7. Pura, Inocente y Perfecta.

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Con el paso de las semanas, mientras más observaba a Hades, más me parecía un Chimuelo en miniatura. Quizá la única diferencia eran sus ojos y el hecho de que el moenia furoris no exhalaba fuego. O, bueno, no que lo hubiera visto.

De todas formas, era básicamente como tener un perro. Un perro con alas, cubierto de escamas y proveniente del Inframundo, pero un perro a fin de cuentas. Movía la cola cuando estaba feliz, hacía ruidos similares a ladridos, lamía mi rostro y se acurrucaba junto a mí para dormir por las noches. Me encantaba.

Por lo general regresar a casa era todo menos emocionante. Desde que mi abuela murió, permanecer alrededor de mis padres agotaba mi energía vital. Estar sola en mi habitación se había convertido en una rutina que Rath'tollan rápidamente destruyó con su intromisión en mi vida. No es que extrañara cómo era todo antes, la verdad.

Su compañía y la de Hades agregaban color a mis días. Curiosa analogía para seres que venían del Averno mismo, pero no se me ocurría otra forma de describirlo.

He caminado en la oscuridad toda mi vida. Solía tener una linterna brillante que me hacía compañía, sin embargo, cuando ella se fue, no quedó nada. Solo sombras. Hasta que de esas mismas sombras aparecieron un par de ojos zafiro envueltos en llamas que me juraron no dejarme. Y yo les creo.

Incluso cuando sé que Rath'tollan está lejos y ocupado con sus asuntos, tengo este pequeño amigo que me recuerda que él no se ha ido realmente, y que volverá. Es reconfortante.

Mi monólogo interno se vio interrumpido cuando Hades medio saltó, medio voló a la cama y se hizo un ovillo entre mis mantas. Sonreí. Qué alegría que el pequeño demonio no perdiera pelo, pensé.

— Oye, Hades. — Lo llamé.

El moenia furoris inmediatamente levantó la cabeza y me miró con sus ojos púrpura. No sabía si era cosa de su raza o cosa de Hades, pero siempre me daba toda su atención cuando hablaba, como si mi voz fuera un faro para él.

— ¿Quieres que te muestre a alguien que se parece a ti? — Seguí hablándole. Él parecía entender. — Tiene alas, escamas y es color azabache como tú.

La colita de Hades se levantó para balancearse de lado a lado con su emoción, haciéndome sonreír de nuevo.

— Dame un segundo, regreso. — Dije y salí de mi habitación.

El demonio sabía que no debía salir de mi cuarto. ¿Cómo? No lo sé, pero lo importante era que lo supiera. Reconozco que la primera vez que tuve que dejarlo solo, me aterró, no obstante, se comportó a la perfección. Si bien mis padres me ponen tanta atención como a una planta, no creo que el cachorro de demonio pasara tan desapercibido.

— ¿Planeas quedarte en tu habitación toda la noche otra vez? — Resonó la voz de mi madre cuando entré en la cocina. — ¿Por qué no sales y haces algo con tus amigos?

— ¿Los amigos que no tengo? — Repliqué buscando golosinas en los gabinetes, sin mirarla ni un segundo.

— Si no tienes amigos, será únicamente por esa terrible actitud que tienes, Kiarah. — Siguió ella, molesta por estar siendo ignorada.

— Sí, quizá, la verdad es que no me importa un rábano, pero gracias. — Le dije, girando para verla por fin. — No todos somos mariposas sociales como tú.

— ¿Y de quién es la culpa? — Repuso mamá.

Ella llevaba un vestido de noche gris niebla, estaba peina y maquillada con experticia. No tenía que preguntar, evidentemente ella y mi padre iban a salir.

— Mía, supongo. — Contesté. — Una vez más, no me interesa, y si tus narcisistas amigos y sus hijos piensan que soy un bicho raro, ni modo. Supongo que no me criaste lo suficientemente bien. — Añadí al final.

Zafiros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora