2. Espía

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Pasé días pensando si de alguna forma todo había sido un sueño y ya. Mientras más lo recordaba, menos sentido tenía, y los recuerdos se distorsionaban. Ciertamente lo único que recordaba tan claro como el cristal eran los ojos azules de Rath'tollan, y su voz profunda al decir mi nombre. Creo que eso jamás podría olvidarlo.


Una noche, mientras ordenaba un poco antes de irme a la cama, canté unas estrofas de mi canción favorita para desaburrirme. Un pequeño viento helado sopló entonces y me pregunté si había dejado la ventana abierta cuando escuché:


— Creo que cantar no es uno de tus puntos fuertes, pequeña Kiarah.


— ¡Maldición! — Chillé, dándome la vuelta.


Rath'tollan se hallaba recostado junto a mi puerta cerrada, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, luciendo cómodo y despreocupado. Resoplé. Ahora el frío tenía sentido.


— ¿Planeabas matarme del susto? — Inquirí. — Porque casi lo logras, de verdad.


— No, si quisiera matarte, hay muchos métodos más divertidos en que podría haberlo hecho. — Dijo él con naturalidad.


Instintivamente estiré mi mano y tomé el agua bendita. Rath'tollan solo negó con la cabeza riendo.


— Te lo dije la primera noche, pequeña Kiarah, no voy a hacerte daño. — Aseguró.


Lo miré con desconfianza.


— ¿Te hace sentir mejor el sostener esa botella cuando estás en mi presencia? — Preguntó el demonio como respuesta a mi mirada. Asentí. — Bien, quédatela, entonces.


Suspiré con alivio. Estaba preocupada de que intentara quitármela y me lastimara en el proceso. Rath'tollan y yo nos miramos por un rato, y con luz en la habitación pude detallarlo mejor.


Definitivamente su altura gritaba que no era mortal, ningún humano podría ser así de alto y moverse con tanta gracia como él. Su rostro bien podría ser una talla del mismo Miguel Angel por la perfección de sus rasgos, pómulos altos y barbilla cincelada, con esa maraña de rizos desordenados del color de las sombras que le daba un aire casi normal... Sin embargo, sus ojos, esos zafiros llameantes y resplandecientes, acababan con ello.


Yo estaba embobada con él, aunque probablemente él estaba menos que impresionado conmigo. Igual nos observamos hasta que caí en cuenta de algo. Fruncí el ceño.


— ¿Estabas aquí espiándome? — Le pregunté, irritada.


Sacudió su cabeza.


— Por muy interesante que creas que es tu vida, no. — Respondió él con aburrimiento.


— Entonces, ¿cómo me oíste cantar? — Insistí.


— El espejo. — Rath'tollan lo señaló. — No sé cómo, pero se comunica con mi reino. Puedo oírte cuando estás aquí, todo el tiempo.


— ¿Todo el tiempo? — Repetí, incrédula.


— Todo. El. Tiempo. Así que, hazme un favor, si decides tener sexo, que no sea aquí, la verdad que lo último que me interesaría escuchar son tus gemidos.


Mis mejillas ardieron, más de rabia que de vergüenza. Este hijo de puta... ¿Quién se cree que es?


— Anotado. — Dije, cortante. — De todas formas yo no... — Dejé que mi voz se apagara.


Rath'tollan me observó ladeando la cabeza. El movimiento hizo que mechones de azabache cayeran en su frente en un gesto adorable. Es un príncipe demonio, Kiarah, no puede ser adorable, me regañé.


— ¿Eres virgen, pequeña Kiarah? — Susurró él. Sonaba genuinamente curioso.


— Ese no es tu maldito problema, ¿sabes? — Le espeté. — Si no te gusta estar aquí, ¿qué haces en mi habitación?


— Cuidado, cuidado... — Murmuró con advertencia. — Pero, tienes razón, odio estar aquí, simplemente quería saber si estabas matando a un gato o algo así debido al ruido. — Dijo mientras alisaba su traje.


Lo miré en blanco.


— Ja, ja, ja. ¿Ya te habían dicho lo hilarante que eres? — Pregunté, sarcástica.


Rath'tollan me miró con molestia.


— ¿Y a ti te habían dicho lo irritante que eres?


— Ah, de hecho sí, pero descubrí que no me importa. — Sonreí con inocencia.


— Como sea, me retiro. Disfruta tu noche, y procura no gritar tan fuerte el día que decidas que algún pobre idiota te desflore. — Añadió antes de simplemente desaparecer.


Con la cara al rojo vivo pensé que qué bueno que se fue porque estuve muy a punto de lanzarle la botella en mi mano a la cabeza. No tanto por miedo sino por furia. Y mientras volvía a poner el agua bendita en su lugar me percaté de que, a pesar de haberlo casi insultado, el demonio nunca hizo ademán de herirme... Curioso.

Zafiros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora