Caminar de un punto a otro en la espaciosa habitación no había sido de ayuda para [Tn] en los días pasados, y mucho menos lo sería ahora que Dressrosa ya se avistaba desde la ventana de cristal.
Porque era Dressrosa, ¿no? Esperaba que no. Rogaba que no fuese así, y pedía que por favor se tratase de otro puerto; uno donde ella pudiera desembarcar sin ser vista en caso de que la oportunidad se presentara.
Una y otra vez, se repetía que debía guardar la calma muy a pesar de que ni siquiera lograba regular su respiración agitada; y mucho menos conseguía que su corazón dejara de galopar a toda marcha dentro de su pecho.
Las manos, tan pálidas como temblorosas, no cesaban de humedecerse. ¿Cuándo en su vida había lidiado con ese tipo de sudoración?
Inhalaba tan lento como exhalaba el aire retenido en sus mofletes, con objeto de ganar aunque fuese un poco de autocontrol; pero nada le daba resultados.
Fracasando en sus intentos por serenarse, se abrazó con la vista puesta en la amplia costa rocosa. No sabía si era cosa de sus nervios haciendo horas extra, propagando el pánico en cada fibra de su ser; pero la extensión territorial le parecía más y más grande, como si ella se empequeñeciera.
«Qué tonta eres —se dijo—. No es eso, es solo que estoy cada vez más cerca de esa isla. Por favor, que no sea Dressrosa».
Si en los días pasados rezaba porque su cautiverio en esa habitación se acabara, ahora suplicaba porque el tiempo no transcurriera. No deseaba llegar a esa costa; con solo pensarlo se estremecía de terror.
Sus ojos renunciaron a la ventana traicionera que, a través del cristal, le mostraba con silencio agonizante, que se encontraba a nada de llegar a su destino final.
Una lágrima le brotó de cada ojo tan pronto como apretó los párpados. Sin querer, había visto todas las líneas que había trazado en el alféizar, con un cuchillo de mesa que se había quedado a escondidas de Baby-5.
Veinticinco días; ese era el tiempo que había estado cautiva en esa lujosa alcoba que se le antojaba más como a una jaula de oro.
Por su libertad, [Tn] cambiaría los vestidos finos y elegantes (de los cuales no había repetido ni uno en todos esos días), los perfumes caros, las piedras preciosas, las joyas (supuestamente diseñadas para ella) y cuanto habían puesto a su disposición.
No quería nada, salvo regresar a casa.
Y de pronto, un borborigmo se hizo audible en su estómago.
«Comí hace menos de una hora», se dijo. Incluso había comido más de la cuenta. Los malditos nervios y la ansiedad no se lo habían puesto fácil en todo ese tiempo. Hasta podría jurar que había ganado algunas libras de más.
Se preguntó qué le esperaba en Dressrosa. ¿Por qué Baby-5 no había vuelto a tocar el tema del supuesto «futuro marido»? ¿Y quién era ese futuro marido, de todos modos?