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Se sentía legítimamente irreal, como si estuviera viviendo una fantasía sacada de un cuento de hadas.

¡Estaba tocando a un niño pez!

— En este estanque podrá ser más libre. Gracias por ayudar a cargarlo, es algo inquieto. — La voz del dueño del acuario era amable y tranquilizadora mientras, entre varios, intentaban llevar al chico pez con sumo cuidado.

—Debe dolerle algo. Las tortugas siempre hacen eso cuando están incómodas. — Comentó Katsuki mientras sentía la áspera pero a la vez suave cola del chico pez deslizándose entre sus manos. — Quizás tenga hambre.

— ¿Cómo dices? ¿Hambre? ¡Ja! — Exclamó el dueño del acuario, llevándose una mano a la frente en un gesto de sorpresa. — ¿Cómo no pensé en eso?

Con sumo cuidado, bajaron al chico pez hacia el agua cristalina del estanque. Era tan pesado como una persona, pero resbaladizo y escamoso como uno de los peces que nadaban alegremente en el acuario.

A medida que su cuerpo entraba en contacto con el agua, las escalas brillaron bajo la luz, reflejando un caleidoscopio de colores. Todos miraban en silencio, fascinados por la criatura mágica que ahora parecía más en su elemento.

— Parece estar más tranquilo. — Observó Katsuki, notando cómo el niño pez empezaba a moverse con mayor agilidad y menos resistencia.

—Sí, el agua es su hogar. — Respondió el dueño del acuario con una sonrisa de alivio. — Aquí podrás recuperar sus fuerzas y tal vez, solo tal vez, algún día podremos entender mejor su mundo.

—— ¿No pensaste que tal vez tuvieras hambre? Yo también intentaría arrancar ojos si no me alimentan. — Expresó Katsuki volviendo al tema anterior mientras veía al chico pez alejarse hacia la parte más lejana del estanque lleno de agua.

El agua se mecía con tranquilidad, reflejando la silueta del niño pez en el fondo. A lo lejos, su figura se volvía una sombra borrosa, pero su miedo era obvio, palpable en el aire.

— Es como un niño pequeño al que han alejado de su mamá. — Murmuró Katsuki, ignorando por completa la presencia del hombre mayor.

El resto de las personas que habían ayudado se habían alejado para seguir con su trabajo, dejando a Katsuki y al dueño del acuario a solas.

— Necesito... No, disculpa, me gustaría que pudiera comunicarse con nosotros. Sé que te gustan los seres marinos a pesar de siempre amenazarlos con cenarlos. — Dijo el dueño del acuario, con una leve sonrisa.

— ¿Y? — Katsuki arqueó una ceja, visiblemente intrigado.

— Quiero que le enseñes a comunicarse, ya sea con lengua de señas, gestos o, si es posible, a hablar como nosotros. Realmente creo que no sabe hablar, dado que hasta el momento ni siquiera nos ha gritado.

— ¿Me ves cara de niñera? — Respondió Katsuki, cruzando los brazos.

— Tu salario aumentará considerablemente, dado que le enseñarás algo tan importante. Y viendo que es un espécimen juzgado, un mito o leyenda, tu salario aumentará unas cinco veces por el momento.

— ¿Empiezo ahora o cómo le hacemos, viejito? — Sonrió Katsuki con arrogancia, pero sus ojos brillaban con un interés renovado.

El dueño del acuario sonriendo ante la reacción de Katsuki, sintió un rayo de esperanza.

— Empieza ahora. Cuanto antes logremos comunicarnos con él, mejor. Vamos a necesitar toda la ayuda posible para entender sus necesidades y asegurarnos de que se sienta seguro aquí.

El agua salpicó, llamando la atención de ambos. El chico pez emergió parcialmente, con sus ojos verdes y tóxicos observándolos con intensidad desde la superficie. El final de su cola se agitaba en el aire, moviéndose de un lado a otro. Una fina capa de membrana nictitante, similar a la de muchos reptiles, se deslizó sobre sus ojos, dándole un aspecto aún más alienígena y fascinante.

Liberame |PAUSADO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora