1. Primer Encuentro

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Mi abuela siempre me dijo que guardara una botella con agua bendita junto a mi cama. "Por si acaso", solía decir, "no olvides tener siempre tu botella a la mano, Kiarah, por si acaso". El día que la puse ahí fue solo para complacerla, no sabía que al final habría algo de lo qué cuidarme.


...

 

La primera vez que me desperté en mitad de la noche con un frío atroz que escarchaba todas las superficies de mi habitación, pensé que seguía soñando, pero la sensación de entumecimiento en las puntas de mis pies era tan fuerte que no podía ser imaginaria.

Me había acostumbrado tanto a la oscuridad absoluta que reinaba en mi cuarto cada que apago la luz, que me tardé unos segundos en darme cuenta del brillo azulado que salía del espejo en mi pared.

 

El interior de la superficie acristalada comenzó a llenarse de humo, girando y girando hipnóticamente, no pude hacer más que mirarlo con fijeza. Sin embargo, mi estupefacción alcanzó niveles astronómicos cuando unos hilos de ese humo salieron del espejo y se dispersaron en mi pequeña habitación.

El frío se filtraba a través de la delgada camisola que uso para dormir, directo a mi piel. Temblaba, no sabía si de pánico o debido al frío, y sinceramente no importaba, pues poco a poco el humo del espejo se transformó en un hombre de traje negro de pie a unos metros de mi cama.

Era terriblemente alto y ridículamente atractivo. A pesar de su altura anormal, su cuerpo lucía musculoso, como el de un atleta, su cabello era más negro que el alquitrán y parecía bailar con un leve viento que yo no podía sentir. No obstante, sus ojos eran lo más inquietante. Eran azules, más azul que un zafiro, y destelleaban con pequeños fuegos en sus iris.

Lentamente el espejo dejó de brillar, y esos ojos azules eran todo lo que podía ver en la penumbra de la habitación. Mi boca se secó.

 

— ¿Quién eres? — Preguntó el hombre.


Su voz era profunda y ronca como los posos del Abismo, y su tono destilaba autoridad, como si estuviera acostumbrado a que se le obedeciera.

 

— Mi n-nombre es Kiarah. — Contesté con un hilo de voz.

 

— Kiarah. — Ronroneó él, como probando mi nombre, a la vez que se acercaba unos pasos a mí. — ¿Qué puedo hacer por ti, pequeña Kiarah?

 

Sus ojos me inquietaban tanto que me demoré un instante en entender su pregunta.

 

— ¿De qué hablas? — Le dije.

 

— Tú me invocaste, asumo que necesitas algo, ¿o me equivoco? — Podía oír la sonrisa arrogante en su voz. — Debes saber que nunca me equivoco, pequeña Kiarah.

 

Su tono despectivo cuando decía mi nombre me empezaba a irritar, haciéndome olvidar mi miedo.

 

— Si vas a usar mi nombre así cada vez que me hables, al menos dime el tuyo. — Le repliqué.

 

Él se rió. Y vaya qué risa... Lenta y sensualmente socarrona, con un deje de peligro en ella. Me hizo pensar en una daga envuelta en seda. Mordí mi labio inferior.

Zafiros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora