Al día siguiente, Jungkook se levantó a las siete de la mañana sin necesidad de alarma. La casa del director Kim todavía le resultaba un lugar extraño y cualquier sonido, como el de Seokjin escabulléndose en la madrugada, lograba despertarlo. Permaneció un rato mirando el jardín bañado por la luz matutina, sin pensar en nada. Escuchó un ruido de pasos amortiguados y no le tomó mucho deducir que se trataba de Seokjin en su regreso. Imaginó que se estaría viendo con alguna novia secreta o que se iría de fiesta al centro de la ciudad. A la hora del desayuno, al ver las marcas casi imperceptibles en su cuello y las ojeras sin ocultar, confirmó que era la primera opción. Sin embargo, le impresionó la ingenuidad de la señora Kim.
—El estudio te está arruinando la cara, cariño —le dijo mientras le servía un plato de arroz.
Seokjin se encogió de hombros, indiferente.
—Mi apariencia es lo de menos ahora, mamá.
La señora Kim chasqueó la lengua y le prometió que le conseguiría la crema mágica que vendía una de sus vecinas. Luego se entretuvo preguntándole a Jungkook sobre sus planes para la universidad. Seokjin terminó de comer antes que todos y se fue a su habitación con la excusa de seguir estudiando. La señora Kim lo vio irse y sonrió con orgullo.
—Tu también tienes que irte, ¿cierto? —le preguntó a Jungkook.
Jungkook asintió con la cabeza. La señora Kim le dijo que tenía que ir a sus clases de pilates y que le daría un aventón si la esperaba. En tanto ella se cambiaba, Jungkook se encargó de lavar los platos y de acomodar su cama. Se vistió de prisa, tomó su mochila y al salir, aguzó el oído a los suaves ronquidos de Seokjin. Soltó una risita al darse cuenta de sus mentiras de joven en etapa de rebeldía.
—Sonríes mucho, Jungkookie —le dijo la señora Kim mientras conducía—. Tu madre debe estar feliz de tener un niño tan bien criado.
Jungkook, que estaba distraído mirando la carretera, se limitó a sonreír en respuesta. Y la señora Kim continuó hablando. Contó las anécdotas de juventud con su madre: se habían conocido en la universidad por unos amigos en común y se habían enamorado del mismo chico: el director Kim.
—Tu madre era una muchachita hermosa, Jungkook. Tenía los ojos grandes, como un venado. Eso y sus mejillas rechonchas la hicieron parecer una adolescente por mucho tiempo.
Pero sólo en apariencia, aclaró la señora Kim. Y se empeñó en detallar sus peleas por amor, las artimañas de seducción de su madre, sus jugarretas, su eventual desconsuelo y los meses de intentos de venganza que nunca pudo ejecutar y de los que la señora Kim supo por un par de amigos que se encargaban de advertirla.
—Éramos unas niñas y lo superamos —dijo la señora Kim al notar el rostro estupefacto de Jungkook.
Jungkook le creyó y pensó en la señora Kim como un alma benevolente capaz de otorgar el perdón hasta a las personas más malignas. Sin embargo, al bajar del auto, ya no podía pensar en su madre como su madre, sino como la villana del matrimonio de los Kim. Recordó la frialdad de su madre y las veces que le acertó un par de cachetadas para corregir su comportamiento de niño inquieto y lo dejó llorar solo en un rincón, y se le ocurrió que quizá sí era una mala mujer y que, antes que él, ya otros habían conocido su naturaleza desalmada. La idea de no ser su primera ni su última víctima le formó un vacío en el estómago y, si Hari no lo hubiera llamado para ayudarle en la cocina, se habría perdido en el laberinto de sus rumiaciones.
—¿Te trajo la esposa del director Kim? —le preguntó ella mientras rebanaba una cebolla en julianas.
Jungkook asintió con la cabeza y tomó una tabla y un cuchillo para trabajar por su cuenta.
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KATABASIS ; jjk&myg
Fiksi PenggemarA los dieciocho años, Jungkook adquirió el mal hábito de fumar cigarros y de amar sin esperar nada a cambio. ******* Historia corta.