Capítulo 2

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Álvaro

«—¿Cuándo va a ser el día que llegues con la noticia de que voy a ser abuela?

Me ahogué con mi café y miré fijamente a mi madre. Estaba completamente loca si creía en esa posibilidad. Me aclaré la garganta, un poco incómodo. No era como si la idea no me gustase. Moría cada vez que imaginaba a un pequeño niño, con los ojos de Keila y su cabello. Un pequeño que tuviera su sonrisa y carácter mordaz. Pero la idea se borraba cuando recordaba que nuestra relación no iba más allá de lo físico.

—No creo que eso suceda —masculle, bebiendo otro sorbo de mi café como si nada me hubiera afectado.

—Oh, más vale que si. Ya es hora que te pongas en serio con ella, hijo.

—Nuestro matrimonio es un simple acuerdo. No hay amor, mamá. Lo sabes —trate de convencerla sabiendo que mentía. Al menos yo, estaba completamente loco por mi esposa y me costaba horrores tener que esconderlo todos los días cada vez que veía su bello rostro.

—Eso es lo que tú crees, pero creele a esta vieja cuando te dice que Keila está completamente enamorada de ti. Ojo de loca no se equivoca, muchacho. Jamás.

—Llevamos más de un año juntos y jamás ha insinuado sentir algo por mi. Solo dices tonterías para salirte con la tuya.

—Para nada —bajo su taza y sus ojos negros se clavaron en los mios—. Tú no eres capaz de ver cómo ella te mira.

Negué, pero le hice un gesto sarcástico, ganándome una reprimenda de su parte.

—Dime, mamá. ¿Cómo me mira Keila? Aparte de querer ahorcarme si me acerco demasiado. ¿Acaso has visto alguna de las críticas que ha hecho sobre mi trabajo? Sin duda me odia.

—Eres hombre y ciego, no eres capaz de ver lo que se esconde tras la superficie —una sonrisa arrogante tiro de sus labios—. Si tanto quieres descubrir cómo te mira, comienza a prestar más atención. Sé más detallista, más atento, dale todos esos regalos que has comprado para ella y que nunca fuiste capaz de darle por miedo. No crié a un cobarde, Álvaro.

—No soy un cobarde.

—Entonces deja de actuar como uno y ve a conquistar a tu mujer. Ya es hora que comiences a moverte o te la robaran.

—Estamos casados —dije irritado ante la idea de perderla.

Pensar en eso me hacía darme cuenta qué realmente aquel día estuve a nada de hacerlo y a manos de mi hermano.

—Eso no es un impedimento para que alguien más inteligente que tú vea a la mujer que es y la quiera para sí mismo —chasqueo la lengua, divertida—. Existe el divorcio, hijo. Actualízate.

Rodé los ojos, apretando fuertemente la mandíbula, sin poder borrar la imagen que mi madre había pintado en mi mente. Ver a Keila, aunque sea un escenario ficticio, en los brazos de otro me enfurece.

—Habló la mujer que no sabe usar bien su teléfono —la ataque pero solo conseguí otra de sus sonrisas de superioridad.

Aunque estaba irritado, mi madre tenía razón. Debía comenzar a moverme.»

Me encerré en el despacho sintiendo la punta de mis dedos picar y las ganas de dar media vuelta, regresar a la cocina y besarla como había querido hacer. Pero debía controlarme, no deseando asaltarla, sabiendo que el regalo ya había sido demasiado. Con Keila debía ir con cuidado, pasos pequeños para no obligarla a resguardarse nuevamente.

La ilusión del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora