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Katsuki lo observó por horas, mientras el chico pez simplemente lo ignoraba nadando hacia el profundo estanque. Necesitaba hacer que cooperara para poder conocer más a su especie, ¿y si hay más como él? Y... ¿Y si es el último de su especie?

— ¿Sigues aquí? — Ochako se acercó a él, casi murmurando.

— No quiero irme. — Suspiró. — Aunque debería, también debo alimentar a las tortugas. A la con el caparazón lastimado la llamé Kintsugi.

Ella lo miró asombrada, pues aquel nombre era el arte de reparar cerámica rota con oro, resaltando las cicatrices como parte de la historia.

— Es un nombre precioso — Comentó Ochako, sentándose a su lado. — Has estado aquí desde que él llegó, ¿siquiera has ido a almorzar?

Katsuki frunció el ceño, desviando la mirada del estanque hacia el suelo.

— Es que no sé qué hacer. No responde, no sé si me entiende y joder, Yagi me ordenó sacarle información, además... Se ve asustado.

Ochako asintió, mirando el agua serena.

— Tal vez no es cuestión de entenderte con palabras. Quizás deberías intentar comunicarte de otra forma. ¿Y si intentas nadar con él?

Katsuki la miró sorprendido.

— ¿Nadar? ¿Con él? — Bufó. — Claro, así veremos como una piraña me devora en un dos por tres.

— No es una piraña, ni siquiera sabemos si come personas, tal vez eso lo haga sentirse más cómodo. Si él ve que tú también eres vulnerable, podría abrirse más a ti o tal vez, sentirse a salvo. — Ochako sonrió con suavidad. — Además, podría ser una experiencia interesante.

Katsuki asintió lentamente, considerando la idea.

— Supongo que podría intentarlo. No tengo nada que perder, además de la vida, claro.

Ochako se levantó y le dio una palmadita en el hombro.

— Eso es el espíritu. Yo me encargaré de las tortugas por hoy. Tú concéntrate en él.

Katsuki se quedó solo otra vez, observando el estanque. Respiró hondo, sintiendo la fresca brisa en su rostro, y se dirigió a la caseta cercana para cambiarse. Cuando regresó, vestido con un traje de buzo, el sol de las escotillas del acuario mostraba como comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores cálidos.

Se acercó al borde del estanque y, con cierta vacilación, se deslizó al agua. El frío lo envolvió al instante, pero se obligó a mantenerse tranquilo. Nadó lentamente hacia el centro, donde había visto al chico pez por última vez.

— Hola... — Murmuró en voz baja, sintiendo el agua susurrar a su alrededor. — Soy Katsuki. No quiero hacerte daño... solo quiero entenderte.

El agua se meció, sintió como su respiración se cortaba ante la adrenalina que le provocaba el miedo que sentía ante lo desconocido, ante la anticipación de que algo sucederá.

El silencio acuático le permitió escuchar los latidos de su corazón con claridad. Katsuki se mantuvo flotando, observando los alrededores, cuando una figura esbelta y ágil apareció en su visión periférica. El chico pez emergió de las sombras del estanque, moviéndose con gracia y cautela.

Katsuki levantó una mano, manteniéndola abierta y visible en señal de paz. El chico pez se detuvo, sus ojos grandes y brillantes fijos en Katsuki. Había una mezcla de curiosidad y temor en su mirada, como si estuviera evaluando si aquel intruso representaba una amenaza.

—Hola. — Repitió Katsuki, su voz apenas un susurro en el agua.

El chico pez no respondió, pero tampoco huyó. Katsuki se dio cuenta de que había hecho un pequeño avance. Decidido a continuar, se quedó quieto, permitiendo que el chico pez lo observara y se acostumbrara a su presencia.

Liberame |PAUSADO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora