Poco a poco, la consciencia fue cobrando fuerza y control causando que [Tn] se removiera a punto de despertar.
Abrió los pesados párpados advirtiendo una leve sensación de mareo.
Fijó la mirada en el techo, justo donde colgaba una hermosa y dorada lámpara de araña con múltiples cristales reluciendo con la luz del día.
Desorientada, frunció el ceño cuando los últimos fragmentos de las memorias recientes vinieron a su cabeza.
Con ojos desorbitados, recordó que un extraño había irrumpido en su habitación.
Las imágenes se agolpaban una sobre otra reconstruyendo los hechos que se desencadenaron, antes de que el hombre la envolviera en un abrigo de plumas rosas y le golpeara el costado del cuello.
Se sentó de súbito cuando su mente asimiló cada cosa, determinando que, después de ese último recuerdo, ella se había quedado inconsciente. De modo que... ¿Dónde demonios estaba ahora?
Miró a su alrededor. El espacio era enorme, y parecía que todo había sido diseñado y acondicionado para una persona (o personas) de gran estatura.
La cómoda de madera oscura y reluciente, el sillón de espaldar alto frente a una ventana de cristal, y todo lo que había en dicha habitación donde predominaban los colores blanco, fucsia, rosa, rosa palo, y quién sabía que otros derivados de dicha tonalidad..., todo, todo le daba la impresión de que ella era algo diminuto en el espacio.
Se miró las temblorosas palmas de las manos intentando negarse lo obvio: había sido raptada.
«Vendrás conmigo —le resonó en la cabeza—, te guste... o no».
Con el corazón martilleándole en el pecho, vio las dimensiones de la suave sábana de seda de un bello color rosa cubriéndola a ella y la enorme cama donde se encontraba. Se giró para mirar las almohadas a conjunto y los cojines peludos donde antes hubo de reposar la cabeza.
A nada de comenzar a hiperventilar, salió de las sábanas y cayó de pie en el reluciente piso de madera de color negro. Corrió hacia la puerta casi dando tumbos, pero se detuvo cuando vio su reflejo en un amplio y alargado espejo de marco blanco. Notó que usaba un largo vestido de seda también de un lindo tono rosa. Ese maniaco debía ser muy partidario de esa tonalidad.
La prenda tenía unos delgados tirantes que dejaban al descubierto sus hombros. Se enteró de que no llevaba sostén, puesto que los pequeños pezones se le remarcaban en la delicada tela. Sintió la espalda fresca, de modo que se giró dándose cuenta de que el escote profundo por poco le llegaba al inicio de la línea interglútea.
Se levantó el vestido, solo para comprobar lo que ya temía: no había bragas cubriendo su intimidad.
Se abrazó dando pasos en reversa, sin dejar de ver su reflejo con espanto.