I

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Había un sabor amargo en su boca. Así era como recordaría ese momento, pensó Marta, cuando tuvo entre sus manos el acta de divorcio que ponía punto final a diez años de matrimonio perfecto con la única persona con la que había estado. Un hombre gentil y carismático; un buen amigo, un buen cuñado, un buen yerno pero un hombre, al fin y al cabo, con necesidades que su esposa no pudo satisfacer.

La amargura no nacía de su orgullo herido de mujer porque la realidad era que su orgullo estaba intacto. Había cierta tranquilidad en saberse de nuevo soltera, en no tener que pretender que todo lo que tenía que ver con Jaime le interesaba o en tener que poner buena cara cuando elogiaban al buen caballero con el que se había casado. Su amargura residía en saber que siempre se había sentido así, distante y apática; en que, tal vez, había desperdiciado diez años de su vida con un hombre al que no amaba como se suponía.

Marta giró la alianza de oro que aún estaba en su dedo anular, notando que su aplastante peso se había aligerado justo cuando puso el punto al final de su firma, volviendo al anillo justamente eso, un simple anillo que se retiró y arrojó a la oscuridad de su bolso de mano.

— ¿Qué haces aquí?

Jesús estaba sentado cómodamente en su silla ejecutiva como si se tratara de la suya propia, en sus labios se podía ver una sonrisa burlona con la que Marta estaba más que familiarizada.

— Esperándote.

Marta dejó su bolso en el escritorio y con una leve sacudida de mano, le indicó a su hermano mayor que se levantara de su silla.

— ¿Cómo sabías que vendría? Dejé avisado que me tomaría el día.

Jesús se pavoneó por la oficina, inspeccionando las muestras de botellas de perfume que habían sido parte de la marca a lo largo de los años.

— Te conozco bien, hermana, y sé cuán obsesiva eres con las presentaciones de las fragancias y Anhelos de Mujer es tu bebé. La nimiedad de un divorcio no es razón suficiente para que personas como tú y yo nos ausentemos del trabajo de nuestras vidas.

Marta miró con aburrimiento a su hermano pero en una cosa tenía razón y era que ella gustaba de supervisar los eventos de presentación, amaba la perfección, misma que no podía ser alcanzada sin la meticulosa supervisión de la gerente de ventas.

— Entonces tienes claro que estoy hasta el tope de trabajo y esta charla sólo me hace perder el tiempo.

— Y por eso estoy aquí, por trabajo. —Jesús colocó sobre el escritorio un acceso VIP con varios logotipos de marcas de autos deportivos.

— No soy fanática de los autos, Jesús, y lo sabes bien.

— No te estoy invitando, te estoy diciendo que, como gerente de ventas, recopiles en esa cabecita tuya nuestros mejores números porque a este evento asiste una inversionista que le fascina gastar dinero en compañías con fuerte presencia femenina.

— ¿En un evento de autos deportivos?

— Marta, Marta, Marta. No sé si sepas pero estamos en pleno siglo XXI y las mujeres ya no se recluyen en la cocina.

El tono irónico de Jesús hizo que Marta rodara los ojos con fastidio.

— Idiota.


*****MF*****


— ¡Juliette! Qué sorpresa encontrarte por aquí.

Jesús saludó efusivamente a una elegante mujer vestida en un traje sastre gris oscuro que bien habría sido considerado varonil pero que con los zapatos de taco alto negros y los accesorios en plata adquiría una elegante femineidad. Su cabello era rubio platinado peinado de lado, enmarcando un rostro atractivo pero poderoso que se distinguía por sus ojos verdes, salpicados de dorado en el centro.

Destellos de mi Vida ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora