ENTREGA TOTAL

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Al fin no tendríamos que ocultar lo nuestro delante de nadie. Ya todos sabían que nos amábamos.

¿Existía algo mejor que eso?

Sí. Sí lo había.

Juro —y de esto sí que estoy completamente seguro— que el objetivo de aquel paseo no fue precisamente el de que acabara como acabó; sin embargo, la atmósfera, el paisaje fantástico y plagado de criaturas a quienes les agradaba tenernos ahí, convirtió aquella caminata en algo más.

—Deseo ser tu mujer —escuché. Tan claro y tan nítido como el agua de la torrentera, refrescándonos los pies.

La otra parte de mi más grande sueño se estaba materializando, más dichoso no hubiese podido apreciarme. No obstante, la reacción que ella aguardaba no llegó. Me quedé mudo.

¿Que si estaba sorprendido?

Sí, si lo estaba.

Y se lo dije.

Le hice saber que había tenido que esperar por tanto tiempo que, ahora que ella era la que daba el primer paso, el desconcierto me había anulado el entendimiento. Más, a decir verdad, no sabía si se trataba de eso o de haber aprendido a ser paciente sin siquiera meditarlo. En cualquiera de los dos casos, orgulloso es un pobre adjetivo para calificar la renovada apreciación que poseía de mí mismo.

No me mal entiendan, el deseo, la pasión y el anhelo por Eve se mantendrían intactos mientras el mínimo soplo de vida me otorgara el placer de existir. E incluso después de eso. Pero ya no era el deseo desbocado de antaño, sino uno más maduro y manso.

— ¿Y ahora pretendes hacerme esperar a mí? — Soltó así, como si nada, como si fuese un cuestionamiento cualquiera que respondería de inmediato y sin pensarlo siquiera.

En un segundo esa parte de mí que reaccionaba a la menor provocación mucho más rápido que mi cerebro, despertó sin precisar de una alarma. Le bastó con las oraciones exteriorizadas y sus dedos rozándome las mejillas, animándome a aproximarme lo bastante como para unir sus labios con los míos. Fue tan sutil, tan tierno y a la vez tan tentador, que... Bueno, la expresión "ver fuegos artificiales" es un cumplido mediocre para la explosión que se generó en mi torrente.

Siseé al ataque de su lengua contra mi labio inferior y quizás mi proceder era el de alguien quien se estaba dando a desear; empero, nada era lo que parecía ser.

¡Maldición! ¡Estaba como una moto!

Aquello llevaba velocidad, sobre todo cuando el toque sinuoso se transformó en lujuria pura al introducir su lengua en mi boca, buscando la mía. Ambas se acariciaron lo vasto para que parar no tuviese cabida y que mi respiración se acelerara al punto de creer que hiperventilaría.

Nuestros latidos acompasados fueron la prueba fehaciente de lo que Odín reveló en sus runas: ella era para mí y yo para ella. Nuestros caminos estarían unidos para siempre y nada ni nadie nos podría separar. Ni siquiera la muerte.

En una atmósfera tan perfecta lo que menos me apetecía era razonar, cavilar sobre cosas externas, ajenas a nuestro sentir y proceder; empero, Liam hizo acto de presencia y la coraza que me había propuesto construir al menos en lo que nuestro idilio durara en consumarse, lastimosamente no era perfecta. Tenía grietas.

Rompí el contacto.

Fui estúpido en mis reflexiones, lo sé, pero tenía que estar seguro de que su súbita determinación nada tenía que ver con las intenciones que el primogénito de Alana había estado a nada de hacerle patentes, sino porque efectivamente, deseaba que la hiciese mía tanto o más de lo que yo lo deseaba.

Enérgica y con un ápice de indignación, lo negó completamente, pidiéndome que mirara a nuestro alrededor, tan magnifico y maravilloso como lo había fantaseado para nuestra primera entrega.

No me hizo falta escuchar nada más.

La atraje conmigo. La tomé de la mano y caminamos alejándonos de la orilla del arroyo, hasta un sitio más idóneo y acogedor.

"Imbécil". Pensé, al cuestionarla nuevamente. No obstante, estar seguro de que no se arrepentiría después era el precepto prioritario y, la enorme sonrisa que esbozó en respuesta borró todo rastro de inseguridad.

Posteriormente me pidió que la enseñara. Confesó que quería aprender sobre las artes del amor. Pero, ¿quién le había dicho que yo era un experto?

El haber estado con Caeli no era un indicio, ¿o sí?

Eso se había tratado de una representación de lo que suponía marcar a alguien; empero, la marca o el desahogo nunca llegaron. Tal vez mi interpretación de los sucesos no le había quedado tan clara pero, hablar de ello me desagradaba. Tendría que discernir por experiencia propia.

Dí una zancada corta y la besé, tan hambrienta y arrebatadamente que la antigua Eve habría salido lastimada de alguna forma, mas la nueva Eve me acogió con el mismo frenesí del que mis atenciones iban impregnadas.

No le concedí tregua. Me desnudé y la desnudé como si fuese la última noche que pasaríamos juntos en una muy larga temporada —irónico, porque lo fue—. Me volvía loco. Me encantaba y, ¿para qué seguir alargando la espera?

Le besé el cuello al tiempo que su olor invadía mis fosas nasales, tentador y lascivo. Eso tampoco cambiaría así pasaran décadas y teniéndola completamente expuesta, con su pecho desnudo pegado al mío, haciendo acopio de la delicadeza que aún me quedaba la ayudé a recostarse sobre el pasto húmedo.

Me parecía una utopía, una invención de mi mente el verle ahí, un hecho que me hizo soltar una tontera tras otra, pero la incertidumbre se evaporó en cuanto estuve dentro suyo. Al palpar su tibieza, su ardor, fuimos solo ella y yo en el mundo. Primero, quise ser cuidadoso, aguantando mis impulsos hasta que se acostumbró a mí y después, mi hombría y mis bríos se liberaron como un potro salvaje librando el cautiverio.

El sudor aumentó la humedad en nuestros cuerpos agitados, entusiastas por saciar el hambre y la sed, la necesidad por el otro. Sus jadeos y los míos eran como música para mis oídos, una sonata compuesta expresamente en honor al acto, a la consumación de tanto amor, tanta adoración y tanta pasión contenidas. Una plegaria de despedida para el sufrimiento de no tenerla.

El alivio hizo su arribo.

Eve se tensó y la porción de mí que amparaba, palpitó en derrame inaplazable. El triskel y la triqueta que nos daban identidad se encendieron como luces neón en la ciudad porque, ya nos pertenecíamos.

"LYCAN"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora