Capítulo 8

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Keila

Deje caer mi cuerpo en el sofá y masajee mi cien con frustración.

Pelear con Kris era lo último que necesitaba estos días en los que me sentía desgastada.

No podía borrar de mí mente la devastación que se plasmó en el rostro de Álvaro. Parecía una obra majestuosa, toda la emoción tan bien demostrada en sus facciones. Llevaba días bocetando sobre ello en mi cuaderno. Las puntas de mis dedos estaban constantemente manchados con óleo.

Sus pómulos marcados, sus cejas pobladas pero definidas, la dureza de su mirada y la profundidad de sus iris verdes que eran capaces de indagar tu alma con un simple vistazo. Lo suave que eran sus mejillas, divinas para acariciar mientras él dormía incapaz de detectar tal gesto. Todo y más creaban la réplica perfecta de su rostro que se distorsionaba consumido por la aflicción y melancolía.

Lo había plasmado una y otra vez, en múltiples páginas tratando de lidiar con mi propio sentimiento de ahogamiento.

Aunque tampoco podía ignorar lo que había dicho. Eso había sido un golpe duro. La culpa se instaló como un recordatorio constante en mi pecho. Llevaba más de un año culpándolo, recriminando y atacando a un hombre que simplemente había desaparecido para ayudar a su hermano.

No lo justificaba, el abandonarme de esa forma aún dolía pero podía entender el porqué lo había hecho y el dolor menguaba un poco.

Mire fijamente el techo, recordando si en algún momento le di señales para no poder confiar en mí y lo hice. Varias veces.

En este tiempo había cometido errores, ambos lo habíamos hecho.

«Estiré mis piernas, moviendo los dedos de mi pie a través de la media y seguí comiendo helado bajo la mirada acusadora de Kris. Sus manos descansaban sobre sus caderas, adoptando una pose que seguro utilizaba con sus alumnos cuando realizan algo incorrecto. De la misma forma en la que siempre lo hizo conmigo. Mamá casi no estaba presente más allá de atormentarnos con alguna tontería pero Kris siempre estuvo ahí, vigilando a lo lejos para poder actuar rápido por si algo pasaba, sea bueno o malo, él fue la figura paterna que perdí cuando papá falleció. Perdió parte de su adolescencia en eso, en cuidarme y aunque ya no dependemos tanto del otro teníamos una estrecha relación en la que nos apoyamos.

Cómo ahora, aunque suponía por su mirada que quería arrancarme la cabeza por mi terquedad.

—¿No tienes que estar en otro lugar? —chasquea la lengua con ironía y su mano me señala de arriba a abajo— ¿Quizás el trabajo?

Seguí mirando mis dedos, como si actuar como una niña me regresará a esa época en donde no tenía ninguna otra preocupación más que saber que comería en la noche.

—Me tomé el día —lleve otra cucharada a mí boca y saboree el sabor del chocolate. Lami mi labio inferior y rápidamente lleve otro bocado, está vez con un poco más de helado, llenando así mi boca.

Escuché el masculló bajo y su réplica.

—Llevas sin ir al trabajo desde ayer y la mayoría de los días te estás escondiendo en mi departamento. ¿Cuando sabré que paso?

—Nunca —musite e ignore su resoplido ignorado.

Su cabello contenía unos pequeños bucles que caían sobre su frente y los lentes para leer en la computadora lo hacían lucir aún más mayor. Hizo una leve mueca con la comisura de sus labios antes de volver a hablar con su molesta voz.

—Ky, hermanita. Si tu y Álvaro volvieron a pelear vayan a hablarlo —dijo lo mismo que siempre me decía.

La única vez que seguí su consejo salió mal. Terminamos discutiendo y las verdades salieron a la luz en su mayoría. Fue como recibir una cachetada. Que alguien se para frente mío y me decís entre risas ¿Eres tan tonta que en serio no lo has notado? ¿En serio pensaste que tu marido te tenía una pizca de confianza? Eres estúpida. Egoísta.

La ilusión del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora