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—¡Hey, deténganse! —gritaba un agente de policía en su intento por detener a dos niños que corrían por toda la ciudad

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—¡Hey, deténganse! —gritaba un agente de policía en su intento por detener a dos niños que corrían por toda la ciudad. Eran como autos de carrera pasando entre la gente, esquivando a toda velocidad a los transeúntes que se encontraban de frente. Uno de ellos tenía gran experiencia en estas situaciones, mientras que el otro chico era inexperto en persecuciones de tal magnitud. Cruzaron calles. En muchas ocasiones, los autos frenaban estrepitosamente para no chocar contra los niños. Doblaron por esquinas, corrieron por callejones, avenidas, subieron por mallas metálicas y avanzaron por basureros, hasta burlar al policía que hace mucho los había dejado de perseguir.
—¿Estás bien? —le preguntó el niño que evidentemente tenía mucha más experiencia en este tipo de situaciones. —Sí... respondió jadeando el otro chico, aún desconcertado de todo lo que había pasado.

El extraño relato que contaré, no se si fue un mito o una historia verdadera, que con el tiempo se distorsionó hasta convertirse en un simple cuento para niños, todo comenzó ese día, con estos infantes huyendo de aquel policía. Aunque en realidad el origen de todo no inicio aquí; para eso, necesitamos retroceder en el tiempo, siendo más específicos, un 23 de noviembre de 1983, fecha en la que se sitúa esta increíble y extraña historia.

—¡Adiós, mamá! ¡Adiós, papá!.

Se despedía de sus padres un niño, su nombre era Yas Lehner, era delgado, pequeño de estatura, de 12 años de edad, aunque parecía de 10, cabello color castaño oscuro puntiagudo y rebelde, de ojos marrones, era un chico inseguro, pero con determinación, callado e introvertido, con gran sentido de responsabilidad, leal y con valentía para luchar por sus seres queridos, ingenuo y muy gentil ante los demás.

Vivía en el país de "Handoores" en una ciudad llamada "Tegoose" que si la comparamos con grandes ciudades del mundo como New York, París o Tokio, era una ciudad pequeña.

El día pintaba un cielo azul con algunas pequeñas nubes en el horizonte, con el sol en todo su esplendor, Yas como acostumbraba iba camino a la escuela Francis D' Moran, una escuela pública de su localidad. Otro año más que transcurriría con total normalidad, y este, un día normal como cualquier otro o al menos eso pensaba... pero el destino le tenía preparado un juego cruel, malévolo y retorcido.

De regreso a casa, Yas caminaba despreocupadamente mientras pateaba con sus botas las piedrecitas y objetos que se cruzaban en su camino, fantaseando ser un jugador profesional de futbol, mientras tarareaba una melodía pegajosa, el sol comenzaba a desaparecer en el horizonte y las sombras de la ciudad creaban extrañas figuras en el ocaso.
A escasas cuadras de su casa, un alboroto de sirenas hizo que saliera de golpe de su fantasía, eran dos grandes camiones de bomberos que iban en dirección donde estaba su casa, en ese momento una preocupación repentina invadió todo su cuerpo y su mente.

Corrió hacia su casa y al estar enfrente observó una horrorosa escena que jamás olvidaría, toda la estructura estaba incendiándose, las llamas eran tan altas como tres pisos, el humo era intenso y los bomberos luchaban por controlar el fuego, los vecinos corrían tratando inútilmente con baldes abrirse paso para poder rescatar a los padres de Yas, el niño desesperado trató de entrar a la casa, pero alguien lo detuvo para que no hiciera semejante locura —¡Niño estás loco!— era un hombre alto que medía casi dos metros, rechoncho, su pelo enmarañado y con su barba excesivamente grande su nombre era Gust
—¡Pero es mi casa!, ¡Mis padres! —gritaba mientras se desparramaba en lágrimas.

Presenciar aquella escena era demasiado desgarrador, todos en ese momento se sentían impotentes por no poder hacer más para salvar a los padres de aquel niño... pero entonces un grupo de bomberos abrieron un espacio para poder entrar en la casa, se colaron a través de la puerta o lo que era de ella en medio de las llamas, tardaron unos tres o cuatro minutos, que al niño parecieron una eternidad, justo allí salían con su mamá, tenía varias quemaduras y estaba inconsciente, rápidamente la pusieron en un lugar seguro donde le aplicaron los primeros auxilios mientras la montaban a la ambulancia que la llevaría al hospital, lucharon un par de horas contra las llamas y por suerte la mamá del chico fue la única que salió del fuego... ya que su padre nunca lo logró.

Esa noche Yas se quedó en el apartamento de Gust, ya que él presenció todo lo que sucedió y se conmovió por el chico, el apartamento tenía tres habitaciones, algo desordenado, pero muy acogedor. Gust tenía una sobrina su nombre era Camil Lombrad, una adolescente de 15 años en etapa de rebeldía, de niña caprichosa, pero en la mayoría de momentos sabía controlarse.

Su cabello corto hasta los hombros, pintado en tono azul, a veces adornado con un chongo rojo, sus ojos castaño claro, grandes, nariz pequeña con un piercing negro reluciente y cara redonda, su tez de piel blanca, muy atractiva para la mayoría de chicos que la conocían.

Su personalidad era algo fría, rebelde, caprichosa, pero sin desagradar, también era optimista, gentil, cuando le convenía y muy razonable, se caracterizaba por amar la justicia, pero también se distinguía por sus comentarios cargados de ironía y sarcasmo.

—Y este ¿De dónde lo sacaste? —Pregunto Camil con un tono bastante distante.

—Oye, oye, no molestes al chico, Camil, que ahorita no es un buen momento, mejor ve y prepárale un cuarto para que duerma y algo de cenar.

—Ok Gust, pero relájate, ¡ni que se le hubieran muerto los papás!

Gust le tiro una mirada fulminante que me atrevo a decir que si hubiera sido escopeta Camil no la hubiese contado.

La chica, sabiendo por el gesto de su tío que la había regado, mejor se limitó a estar callada y obedecer a todo lo que él había ordenado.

Camil le dio de cenar a Yas y mientras este comía con poco apetito, ella le pidió una disculpa por su comentario fuera de lugar, a lo que Yas le mencionó que ni siquiera había escuchado, él aún seguía en un estado de shock y no era para menos: en una noche había perdido a su padre, su madre estaba en el hospital y su casa... ya solo era cenizas, mientras más le daba vueltas al asunto más se distanciaba de la realidad y más deprimido comenzaba a sentirse.

—¿Que cuantos años tienes?

—Perdona, estoy algo distraído, tengo 12.

—No es para menos. —respondió Camil.

—Deberías descansar y tratar de olvidarte por un momento de todo este tema, sé que no es fácil pero... —Camil no pudo continuar su frase sabia que estaba exigiéndole mucho al chico para lidiar con su luto y el dolor que sentía.

—Bueno solo vete a dormir, Yas lo necesitas. Debes estar muy cansado —Yas asintió con la cabeza y se dirigió directamente a la habitación que Camil le había preparado. Gracias a Dios ese día Yas andaba agotado porque solo puso la cabeza en la almohada y se quedó completamente dormido.

Pandemónium Donde viven las historias. Descúbrelo ahora