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Las luces frente a él, parpadeantes y deslumbrantes, parecían un enjambre de medusas luminosas suspendidas en el aire. Sin embargo, su resplandor no solo era cegador, sino que también parecía enviar descargas eléctricas a través de su piel sin siquiera tocarlo, como si cada destello fuera una agresión invisible dirigida hacia él. Entre destellos, podía escuchar una cacofonía de gritos y voces de seres desconocidos, una sinfonía discordante que retumbaba en su cabeza.

La mareante visión lo hacía tambalearse, luchando por mantener el equilibrio en un mundo que de repente parecía haberse vuelto hostil y extraño.

Y entonces, en medio de aquel caos de luces y sonidos, distinguió figuras como él. Pero no tenían colas ni escamas como los de su especie. Eran criaturas diferentes, con extremidades que se movían en una danza extraña sobre el suelo.

Recordó las historias que su madre le había contado en la comodidad de su hogar acuático, relatos de seres míticos que se asemejaban a ellos pero que caminaban sobre la tierra firme con patas similares a las de los cangrejos, solo que estos utilizaban solo dos. Eran seres que respiraban aire, como las gaviotas que ocasionalmente veía volar mientras comía en la superficie.

El desconcierto y la curiosidad se entrelazaban en su mente mientras observaba a aquellos seres que se movían con tanta facilidad en un entorno tan diferente al suyo. ¿Qué eran ellos? ¿Qué mundo habitaban? Y, lo más importante, ¿cómo podría comunicarse con ellos? ¿Qué comían?

Su comida preferida eran peces pequeños de pocas espinas, las algas eran deliciosas, cualquiera pensaría que las algas son plantas, pero realmente son colonias de organismos uni o pluricelulares, ¡Como el plancton! Pero más pequeños.

Se veían y actuaban igual que las plantas que había visto crecer sobre rocas en medio del océano.

Un océano que se marchitaba.

Los peces aparecían con cosas transparentes y muy duras sobre sus branquias, obstruyendo su sistema y muriendo.

Muchas veces los pescados que comía aparecían con su estomago lleno de cosas duras de colores que no entendía, los había probado y sabían fatal.

¿Es real? ¿Podrían responder nuestras preguntas? ¿A que profundidad se encontraba la criatura?

¿Criatura? ¿Él era una criatura? ¿No se han visto antes? Escuchaba a aquellos seres hablar y gritar entre ellos, voces chillonas con aquella luz quemando sus retinas, parpadeando.

— ¿Huh? — Chilló con temor al ser tomado entre las manos de aquellas criaturas y ser transportado sin su concentimiento.

Las manos de aquellos seres eran secas, suaves, pero secas.

Fuera del agua, su supervivencia parecía un misterio. ¿Cómo podían resistir tanto tiempo bajo el ardiente sol sin que sus pieles se agrietaran y se deshicieran? La idea le desconcertaba mientras observaba a esos seres de dos patas moviéndose con tanta naturalidad en un entorno que para él era tan inhóspito.

Lo metieron en una caja llena de agua diferente a la suya, un líquido transparente y extraño que no tenía el mismo sabor ni la misma textura que el océano que conocía. ¿Para qué lo habrían hecho?

¿Le harían daño? Se dañó su propio brazo al ser arrastrado por una cuerda transparente con un pez falso hacia una red demasiado dura como para romperla con sus dientes.

¿Su sangre atrajo a esos seres de dos patas? ¿Se lo comerían?

Lágrimas empezaron a caer por sus mejillas mientras se mesclaban con el agua agria en donde se encontraba.

Su poca luz desaparecía mientras lo ponían en una caja aun más grande sin luz, tenia miedo, solo nadaba y buscaba su comida como cualquier ser.

— ¡Ayuda! ¡Mamá! ¡Ayúdenme, por favor! — Gritó con fuerza mientras golpeaba el cristal, gritando bajo el agua, su voz salía ocuosa, tan ilegible que ni siquiera las personas que lo rodeaban en luces parpadeantes podían escucharlo.

Liberame |PAUSADO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora