5. Perdición (Rath'tollan's POV)

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Necesitaba saber qué estaba pasando conmigo. Seriamente, me dije observando con fijeza el espejo de mi estudio. El que empezó todo. He pasado largas noches intentando descifrar qué fuerza me llevó a la habitación de esa chica mortal en primer lugar... y más noches tratando de entender qué me llevó de regreso.


Una y otra... y otra... y otra vez.


Lo intenté, de verdad que intenté no volver después de que me dijo que ella no me había invocado. ¿Qué iba a hacer yo en ese miserable plano si no se me requería? Nada. Sin embargo, no pude evitarlo. Y todo se lo debo a ella. Recuerdo a la perfección la primera vez que la vi, dormida plácidamente en su cama. Hubiera sido tan sencillo hacerle daño entonces. Lucía indefensa, frágil, delicada... Angelical. Me atrajo por alguna razón. Cosa muy rara porque, en mi posición, me alejo de todo lo que se vea de ese modo.


Casi me fui debido a eso mismo, pero cuando abrió los ojos y esos insondables pozos de oscuridad se fijaron en mí, solo me congelé. Ella en realidad no podía verme, yo no era más que una presencia incorpórea en su espacio, no obstante, su mirada caoba estaba fija donde me encontraba, como si me sintiera ahí. Esa fue otra razón más para quedarme, me intrigó. Luego supe su nombre. Kiarah. Sonaba tan perfecto en mi lengua que no podía dejar de repetirlo, y eso la irritó. Ahí conocí su lengua... Y vaya que es afilada. Sonreí al recordarlo.


Puede que Kiarah luciera como un ángel la mayor parte del tiempo, pero el fuego del averno arde en su alma cuando se enoja. Sus emociones son fuertes en ella. Su confusión, su ira... su miedo. Frunzo el ceño. Odio que me tenga miedo.


No se lo diré a nadie nunca jamás, pero de verdad detesto ver el temor que llena sus ojos de chocolate cuando mi temperamento gana la batalla. Y esa maldita botella de agua bendita. Resoplo. Si bien sería irritante lidiar con una quemadura, no me matará. Para matar un príncipe del Inframundo haría falta mucho más que una botellita de agua de la llave purificada por algún sacerdote, pero eso hace que Kiarah se sienta segura en mi presencia, así que dejo que la sostenga.


¿Por qué? ¿Por qué quiero que ella esté en mi presencia? Creo que mejor pregunta es por qué quiero estar yo en la suya. No tengo respuesta. Sin embargo, debido a ello hago todo lo que puedo por controlarme cuando me disgusto por algo, lo cual es bastante difícil puesto que Kiarah puede ser sumamente irritante en ocasiones. Repito, hago lo que puedo. No obstante, el otro día perdí el control. Un conflicto en mi corte me sacó de mis casillas y me retiré a mi estudio para poder estar a solas, pero el espejo...


Sigo sin entenderlo, hay una extraña conexión entre su espejo y el mío, no solo me deja cruzar a su mundo, sino que también me permite oír todo lo que sucede al otro lado del cristal. Eso fue mi ruina. La dulcísima voz de Kiarah se hizo eco y antes de darme cuenta qué hacía, crucé. Pensé que verla me ayudaría a serenarme, y así fue, al menos un poco. Su afán por ayudarme logró lo opuesto y simplemente lo perdí.


Le grité. Nunca antes le había gritado, ni por muy disgustado que estuviera. Incluso yo me sorprendí cuando la encontré prisionera de mis brazos y acorralada por mi mirada de fuego luego de mi arrebato, aunque nada comparable como el asombro que me embargó cuando vi la dichosa botella de agua bendita intacta junto a su cama.


No la tomó. A pesar del susto de muerte que le di, no la tocó. Cuando le pregunté por ello, me dijo que le había dicho que no le haría daño, vi en sus hermosos ojos que de verdad lo creía, y supe en lo más profundo de mi ser que era cierto. Nunca, jamás, JAMÁS, podría hacerle daño a mi ángel. Antes me cortaría un brazo. Esa resolución, lo admito, me asustó.

Zafiros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora