𝗢𝗡𝗖𝗘 𝗗𝗘𝗠𝗢𝗡𝗜𝗢𝗦

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           Sanemi estaba al borde de convertirse en un maldito genocida en aquel momento luego de leer la carta que le mandó la supuesta esposa del patrón de la cofradía, estaba también a nada de despertar a los gritos a Bael que dormía pacíficamente, pero lo único que hizo fue romper ne muchos pedacitos la carta y hacer una rabieta en silencio. En un punto, Bael ya estaba despierto y se sentó para ver a Sanemi moverse de acá para allá como un león enjaulado.

—Es que ¡no lo entiendo! Si tanto le importan esos niños ¿por qué no va ella misma a por ellos? ¿Por qué debes ser tu? —se queja en voz alta el albino, demasiado furioso para detenerse ahora.

—Sanemi, está bien. —Bael se puso de pie para detenerlo de seguir insultando y maldiciendo, tomando suavemente su brazo para lograrlo. Sanemi lo miró fijamente a los ojos, comenzando a respirar hondo hasta calmarse por completo y tener ahora solamente una mueca. —No entiendo por qué te enoja tanto esto, es mi deber.

—Tu único deber es matar demonios ¿Por qué te mandan de niñera? —se queja con las mejillas levemente infladas —. Espérame, me cambio y vamos por esos mocosos.

—Debo ir yo, tu aún debes hacer reposo.

—No me digas qué hacer.

Bael retrocedió con una mueca, bastante incómodo con la insistencia del humano para acompañarlo a una misión que le encomendaron únicamente a él. Si hubiera sabido que se pondría así por leer la carta, se hubiera ido directamente sin decirle nada, ahora ve que fue un error decirle y toma la decisión de arreglarlo. 

—No. Es mi misión y tú estás herido. —Habló demasiado firme y frío, tal vez debió usar un tono más suave por la mirada confusa que le lanzó Sanemi.

El pensamiento de que hirió a su compañero cambió cuando Sanemi lo tomó fuerte del cuello de su bata para alzarlo a la altura de su rostro y sacudirlo con una enorme furia.

— ¡¿A caso no vez que trato de cuidarte?! ¡¡Eres tan tonto que no vez que te usan como perro para los mandados más tontos!! —luego de ese grito, vino el silencio.

Ambos estuvieron mudos, con solamente el canto de los pájaros de fondo indicando que aún el sol estaba en su máximo esplendor y la respiración agitada del albino. Bael seguía con ese rostro inexpresivo por fuera, sin embargo, por dentro podía ahora ya entender qué era aquello que incomodaba a Sanemi desde que llegaron ahí. Lo había notado raro, más no preguntó el qué y agradeció estar despierto ahora para charlar el asunto de forma seria.

— ¿Eres tonto? —cuestiona.

Una vena se hinchó en su frente. Sanemi contuvo la respiración y Bael notó como su cuerpo se tensaba al igual que sus brazos por la fuerza con la que seguía sosteniendo su cuerpo. Decidió poner a prueba su paciencia, tal vez, si lo fastidiaba lo suficiente deje de quererlo y de querer protegerlo. Bael no necesita protección porque Bael es la protección. Bael es un arma, toda su vida se lo tatuaron en el cerebro para que nunca consuma carne, nunca tenga sed de sangre, nunca sienta o viva. Él debe estar dispuesto a morir, es consciente de que todos van a usarlo, porque él va a morir.

𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐃𝐞𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 || ᴋɴʏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora