Tres

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El alba lo recibió con pena, abriéndole los ojos al sentir los mínimos rayos del sol en su piel oscura. Se sentó en su hamaca, tallándose la cara con sus manos, tratando de encontrar ánimos para salir al mundo, en plena conciencia de que no sería un día normal, sino que uno que cambiaría su vida.

No sabía de qué forma, pero sabía que no sería fácil, y mucho menos algo que experimentaría con entusiasmo.

Alzó su quijada, y volteó a la dirección de la abertura de su tipi, topándose con su hermana, mirando a la nada, sentada en su hamaca, pero con los pies en el piso.

"¿Kiri?", pronunció, levantándose y caminando lentamente hasta poder tocar el hombro de su hermana.

"Neteyam", respondió, mirándolo con una de sus indescifrables miradas.

Ella no era de muchas palabras, por no decir que siempre parecía estar pensando en algo que no estaba relacionado con el mundo exterior a su mente. Ambos eran propensos a sobrepensar, pero lo de él mismo fue una consecuencia de cómo se le obligó a actuar, y ella nació siendo así.

"Te voy a extrañar", ella soltó, sorprendiendo a Neteyam. No dudó en sentarse en la hamaca de su hermana, rodeando su delgado torso con sus brazos, sonriendo al sentir cómo el tacto de ella correspondía a su gesto.

"Estaré bien", dijo para tratar de calmar a la menor, ocultando que estaba diciendo algo que no sabía con seguridad. "Estaré con Tsireya, con Rotxo, y sé que me visitarán cada que puedan."

"Es que... Todo pasó tan rápido, no te culpo si estás abrumado", ante la declaración, Neteyam acarició la espalda de Kiri, como intento de calmar su preocupación por él.

"Lo estoy, pero sé que podré con esto".

"Pero no quieres irte".

"Lo sé, pero todo apunta a que es mi deber", se separó, mirándola a los ojos, acariciando de arriba a abajo sus brazos.

"Si mueres en Awa'atlu, me aseguraré de asesinarte", proclamó, causando risas en su hermano mayor. "Aunque... todos ahí matarían con tal de proteger a alguien como tú..."

Ambos rieron en conjunto. Sólo callaron, pero no ocultaron su sonrisa, cuando las señales de que sus padres despertaban comenzaron con los gruñidos matutinos de Jake, que consecuentemente despertaban a todos los demás.

"Debemos...", Neteyam suspiró, con su voz amortiguada por los movimientos cada vez menos somnolientos de los demás, y por lo que significaba dar esa llamada. "Debemos alistarnos."

Significaba que él estaba aceptando, y tenía que seguir con su camino.

Su rutina nunca fue tan irreal, porque ni siquiera sintió los segundos, ni la tierra pasando por sus pies. Era como seguir dormido, pero ahora mismo sabía que no era así, porque sus sueños siempre habían sido optimistas en cuanto a compararlos con la realidad.

Nunca sostendría la perla negra contra sus manos, porque no tendría la necesidad, ni se resguardaría en el aroma de su bosque, o el calor tan cotidiano que desprendía las ropas de algodón puro de su abuela.

No le gustaba despedirse, por la consecuente avalancha de emociones con las que su cuerpo tenía que lidiar, como si tuviera talento confrontándolas.

Aún en el aire, sentía los brazos de su abuela alrededor de su silueta, prometiéndole que no habrá noche sin que ella no rece por su bienestar. Ni siquiera sabía que estaba llorando hasta que Mo'at retiró las pesadas lágrimas de sus mejillas, acompañados de cantos de todos los na'vi que se despedían de él. Entendió que a pesar de no tener una relación estrictamente íntima, la despedida venía desde el corazón, por un cariño que todo el pueblo se tenía entre sí.

Kantseng | AonuneteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora