VIII

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Marta salió de su habitación lista para un día de trabajo y con el móvil pegado a su oreja. Una costumbre que fue adoptando durante las mañanas que Fina no despertaba con ella.

- ¿Estás segura que no estaba en el armario?

La rubia se dirigió a la cocina con el fin de prepararse un rápido desayuno. No es que fuera una ventaja pero, cuando su novia pasaba la noche en casa, siempre se saltaban el desayuno con tal de arremolinarse un poco más en la cama.

- Busqué por todos lados, entre tus cosas y las mías y no encontré la blusa. -Marta encendió la máquina de espresso y, en lo que el sistema se preparaba, tomó de la repisa la taza que le había comprado a su morena en una de sus salidas y que tenía el mensaje de "Té quiero", lo que hizo sonreír a Marta sin ser plenamente consciente de ello-. ¿Estás segura que no está en tu habitación?

- Estoy segura. Recuerdo habérmela puesto en una de nuestras citas de la semana pasada. -Fina suspiró con pesar-. No puedo creer que haya perdido mi blusa favorita.

Marta abrió la puerta de la nevera para tomar la leche para su café y notó que el jamón favorito de Fina estaba por terminarse, por lo que hizo una nota mental para comprar más en su siguiente ida al mercado.

- Te prometo que volviendo del trabajo la volveré a buscar y, si no la encontramos, siempre podemos comprar otra que realce tus ojos justo como lo hacía esa.

La taza fue colocada en la máquina y pronto el sonido del molino triturando los granos de café se escuchó por todo el piso, inundándolo de un delicioso aroma.

- O tal vez deberíamos dejar de hacerlo en cada lugar que se te antoje. La otra vez tardamos casi tres horas buscando tus llaves.

La sonrisa que adornaba la sonrisa de Marta se hizo aún más grande. Aquella vez habían vuelto de un tablao de flamenco que Marta ansiaba por visitar; la noche había sido íntima, mágica y, al regresar a casa, había un antojo de dulces fresas que la rubia degustó directamente de la boca de su novia y de su piel también. Afortunadamente y luego de buscar con desesperación, las llaves fueron halladas en la nevera.

Y Marta agregó un paquete de fresas a su lista mental.

- Puedo escuchar tu sonrisa, Marta.

- ¿Ahora puedes escuchar mis gestos? -Preguntó con ironía la mujer mientras agregaba la leche al café humeante.

- Sí y sé que estás sonriendo porque te estás imaginando cosas.

- Entonces sabes que esas cosas son dignas de recordar.

La línea se volvió silenciosa salvo por un suspiro que Marta supo que se debía a que Fina intentaba mantener el control porque, seguramente, Claudia y Carmen estaban cerca.

- Madre mía, Marta, que me matas. -Susurró Fina.

- Mientras sea con la petite mort, por mí está bien. -La rubia se mordió el labio mientras se llevaba la taza de café a los labios pero no bebió su contenido, la dejó ahí para sentir la cerámica tibia como un recordatorio de que la boca de Fina había estado ahí apenas el día anterior-. Es una tortura no despertar contigo.

La confesión se le escapó pero era real. La presencia de Fina en el piso se había vuelto más y más frecuente los últimos meses y su cuerpo se acostumbró muy rápido a sus abrazos y besos matutinos, y durante sus ausencias, la cama se sentía demasiado grande y desmesuradamente fría. Eran tiempos en los que se debía conformar con el recuerdo de sus caricias y contaba el tiempo hasta su siguiente encuentro.

- Ay, mi amor, sólo serán un par de días y la invitación sigue abierta por si quieres venir a la cena de mañana.

- Me encantaría ir y conocer por fin a Mateo pero sé que no dejaré de escuchar los reproches de Luz y Begoña si vuelvo a cancelar nuestra salida.

Destellos de mi Vida ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora