✝ CAPÍTULO 1: REDENCIÓN

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REDENCIÓN

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REDENCIÓN

—Padre, por favor, sálvame —susurró, el frío silencio del lugar pareció replicarle con total indiferencia.

La joven yacía arrodillada sobre el suelo frente al altar de la iglesia, con sus palmas unidas y los ojos cerrados, dándole forma en su mente a aquel dios misericordioso al que acudía cada noche en busca de consuelo.

—No puedo soportar más esta sensación, esta inquietud en el estómago y la impresión de que estoy haciéndolo todo mal.

Por supuesto, no hubo respuesta. Sabía tal y como le habían enseñado que Dios no siempre respondería a sus oraciones, pero que siempre estaría ahí para escuchar a todos sus hijos. Aún así, la joven se sentía desamparada y abandonada, y eso la hacía sentir peor.
Llevaba años sintiéndose de aquella forma.

Cada vez que se encontraba sola con sus pensamientos se veía envuelta en una espiral de desesperanza y miedo de la que solo lograba salir momentáneamente mediante la oración.

Quizá, al haber consagrado su vida entera al culto de Dios, solo encontraba verdadera seguridad en ese entorno. Los muros de aquella iglesia le brindaban consuelo y le recordaban a aquellos tiempos en los que era tan solo una niña pequeña correteando sin preocupaciones.

—¿Acaso son tan graves mis pecados? —inquirió, sintiendo como le costaba pronunciar aquella última palabra— ¿Es por eso que tampoco encuentro consuelo en ti?

La joven ni siquiera era consciente de los pecados que había cometido. Sentía que aquella sensación en su estómago y el torbellino de malos pensamientos que invadían su cabeza se debía a que Dios la había castigado, pero no era capaz de entender la razón. No recordaba haber obrado mal, pero tampoco recordaba la primera vez que comenzó a sentirse de aquella forma.

Una vez más, sintiéndose desprotegida ante el silencio, terminó sus oraciones:

—Gracias por escucharme de nuevo esta noche. En el nombre de Dios, Amén.

Al concluir sus rezos habituales se levantó con su melena color miel sacudiéndose, recogida en una larga coleta. Limpió el polvo de sus vaqueros y sacó una pequeña figurilla tallada de madera de su bolsillo.

Aunque la madera lucía antigua, la figura se mantenía relativamente bien conservada y seguían siendo notables sus pequeños y elaborados detalles.
La estatua representaba a un ser con cuerpo humano, cabeza de carnero y dos prominentes cuernos sobresaliendo de ella. Su expresión se sentía vacía pero aterradora al mismo tiempo. Estaba sobre un trono con un pentagrama, con su mano derecha levantada y sus dedos medio e índice extendidos en un gesto peculiar. A cada lado, un niño lo observaba atentamente.

La joven sintió un escalofrío al sostener la figura. Sabía lo que debía hacer con ella, pero aún se sentía indecisa. Aquello era traicionar sus principios, la lealtad que había jurado desde pequeña y la seguridad por la que había velado. No solo la suya, sino de la de sus cercanos. ¿Qué pensarían sus padres al respecto? ¿La juzgarían por aquella gran duda que la carcomía día tras día? ¿Volverían a enfadarse?

La sombra de la redención Donde viven las historias. Descúbrelo ahora