Siete

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Poco a poco, el rastro de calor salpicado de su cuello a su rostro lo fue despertando, removiendo su cuerpo entre los cojines, buscando más de esos toques y acomodándose aún más cerca del gran pecho en el que estuvo acurrucado toda la noche.

Sus ojos dorados se abrieron, empezando a dar sentido a las formas que veía conforme su conciencia llegaba a su vista. Reconoció que esos cosquilleos tan agradables eran besos traviesos que el alfa le daba, quién sabe por cuánto tiempo, pero que no quería dejarlos ir.

"Tengo que ir a ir a la entrega de guardia de los vigilantes nocturnos a los matutinos", fue lo primero que el metkayina le dijo a Neteyam, justo mientras este terminaba de dar un bostezo, reemplazado por un puchero molesto.

Ao'nung le sonrió, pasando una suave caricia por la mejilla ligeramente fría de su acompañante, quien tomó las mejillas turquesas para lograr un pequeño beso en la quijada. "¿Vas a volver?", preguntó Neteyam, acariciando rizos que caían por sus hombros.

"Veré qué puedo hacer, aunque probablemente no", se quejó, desanimando a ambos, "Se supone que no tomará mucho tiempo, tal vez sólo media hora, pero siempre hay tareas inesperadas"

"Está bien, pero prométeme que desayunarás adecuadamente", asintió, volviendo a cerrar los ojos por unos segundo, estirando sus extremidades, pero con un puchero tosco.

"¿Tan amargado en una mañana tan hermosa?", se burló, ganándose un manotazo juguetón.

El más bajo no logró ver la sonrisa floreciente de Ao'nung, pero sí las risas, y que ninguna se cansaba de cada pequeña maña que el omatikaya tenía, en ese caso, ser curiosamente susceptible al sueño. No vió los ojos azules, tan enamorados como la caricia que le dio desde su mejilla, a su pecho, y quedando en su abdomen, donde su mano descansó, sintiendo el levantamiento de su vientre con cada respiración.

Sin esperarlo, vió y sintió el momento en el que Neteyam llevó su delgada mano del costado de su cabeza a colocarla encima de la gran mano de Ao'nung, compartiendo el calor de ambas extremidades. El menor llevó sus ojos hasta conectarlos con la mirada dorada de su cortesano, brillando entre el aura templada de la mañana de un temprano amanecer.

Se deslizó hasta quedar encima del omatikaya, entre las esbeltas piernas azules, acercando su rostro hasta quedar frente a frente a Neteyam, pidiendo permiso para poder concretar un beso en los labios. Su corazón se hundió por unos segundos, al notar que lo único que hizo el omega fue acercarlo con una mano y dar un beso cariñoso en su mejilla tatuada; se conformó, apreciando el dulce calor que los pomposos belfos le daban, dando significado a su nueva rutina.

Tenía una nueva oportunidad; no sabía cómo aprovecharla, ni cómo demostraría cuánto la deseaba, pero lo hará.

Después de un par de minutos de afecto, el alfa tuvo que separarse del delgado cuerpo de su compañero, quien sólo hacía las cosas más difíciles con abrazos y ronroneos somnolientos. De todas formas, pronto se encontró en el borde del arrecife con el mar abierto, completamente preparado para su día.

Neteyam sólo tardó unos cuantos minutos en levantarse de su estera, gateando con pereza hasta la zona de baño. Cada masaje que daba entre cada parte de su cuerpo, con un paño que ayudaba a tallar su piel junto a las hierbas, repetía las escenas de la noche, que sólo tenía el fin de alimentar al futuro Olo'eyktan para no verlo desmayado en pleno mar a la mañana siguiente, y terminó entregando su amor... y al deseo carnal.

"Se supone que no debería haber pasado eso", se repetía cada que llegaba al momento en el que aceptaba que no podía mantenerse lejos ni de su recuerdo. ¿Cómo olvidar a alguien que era retratado en cada rincón del inmenso mar? Debió pensar en eso antes. Nota para después.

Kantseng | AonuneteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora