiaban su condena, y todo el mundo mágico parecía aguardar en la entrada del Ministerio Británico de Magia. Para Gellert, solía ser él quien escapaba de las garras de la justicia, pero ahora era él el perseguido. Se hallaba señalado.

Una fuerte bofetada en el rostro lo devolvió a la realidad, aunque mantuvo la mirada fija en el suelo mientras lo arrastraban hacia delante. Se dejó caer pesadamente en una silla, en una sala de altos techos donde cientos de dementores eran retenidos por una luz emitida por los guardianes de la entrada. Si Grindelwald intentara algo imprudente, esa luz se extinguiría y los dementores irían directo hacia él.

Con el rostro enrojecido, manos temblorosas y la mirada apesadumbrada, llevaba la misma vestimenta que había usado durante el duelo con Dumbledore, ahora sucia y desgarrada. Su cabello alborotado completaba su desaliñada apariencia. Contrariamente a la imagen pública que proyectaba, un aspecto que no era reconocible para quienes lo conocían.

De acuerdo con las leyes mágicas, solo un familiar cercano podía estar presente en el juicio. Dado que Gellert solo contaba con su tía abuela, la señora Bathilda Bagshot ocupaba un asiento en primera fila, visiblemente afectada y llorosa. A pesar de las decisiones erróneas de su sobrino nieto, siempre le había brindado amor, confiando en que Gellert lograría apartarse de los problemas y frenaría sus imprudencias.

—¡Tienes que encarar con valentía lo que has hecho Gellert!—. Gritó Bathilda con la única intención de que su sobrino pudiera oírla en medio del bullicio.

Gellert fue incapaz de responder mientras veía las lágrimas bajando por las mejillas del rostro de su tía abuela. Aun así, durante el intervalo de tiempo que transcurrió entre la detención y el juicio, no le permitieron hablar, ni mucho menos le habían entregado algo para comer o beber. Su garganta ya la tenía seca y su estómago ya emitía sonidos. A pesar del hambre y la sed, tiene unas ganas inmensas de orinar y aun así no se le permitió.

Y así pasó el tiempo. No sabía si fue una hora o dos, pero ya le parecía una eternidad. Sus crímenes tienen suficiente magnitud como para salir en los periódicos en primera plana en todos los rincones del mundo mágico.

Gellert podía oír susurros a espaldas de él, ninguno era nada bueno, todos susurraban cómo sería su condena de muerte, algunos querían que fuera dolorosa y otros formulaban en que se aplique una tortura.

Él, a pesar que aceptó la bienvenida a la muerte, estaba a punto de entrar a la desesperación, aceptaba la muerte, pero el método de cómo llegar a ella era diferente. Tenía miedo de cómo sería el método de la sentencia final. Rehusaba el dolor y él solo preferiría que sea una muerte rápida y no dolorosa.

—¿Se han notificado al acusado los cargos presentados contra él? —. Preguntó el juez.

Gellert, por primera vez, se acomodó en su asiento y alzó la mirada al escuchar esa voz gruesa de aquél hombre.

—No, señoría —respondió un hombre con una voz firme

—Señor Grindelwald, se le acusa, primero de ser líder de una organización oscura que promueve la supremacía de los magos sobre los muggles, cuya organización criminal cometió cientos de ataques violentos que conllevaron a la muerte de personas inocentes tanto hombres, mujeres y niños mágicos y no mágicos. Segundo, la experimentación con criaturas mágicas sin respetar su bienestar ni sus derechos. Tercero, destrozos y destrucción total en edificios en ciudades como París y Nueva York. Cuarto, robo de identidad a víctimas y sus asesinatos. ¿Es consciente el acusado de dichos cargos?

Ante la pregunta del juez sobre si era consciente de los cargos, Gellert asintió casi mecánicamente, sumido en sus pensamientos culpables.

—¿Desea decir algo antes de que se dicte la sentencia? — preguntó el juez

El juez ofreció a Grindelwald la oportunidad de hacer alguna declaración antes de dictar la sentencia. En un susurro apenas audible, Gellert declinó la oferta. Sin embargo, antes de que se pronunciara la sentencia final, un hombre misterioso irrumpió en la sala y entregó una carta al juez, cuyo contenido pareció sorprenderlo enormemente.

Gellert identificó al intruso como Travers, un individuo con quien había tenido conflictos en el pasado, y sintió un escalofrío al recibir la mirada severa del recién llegado antes de que este abandonara la sala rápidamente.

La intriga y la incertidumbre llenaron la habitación mientras todos aguardaban la reacción del juez ante la inesperada interrupción.

—Gellert Grindelwald—, dijo el juez, centrando la atención en la carta—, este tribunal le condena a permanecer durante el resto de su vida en prisión en Nurmengard sin posibilidad de ser liberado. Usará brazaletes que impidan la realización de magia a excepción de mostrar su talento como vidente. Las visiones ayudarán a la comunidad mágica siempre y cuando sea necesario. Esperemos, y hablo personalmente, el tiempo que esté en prisión le ayude a pensar en los crímenes que ha cometido. Con esto cierro la sección y doy orden para que comience inmediatamente la sentencia.

En un movimiento rápido de la mano del juez, dos brazaletes aparecieron en la muñeca de Grindelwald quién instantáneamente sintió la magia irce de su cuerpo.

A pesar de la decisión del juez, las personas presentes en la sala comenzaron a inquietarse y a expresar su descontento con gritos y gestos de desaprobación. Las personas alzaron la voz pidiendo una sentencia más severa, exigiendo que Grindelwald fuera condenado a muerte por sus crímenes.

El juez, manteniendo la calma, levantó la mano para silenciar a la multitud, aún así, la indignación de los presentes pedían la pena de muerte. Algunos fueron controlados por los aurores al querer hacer justicia con sus propias manos.

A pesar de las protestas y reclamos, el veredicto se mantuvo firme y Gellert fue escoltado fuera de la sala hacia su nueva y permanente morada en prisión. 

Contracorriente (Grindeldore)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora