LO SUFICIENTE COMO PARA HACERTE PEDAZOS

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— ¡Asegura las cadenas, Cedric! — Gritaba mamá, temerosa por lo que un Lycan como yo, pudiese ocasionar durante el clímax de su primera transformación.

Ese día desperté muy temprano, percibiendo los primeros síntomas de aquella fiebre calcinante que amenazaba con encenderme en llamas. No era solo yo quien recibiría los efectos de Brigith; sin embargo, sí el primero en caer en cama y el único cuyos gruñidos y aullidos resonaban tan fuerte y tan potente, que hicieron temblar a la gente de la tribu.

Después de mí siguieron Caeli y Kira, junto con el resto de betas que por esas fechas, alcanzarían su madurez.

— ¡Que pare ya! — Vociferé. O mejor dicho, la bestia en mi interior y yo.

El crujir de mis huesos bajo el influjo de la luna llena, me hizo estremecer. Sentía el cambio, la metamorfosis; pero no tenía miedo a sufrirla, sino a que el resultado no cumpliera las expectativas. Hacía muchísimo tiempo que deseaba y esperaba ese instante, el momento preciso en el que dejaría de ser Killian, para oficialmente tomar mi sitio como el guardián de Eve; con todo y lo que eso acarrearía consigo.

— ¿¡Por qué está sufriendo tanto!? ¿¡Acaso escuchas a los otros gritar como él lo hace!? — Formuló Erin, angustiada.

Ni siquiera podía verle, porque si el intentarlo de por sí me era agónico, imaginen el hacerlo en toda regla.

El entrenamiento había finalizado una semana atrás; no obstante, lo que Cedric nos explicara con respecto a la primer conversión, fue nada en comparación con lo que experimentaba.

— Pronto pasará, mujer —respondió papá, y yo advertí la palma de su mano descansando en mi frente, como si así pudiese transferirme algo de calma y consuelo. Pero lo cierto era, que su simple roce me ponía a cavilar en destrozársela con mis propios colmillos —. Sabes que la primera transformación es mucho más difícil en aquellos que son más poderosos que el resto. Y nuestro hijo lo es. Digno nieto de Rowan Birne.

Y dicho eso, fue como si mi propio abuelo me enviara un mensaje inmolándome el trisquel en el flanco derecho, la misma marca que él llevó desde su primera transformación hasta la tarde de su muerte.

Si alguien me hubiese dicho que la habían grabado en mi carne con un hierro al rojo vivo, yo se lo habría creído. Pero no, creo que fue la misma Brigith quien se encargó de plasmarla en mi dermis con su inmenso poder, el mismo poder que me hizo abrir la boca en recibimiento de decenas de agujas puntiagudas capaces de desgarrar a cualquiera que se atravesara en mi camino.

Mi visión se volvió en blanco y negro.

Por fin pude abrir los párpados en la última de las fases, esa donde todo licántropo se vuelve imparable y casi invencible. Erin y Cedric al percatarse de la escena, con mirar desencajado que la efigie sobrenatural que tomaba forma les estaba provocando, dejaron sus sitios retrocediendo hasta alejarse la mayor distancia posible, nada más notarme romper una de las cadenas que sujetaban mis brazos.

— Ahora sabes de lo que te hablo —añadió él mostrándome las palmas, conteniéndome.

Pero de nada sirvió.

La segunda cadena se rompió y yo, ya no era el humano que caminaba en dos pies, sino una masa de pelo oscuro y cuatro patas que atisbaba a su propio padre como si fuese un bocadillo y no aquel que junto a Erin, lo hubo traído al mundo de los vivos.

Un gruñido amenazador se exteriorizó a través de mis fauces, un gruñido que actuó como detonante a una lluvia de oraciones que mi padre tachaba de tranquilizadoras, pero que a mí me inyectaban algunos niveles más de furor.

Lo atacaría.

Iba a hacerlo.

—Mi niño... — Erin estaba tocando a la suerte y no sería una muy buena.

La miré y mis labios se retrajeron, enseñándole los filosos colmillos en advertencia.

Mi padre aprovechando la distracción, marcó dos pasos cortos aproximándose, invadiendo mi espacio personal; mi territorio.

Gruñí de nuevo y entonces, las señales fueron irrefutables. Habría una pelea entre Alfa y beta. Padre e hijo. Una mascarada que si no era frenada, podría acabar en tragedia.

"Sigues siendo tú, ¿no es cierto?" Me dije, escabulléndome por entre los pensamientos de aquel enorme y corpulento lobo, que superaba a su madre en tamaño. "Entonces, ¿porque actúas como un imbécil?"

Pero la rabia era mucho más fuerte que yo.

Cedric y Erin tuvieron un corto cruce visual con el cual, se dijeron mucho más que si hubiesen pronunciado largas enunciaciones. Lo demás, ocurrió en cámara lenta.

Por un instante éramos los tres, solos en la casita; pero al segundo siguiente la entrada a la choza estuvo atiborrada por los mirones, siendo seducidos por el espectáculo que el novato estaba dando.

"Estás sufriendo, sí; pero esto no tiene por qué ser así". Volví a decirme cuando Liam y Alana aparecieron en mitad de la muchedumbre, queriendo auxiliar a mis padres sin que nadie más se atreviera.

— ¡Váyanse!, ¡Caeli y Kira los necesitan! — Pidió Erin y ellos negaron.

—Ya ha acabado. Ahora están descansando —inquirió el de ojos ambarinos sin poder despegarme su escrutinio, asombrado.

"¿Qué?" "¿Ya acabó?" Mis oídos no concedían crédito a lo que oían.

¿Por qué Brigith se estaba ensañando conmigo, entonces?

Eso solamente ella lo sabía; empero, mi raciocinio no dio para más que enfurecerme al doble.

— Santa... mierda. Pero si eres enorme, hermano — exclamó, audiblemente impresionado.

"Lo suficiente como para hacerte pedazos". Pensé casi en voz alta, o quizás lo dije tan alto en mi forma lupina, que Cedric consiguió captarlo tan claro como para que al agazaparme, él también pudiera entrar en fase antes de que saltara por mi presa. No obstante, lo que no captó fue, que en el nanosegundo antecesor, había sido yo quien cambiara los designios de la bestia convenciéndola de no atacar. "¡Vete!"

Nuestros enormes organismos colisionaron en las alturas al querer frenar mi asalto, y a penas caer al suelo, con agilidad renovada y a todo galope, atravesé la puerta cruzando el claro, hasta perderme en las profundidades del bosque.

"LYCAN"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora