ADORMECIDO

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Era la cuarta semana de vigilancia, comiendo papás fritas y bebiendo Dr. Pepper de cereza, cuando vimos salir a Eve del departamento acompañada de Hannah.

Sin pensármelo dos veces di la orden de seguirlas y Liam la acató sin chistar, resistiendo los impulsos de hundir su bota en el pedal, poniéndonos en evidencia. Mantuvimos un perfil bajo incluso cuando decidieron tomar el transporte público, del que bajaron frente al cinema para posteriormente, ubicarse en la fila de la taquilla.

No habíamos enlazado mentalmente y aun así, la palidez de su rostro y las ojeras rodeándole las cuencas, no me pasaron desapercibidas pese al cuantioso alejamiento entre su emplazamiento y el nuestro.

Por la ventanilla del auto atendí a Brigith en lo alto del firmamento brillando como nunca, tan llena y tan radiante, que pude saborear su influjo afectando a la dueña de mis afectos.

Pasé saliva duramente y entonces, fui yo quien soportó los impulsos de catapultarme hasta ella y llevármela de ahí antes de que sucediera lo inevitable.

— Ustedes también lo sienten, ¿verdad? — Inquirió Caeli, colocando los codos en los respaldos de ambos asientos delanteros.

Su hermano y yo, nos vimos de soslayo.

— Tranquilos, Lycans — profirió. Le era sencillo adivinar nuestro sentir porque, era el mismo que el suyo —. Su madurez la marca la siguiente luna roja. No se preocupen que hoy, no pasará.

Asentí, rogando porque fuese cierto.

Dos horas más tarde el panorama fue a peor.

Fuimos testigos de cómo, al salir del cinema, volvió el estómago en un cesto de basura y cómo su amiga tuvo que servirle de apoyo durante su caminata a la parada de autobuses más próxima.

Tuvimos que abandonar el auto, de otro modo seguirles el paso no hubiese sido viable. Todo estaba oscuro y sabíamos, de los peligros que las sombras encerraban para el híbrido de Altaír e Idris, pero también sabíamos para qué habíamos sido enviados.

— ¡Maldición, nena! —enunció Liam entre dientes, porque a Hannah se le había ocurrido la brillante idea de cruzar la calle hasta una farmacia de veinticuatro horas, sola.

— ¿Esa es tu novia la brillante? — Formuló su hermana, burlona — Brillante idiota, mejor dicho.

La miró mal.

— Déjame en paz, Caeli. No estoy de humor.

— Guarden las composturas —pedí, oyendo cómo se enzarzaban en un pleito de frases altisonantes que me fastidiaba. De pronto el olor amargo de la ponzoña Desmodus, llenó mis fosas nasales —. ¿Huelen eso? — Pregunté, atisbando la efigie que le acariciaba la mejilla a Eve, con sus asquerosos dedos flacuchos.

¿Cómo pude pasarlo por alto?

No fue fácil teniendo a terquedad y descaro vapuleándome los sentidos con su acalorada discusión.

El sujeto no parecía de esta era, sino de siglos atrás al nuestro. Su voz, su vestimenta, todo en él sonaba ajeno e incluso, arcaico. Debía serlo, si se trataba de uno de los esbirros de Serbal.

La tomó de la mano y mi temperatura corporal aumentó; sin embargo, mi autocontrol se fue en picada al atender cómo el desconocido la tomaba por la cintura, como si quisiera seducir sus sentidos en totalidad.

Sin cavilarlo, entré en fase. Jamás había sufrido una transformación que no fuese premeditada; no obstante, mi instinto animal intervino como si estuviese programado para entrar en acción con la mínima insinuación de peligro. Pero no estaba a solas en ese callejón. Detrás de mí ocurrían dos metamorfosis más, sincronizadas, simultáneas; y en la misma concordancia tres gruñidos alertaron al Desmodus de lo que acarrearía su osadía.

"LYCAN"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora