Capítulo 9

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Keila

«Mire la puerta del ático con pesar. Hacía días que Álvaro había desaparecido, no respondía mis llamadas ni mensajes. Simplemente se había ido sin decir absolutamente nada.

Estaba ansiosa, mordía mis uñas sin parar. Caminaba por todo el departamento sin ser capaz de concentrarme en algo que no fuera la ausencia de mi esposo.

Un esposo que había sido obligado a casarse conmigo. Que no había decidido por voluntad propia. Que podía no amarme más que por un rato apasionado.

Los pensamientos intrusivos y las inseguridades comenzaron a atacarme. ¿A dónde habrá ido? ¿Estará bien? ¿Seré suficiente para él? ¿Acaso solo voy a ser el trofeo que mostrará cuando lo necesite? ¿Habrá otra?

Esa última pregunta era la que más me desgarraba.

Casarme había sido la peor idea, más con él. Debí negarme, no ceder a las súplicas de mi madre.

Porque no podía luchar contra esos atroces pensamientos, por mucho que tratará de recordar sus palabras al besarme en el altar, al anillo y a sus tratos maravillosos, nada era perfecto, nada duraba para siempre y Álvaro se había esfumado. Mis piernas se movían ansiosas, durante todos esos días estuve caminando como si la ansiedad me dominará. Porque lo hacía, me había vuelto su marioneta y no podía estirar los brazos sin sentir su cosquilleo invadirme.

Había segundos en los que pensaba que Álvaro no podía conformarse solo conmigo, dejar toda su libertad por un matrimonio por conveniencia. Que quizás. Trague saliva y simplifique los pensamientos que me carcomía todos llegando a una conclusión.

Álvaro tenía a otra mujer a la que amaba.

Eso me destruía, a mi y a la tonta ilusión que cargaba desde que ambos habíamos dicho si en el altar.

Contuve el temblor de mis labios al recordar cómo me había dado cuenta de su huida.

En la mañana amanecí sola en la cama, aún teniendo el rastro de sus besos sobre mi piel. Su lado estaba frío, avisando que hacía rato nadie descansaba a mi lado.

Lentamente me senté en la cama, bajando los pies del colchón y caminé recogiendo mí ropa del suelo. Creyendo que se había marchado a trabajar no le tome mucha importancia a su ausencia, enviándole un mensaje deseándole los buenos días.

Las horas habían ido pasando y no tenía noticias de mi esposo. Resistí la tentación de llamarle en numerosas ocasiones hasta que la noche cayó.

Esperé pacientemente con la cena lista pero Álvaro no apareció.

No le tome importancia, sabiendo que a veces llegaba tarde, hasta incluso después de que me acostara.

Pero no apareció esa noche. Ni la siguiente.

Los nervios fueron creciendo y la inseguridad comenzó a comerme la cabeza. Mandé varios mensajes que ninguno tuvo respuesta alguna.

Thiago había vuelto de estar unos días con mi suegra en el campo y fue su compañía la que logró relajarme un poco pero sin borrar por completo el miedo que se había instalado en mi pecho.

Durante días estuvo ausente sin responder a ninguno de mis mensajes ni llamadas, su madre tampoco me daba mucha información sobre su desaparición y me sentí como un juguete nuevo del que Álvaro se aburrió y dejó abandonado en un rincón.

Una mañana desperté con un texto de su parte. Lo abrí emocionada, dejando que la ansiedad pícara en la punta de mis dedos. La sonrisa estúpida que tenía colgada en el rostro se borró de inmediato dejando un vacío profundo, que creció y creció sin parar.

La ilusión del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora