Capítulo 12

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Álvaro

«—¿Cómo se encuentra el novio? —mi padre apareció a mis espaldas, colocando ambas manos en mi hombro y apretando levemente con cariño.

Le sonreí a pesar de notarlo algo tomado y el vaso de whisky puro sin hielo que había dejado en el borde del balcón cuándo salió afuera conmigo.

—Bien —sonreí y añadí—. Muy bien.

Él se carcajeó alegre y se apoyó en el borde del barandal, recuperando su vaso para darle un sorbo.

—Dejando de lado lo de tu hermano todo ha salido bien.

Asentí en silencio y contuve la felicidad. Hoy por primera vez había tenido la fortuna de besar a Keila, algo que había ansiado durante años al fin se había cumplido.

—¿Se sabe algo de Fer?

—Nada, se esfumó en completo silencio. Tu madre va a matarlo cuando lo encuentre —negó—. Tuvo que soportar a tu suegra estando histérica y a los gritos. Realmente me compadezco de Cesar, casarse con esa mujer y luego morir.

—No me parece una mala mujer —trate de defender a mi suegra aunque las palabras tuvieron un sabor amargo en mi boca.

Recordaba vagamente a Cesar Tullis, un hombre serio pero agradable. Uno de los mejores amigos de mi padre. En ese entonces cuando apenas éramos unos niños solíamos ir a vacacionar en sus casas de verano en la costa antes de su muerte.

Su partida fue una total tristeza y una ruptura en la amistad familiar tan estrecha. Mi padre y Kayla Tullis jamás se llevaron del todo bien. Se odiaban, apenas podían verse, soportando su presencia sólo por Cesar quién en sus últimos días antes de morir quería tener tanto a su mejor amigo como esposa cerca de él sabiendo que el cáncer se lo llevaría para siempre.

Parpadeo repetidas veces y aleje esos recuerdos, dejando atrás la nostalgia y el recuerdo de mi esposa, mucho más joven, destrozada frente a la tumba de su padre.

—Lo es —su expresión se volvió seria—. Me sorprende que su hija no se le parezca, Cesar llegó a educar bien a sus hijos. Es toda una suerte —mi padre me dio una mirada de soslayo y preguntó—. Hijo, ¿Realmente quieres esto? El matrimonio.

—Ya está hecho —dije sabiendo que en el caso de que estuviera en contra de esta unión no habría nada que pudiera hacer.

—No, Álvaro. Si tu no quieres esto encontraré la forma de romper el contrato.

—Si rompes el contrato tendrás que ceder la mayor parte de tus acciones de los hoteles y demás empresas a los Tullis.

—Es lo de menos, tu no debías casarte. Aún puedo solucionar esto por ti.

—¿Y Fernando sí se merecía un matrimonio arreglado? ¿Casarse con alguien a quién no amas?

—Tu hermano es un caso perdido, nunca va a encontrar a una mujer que pueda amarlo, es lo menos que podíamos hacer. Si se casaba quizás lograríamos contenerlo.

—Él está bien, ya aprendió la lección. No volverá a cometer esos errores.

—No lo sé... —mi padre dudaba, era de esperarse, en el fondo compartía la misma incertidumbre que él aunque no lo diría en voz alta.

—Además —añadí y sonreí tratando de aliviar la tensión que se había generado—. Keila lleva siendo mi sueño frustrado desde hace años, este matrimonio me conviene más de lo que crees.

La ilusión del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora