Cuatro

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Hace años ya había aprendido a sobrevivir en el arrecife, de la mano de quien era su amor adolecente guiándolo por lo que le era desconocido y emocionante, pero que ahora la simple idea de estar a solas con ese na'vi no podía causar otra cosa más que incomodidad.

Su memoria muscular no lo traicionó, y su nado era decente, más no igual que lo que veía hacer con los Metkayina con los que ha pasado el tiempo. Empezando con que la apnea de la Tsahík era sobresaliente en el clan, sin verla ni mareada o tan siquiera cansada en todo el tiempo que pasaba bajo el agua en su recolección de las plantas marinas y más cosas que eran necesarias para su labor de sanadora.

Rotxo era sumamente ágil, pero pasaba todo lo que quedaba de la estancia de la familia del cortesano andando con Lo'ak, sea debajo del agua o en la calidez de la costa. Sólo había hablado con él cuando sus hermanos estaban acompañándolos en una de esas juntas que tenían cuando eran más jóvenes, pero el heredero del puesto de líder brillaba por su ausencia; hasta el bebé que apenas caminaba sin tropezarse pasaba más tiempo con ellos que Ao'nung.

Afortunadamente, Tsireya era la constante más estable en su vida. Era demasiado servicial para su bien, así que le agradaba ver que en su mutua compañía podían dejar el estrés a un lado y sólo sentarse a hablar, bucear con el mismo objetivo, o repasar las lecciones de ilú excusándose de responsabilidades tediosas.

Aunque ella había adquirido un rasgo que parecía escapar de ella cuando era más jóven, a diferencia de el resto de su familia, que de una u otra forma las chispas que salían de su hermano y padres de esa característica no aparecía en su amabilidad y cortesía. La madurez la absorbió, y con ello, el rasgo menos agradable de su personalidad.

Tsireya ya era estricta.

No era cruel, pero le gustaba la disciplina y las tareas bien hechas. Así que nunca dejó que Neteyam se ignorara o se olvidara de sus tareas como cortesano, que excluyendo las actividades que requerían la sensualidad del na'vi, que protagonizaban todas las descripciones del papel que claramente no desempeñaba, también tenía la responsabilidad de pulir sus habilidades como bailarín y cantante, dándoles el toque seductor necesario.

Tsireya sabía que Neteyam bailaba muy bien, y que cantaba ocasionalmente en público, pero diariamente para acompañar su silencio yo calmar a sus hermanos de un tedioso aburrimiento. Ahora debía memorizar letras precisas y no sólo tararear ritmos tranquilos, mientras narraba la historia que salía de su melodiosa voz con sus manos; era un estudio completo que involucra hasta saber cómo mover los ojos correctamente, no sólo hacer las cosas sin un fin.

El conocimiento era secreto, pero Tsireya era buena tutora. Nadie moriría porque ella lo viera y lo aconsejara; al final de cuentas, bordar y tejer al medio día no era tan interesante como la ayuda que le ofrecía al cortesano de su hermano.

"¿Por qué no tomas un descanso? Sería contraproducente que pierdas tu voz por una práctica que se alarga de más", propuso Tsireya al notar que el más alto comenzaba a inquietarse por el dolor de garganta por la hora de práctica.

Neteyam asintió, murmurando el "está bien", mientras abría su cantimplora, urgido de agua fresca en su garganta.

Limpiando sus labios húmedos de agua dulce, divisó en la lejanía un grupo de cazadores que regresaban de su jornada. Todos ellos plagados de tatuajes feroces en sus cuerpos turquesa, con esos arneses en sus pechos que también significaban adultez, y lo que era más interesante para Neteyam.

La bestia marina y alada, casi tan grande como su banshee. Era tan majestuosa como amenazante, claramente difícil de domesticar si el na'vi quiere aprovechar la cualidad tan maravillosa de salir del agua, y sin problema volar por encima de ella.

Kantseng | AonuneteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora